viernes, 30 de noviembre de 2007

"Estas palabras", de Jorge Teillier





Estas palabras quieren ser
un puñado de cerezas,
un susurro –¿para quién?—
entre una y otra oscuridad.

Sí, un puñado de cerezas,
un susurro –¿para quién?—
entre una y otra oscuridad.






* Poema perteneciente a la primera parte de PARA UN PUEBLO FANTASMA, publicado en 1978, sección que fue llamada "I. Nadie ha muerto aún en esta casa". Este poema también está contenido en HOTEL NUBE, siendo ambas versiones idénticas.

© Notas de Juan Carlos Villavicencio





jueves, 29 de noviembre de 2007

"Ella estuvo entre nosotros", de Jorge Teillier






Ella estuvo entre nosotros
lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
Pero sus manos alejan los malos sueños
como las manos de la lluvia
las pesadillas de las aldeas.

Sus manos que podían dar de comer
a la noche convertida en paloma.

Era bella como encontrar
nidos de perdices en los trigales.
Bella como el delantal gastado de una madre
y las palabras que siempre hemos querido escuchar.

Cierto: estuvo entre nosotros
lo que el sol en el espejo
con que un niño juega en el tejado.
Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas
en los patios cubiertos por la primera helada.

Sus huellas perdidas
tras una puerta herrumbrosa
cubierta de azaleas.








miércoles, 28 de noviembre de 2007

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier


Fragmento



III



Los yuyos derrochan su oro al viento.
Estoy buscando caracoles para ponerlos al sol:
          “Caracol, caracol...”
El primer barco es detenido por un guijarro.
(Quién va a reparar nunca esa pena).

          Te hablo a ti, que has muerto.
          Tú has muerto, tu perro ha muerto ahogado.
          Pero si cierras los ojos vendrá a encontrarte a orillas del río.
          No temas: te hallarás con el niño que vivía a orillas del río.


Vives frente al molino.
La mañana está llena de carretas cargadas de trigo hasta el cielo.
El polvillo de la molienda inunda el patio.
Los mapuches pacientes esperan vender su escaso trigo.
Te asomas a la bodega a ver dormir los sacos.
Cavas la tierra en busca de tesoros guardados por los gnomos.
Si comes toda la sopa te llevarán al circo.
La primera vez que fuiste al cine te dio terror:
soldados en paso de parada se precipitan sobre ti.
Te enseñan a saludar con el puño en alto.
Es en 1938 y va a triunfar el Frente Popular.
Una vez te llevaron a la iglesia, pero sólo sentiste miedo
          ante las imágenes sangrantes.
Una anciana te dio una lámpara.
Durante años has buscado su luz,
para que te saluden las sombras de otro tiempo.

          Una lámpara humilde
          que revele las raíces,
          que haga crecer la oscuridad protectora
          contra la luz cruel y sin memoria.


En los ojos de los bueyes
ves hundirse el río la calle donde creciste.

Te llevan al cementerio
a dejarle flores a la hermana.
Había que arreglar la tumba familiar.
Restos de pequeños huesos chocaban con la pala.
Se sabe, sin embargo, que la vida es eterna.

Mañana de verano (harina y lomas amarillas). Subes a la carretela
          del panadero.
Yo te veo
doblar la esquina
perderte
una mañana de pájaros y leche.





a Octavio Smith, en La Habana











martes, 27 de noviembre de 2007

"Donde una vez", de Jorge Teillier





Donde una vez
los días fluyeron arrastrando luciérnagas,
ahora los resecos lechos acunan duendes burlones
que en la noche descuelgan las estrellas
que recuerdan los amigos aldeanos.

Donde una vez
las tijeras de las mareas
cortaban las rocas,
ahora las cadenas de la lluvia
amarran a todos los viajeros.

Donde una vez
los niños jubilosos gritaron
su descubrimiento del mar de los delfines,
ahora desiertos sin arcas
no atesoran ni la plata de un pez.

Donde una vez
las trompetas de los bosques amarillos
derribaron los muros de la niebla
ahora ni una mano encontraría
el trébol de la buena suerte.

Ahora solos,
solitarios en el centro del espacio
los proscritos que aún no se conocen
velan al borde las hogueras
esperando el estallido de las nuevas navidades.





 




lunes, 26 de noviembre de 2007

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier


Fragmento



3



Recuerdo la Estación Central
en el atardecer de un día de diciembre.
Me veo apenas con dinero para tomar una cerveza,
despeinado, sediento, inmóvil,
mientras parte el tren en donde viaja una muchacha
que se ha ido diciendo que nunca me querrá,
que se acostaría con cualquiera, menos conmigo,
que ni siquiera me escribirá una carta.
Es en la Estación Central
un sofocante atardecer
de un día de diciembre.




Santiago-Lautaro, 1963








domingo, 25 de noviembre de 2007

"Juegos", de Jorge Teillier



a Sebastián y Carolina

Los niños juegan en sillas diminutas,
los grandes no tienen nada con qué jugar.
Los grandes dicen a los niños
que se debe hablar en voz baja.
Los grandes están de pie
junto a la luz ruinosa de la tarde.

Los niños reciben de la noche
los cuentos que llegan
como un tropel de terneros manchados,
mientras los grandes repiten
que se debe hablar en voz baja.

Los niños se esconden
bajo la escalera de caracol
contando sus historias incontables
como mazorcas asoleándose en los techos
y para los grandes sólo llega el silencio
vacío como un muro que ya no recorren sombras.









sábado, 24 de noviembre de 2007

"Relatos", de Jorge Teillier





I

El vuelo de las aves
es un canto recién aprendido por la tierra.
El día entra en la casa
como un perro mojado de rocío.

Mira: se encienden las hogueras de los gallos.
Los cazadores preparan sus morrales.
Los caballos los esperan
rompiendo con sus cascos
el cielo que apenas pesa
sobre lagunas de escarcha.

Tú eres un sueño que no recordamos
pero que nos hace despertar alegres.
Una ventana abierta hacia el trigo maduro.
Busquemos grosellas junto al cerco
cuyos hombros abruman los cerezos silvestres.



II

Un viento de otra estación se lleva la mañana.
Huyes hacia tu casa
cuando el viento dobla los pinos
de las orillas del río.
Ya no quedan grosellas.
¿Por qué no vuelven los cazadores
que vimos partir esta mañana?
Tú quieres que nunca haya sucedido nada
y en la buhardilla abres el baúl
para vestirte como novia de otro siglo.



III

El abandono silba llamando a sus amigos.
La noche y el sueño
amarran sus caballos frente a las ventanas.
El dueño de casa baja a la bodega
a buscar sidra guardada desde el año pasado.
Se detiene el reloj de péndulo.
Clavos oxidados
caen de las tablas.
El dueño de casa demora demasiado
--quizás se ha quedado dormido entre los toneles--.
Una mañana busqué grosellas al fondo del patio.
En la tarde este mismo viento
luchaba con los pinos a orillas del río.
Se detienen los relojes.
Oigo pasos de cazadores que quizás han muerto.
De pronto no somos sino un puñado de sombras
que el viento intenta dispersar.








viernes, 23 de noviembre de 2007

"Para cantar", de Jorge Teillier





Los caballos se detienen.

Los belfos de los caballos desordenan el agua
y mezclan el rostro de las hojas.
Hemos llegado cerca de un pueblo.
La niebla rodea casas que apenas existen.

               Viajemos, antes que las aves
               den comienzo al verano,
               cuando vuelvan al estero
               en busca de su olvidada imagen.


Vamos hacia un lugar que no conozco,
pero cuyo reflejo me permite vivir.
El camino se pierde en la niebla.
Vamos, lento trote de caballos,
el agua aún no se escurre de vuestros belfos.

               Viajemos, antes que las aves
               den comienzo al verano,
               cuando en el estero encuentren
               su antigua imagen olvidada.






 




jueves, 22 de noviembre de 2007

"Otoño secreto", de Jorge Teillier







Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada
por la turbia memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.





 


miércoles, 21 de noviembre de 2007

"Antes de la lluvia", de Jorge Teillier





Recuerdo tus palabras
Mientras las nubes espesas se reunían
Preparando la lluvia
Esa lluvia que días y días se ocultaba en algún lugar
              de la memoria
En algún lugar desconocido del mundo
Coronando los sueños

Recuerdo tus palabras
Hablabas de conejos y cerezas
De gorriones que comían en la palma de tu mano
De ciudades enormes del otro lado del océano
Donde los bares estaban llenos sólo de desconocidos.
Recuerdo tus palabras y recuerdo aun más tu silencio
Que se unió al gran silencio que precede a la lluvia
Y luego cómo huimos cogidos repentinamente de las manos
              cómo huimos sin saber hacia dónde
Ensordecidos por el estruendo de la lluvia.





* Poema inédito regalado a Eduardo Castro Le Fort, aparecido en la recopilación Lo soñé o fue verdad (2003). Este poema fue escrito entre fines de los años 50 y principio de los 60.




martes, 20 de noviembre de 2007

"Calle Magnolia", de Jorge Teiller





Un pesado perfume de caderas
En una casa del Profundo Sur
Lejos
Lejana
La adolescente de las trenzas largas
El ángel que mostraba el regreso al jardín
La calle
Donde mirabas a las liceanas
Un pesado perfume de caderas
Donde evocas a sirvientas plácidas
Has regresado
Se ha ido para siempre la sombra de las alas
del pájaro furtivo
Alguien me hace evocar una sirvienta negra
Un vaso de Bourbon.




En HOTEL NUBE, 1996.



lunes, 19 de noviembre de 2007

"Hotel Nube", de Jorge Teillier







He visto a un hombre que pensaba
ser perseguido
por la policía de todo el mundo.
Cambiaba de aviones, de buses y de trenes
y desconfiaba hasta de su soñolienta sombra.

He visto a un hombre buscando algo
que creía haber perdido en alguna parte
y no se acordaba dónde.

He visto a un hombre
siguiendo sin saber por qué un cortejo fúnebre. Bajo
el sudario ceremonial de la lluvia
escuchó un himno que lo llevó al Hotel Nube
donde creía llegar sin dejar huellas
y tras hacer la señal de asilo de los desamparados
confió en las puertas que se abrían piadosas.

En la sala de espera
había tipos que contaban nuestros pasos
esperando nuestra llegada
sin ocultar siquiera entre sus mangas sus cuchillos asesinos
bendecidos por un Poder sin Gloria.







 



domingo, 18 de noviembre de 2007

"Aparece 'Black Dog' en los Consejos de Guerra", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Capítulo III de la serie "La Isla del Tesoro"




Viejo tripulante de los Navíos Nocturnos, como sabrás los perros negros y salvajes han hecho de las suyas: han bombardeado todas las provincias de la costa y todos los sueños de los niños, y han poblado de sangre las calles y los anhelos del verano. La guerra parece desatarse y los corazones de los hombres ya no sueñan ni las primaveras bailan con los trigos. Me gustaría cambiarme de posada: mi corazón también sangra como mis padres en medio de las rocas, me agradaría, te lo confieso, llegar a una playa donde sobreviva como las huellas infinitas del silencio, pero no como un viejo vagabundo, pues los años pesan demasiado para dormir al aire libre viendo a las mariposas desaparecer en los aleros desgastados de la dicha, aun cuando las estrellas o los vientos nos sean favorables en el rostro. Partir ya no es una simple necesidad para tu amigo, sino el agua inconmensurable de los días. Bebe lo que puedas: por mí y por los amigos, por los gatos y el otoño. Por aquí, extrañas infamias parecidas a los lobos, surcan las galeras verdes de mis ojos, y ya no hay tiempo para nada, ni para envejecer en los molinos del Ingenio.




en LA ISLA DEL TESORO, 1982.










sábado, 17 de noviembre de 2007

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier


Fragmento




II




Veo pasar un rostro desconocido
en el canal que corre frente a la casa.
Ese rostro
será mi rostro un día.

Surge un primo muerto, jinete en un tordillo.
Ahora desaparece en la polvareda de los eternos eneros.
El abuelo se mira en el canal.
El abuelo grita que cierren la puerta
y en la galería bebe su blanco vaso de aguardiente.














viernes, 16 de noviembre de 2007

"Para hablar con los muertos". de Jorge Teillier






Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como a los fuegos fatuos los pantanos.

Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en el umbral.











jueves, 15 de noviembre de 2007

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier


Fragmento


2


Nos alejamos de la ciudad
balanceándonos junto al viento
en la plataforma del último carro
del tren nocturno.

Pronto amanecerá.
Los fríos gritos de los queltehues
despiertan a los pueblos
donde sólo brilla la luz
de un prostíbulo de cara trasnochada.

Pronto amanecerá.
En las ciudades
miles de manos se alargan
para acallar furiosos despertadores.

Pronto amanecerá.
Las estrellas desaparecen
como semillas de girasol
en el buche de los gorriones.
Los tejados palpitan en carne viva
bajo las manos de la mañana.

Y el viento que nos siguió toda la noche
con cantos aprendidos
de torrentes donde no llega el sol,
ahora es ese niño desconocido
que se despierta para saludarnos
desde un cerezo resucitado.




Santiago-Lautaro, 1963



 



miércoles, 14 de noviembre de 2007

"Un desconocido silba en el bosque", de Jorge Teillier






Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana
la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber donde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.


















martes, 13 de noviembre de 2007

"Cuento de la tarde", de Jorge Teillier




Es tarde.
El tren del norte ha pasado.
En tu casa la cena se enfría,
las madejas ruedan
desde la falda de tu madre dormida.
He estado inmóvil mientras hablabas.
Las palabras no son nada
junto a la hoja que resucita al pasar frente a tu cara,
junto al barco de papel
que me enseñaste a hacer.
No he mirado sino tu reflejo en el estanque.

Es tarde.
Las horas son madejas rodando
desde la falda de tu madre dormida.
Volvamos al pueblo.
Las ranas repiten inútilmente su mensaje.
Te ayudo a saltar un charco, te muestro un vagabundo
encendiendo fuego en un galpón abandonado.
Estrellas irreales hacen extinguirse
las miedosas sonrisas de los tejados rojizos.
Nada debe existir.
Nada sino nuestros inmóviles reflejos
que aún retiene el estanque
y esas hojas
a veces resucitadas al pasar frente a tu cara.





 


lunes, 12 de noviembre de 2007

"Un jinete nocturno en el paisaje", de Jorge Teillier






Siento correr por las venas del campo
un jinete nocturno enmascarado.
La noche. Galopan en caballos robados
los cuatreros arreando los vacunos.

Surgen los trenes. Las reses se levantan
allá en los grandes galpones de madera.

Es la noche, de nuevo. Mi abuelo se despierta,
rehecha su condición antigua
y contempla, como ayer, al trigo.
Debe andar mi abuelo por los campos recién arados
hablando con los pinos, espantando gorriones.
Mi abuelo tiene una voz profunda, aprendida del tiempo.
El campo está solo, tembloroso. Y él lo mira.

El vino es un joven bonachón y alegre.
Sucede que quiere iluminar la noche
y baja a las aldeas, envuelto en una manta.

La mañana tiene olor a pan recién amasado.
La ropa recién lavada dice “adiós” en los patios.
Un fantasma penetra en la leñera.
Más allá de las nubes viene el granizo,
bandolero blanco, asaltante de huertos.

Y es la noche.
Va a penetrar al pueblo
un jinete nocturno enmascarado.













domingo, 11 de noviembre de 2007

"Caminatas", ¿de Jorge Teillier?







Así caminaban el Padre y el Hijo
En los atardeceres de provincia.
Tenían mucho que decirse, pero nada que hablar
En esos atardeceres de provincia.
De la casa natal al cementerio
Donde yacían amigos y parientes
Era en las vacaciones del hijo
El Padre miraba sus buenas notas.
¿De qué hablaban? Me gustaría recordarlo.
Sólo me acuerdo de que los vi al anochecer
Entrando a un clandestino
Donde jugaban a la escoba y tomaban cerveza.
Hablaban sin palabras. Sus pasos eran sílabas
Que rimaban un afán de saberse ellos mismos.
El nunca dijo que lo admiraba
Y él nunca lo mostró con orgullo.
Pero estuvieron juntos todas esas vacaciones
Y yo acompañé sus lentos y solitarios pasos
Desde la casa del Lar hasta el cementerio
Y el ritual de cerveza en los clandestinos.
Nunca más los veré juntos. Estoy condenado a muerte
Y ellos al exilio. ¿Qué puedo hacer si no
decir que todas las tardes vi caminar a un
Padre con su Hijo?







 




sábado, 10 de noviembre de 2007

"Hermana", de Jorge Teillier




a Marín Sorescu


Vivo en la apariencia de un mundo
Tú no sabes ni puedes saberlo
Tú no puedes conocer a mi hermana.
Yo mismo apenas la conozco
Porque murió antes de que yo naciera
Y esa llaga adelantó mi llegada.

Por eso crecí antes de lo debido
Y la primavera es una rápida hojarasca
Y el verano un congelado reloj de arena.

Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermana muerta.
El vacío de mi hermana me sigue cada día.
Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte.








en CARTAS PARA REINAS DE OTRAS PRIMAVERAS, 1985.



viernes, 9 de noviembre de 2007

"En memoria", de Jorge Teillier






Ella estuvo entre nosotros
lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
Pero sus manos alejan los malos sueños
como las manos de las lluvias
las pesadillas de las aldeas.

Sus manos que podían dar de comer
a la noche convertida en paloma.

Era bella como encontrar
nidos de perdices en los trigales.
Bella como el delantal gastado de una madre
y esas palabras que siempre hemos querido escuchar
y no escucharemos nunca.

Cierto: estuvo entre nosotros
lo que el sol en el espejo
con que un niño juega en el tejado.
Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas
en los patios cubiertos por la primera helada.

Sus huellas perdidas
tras una puerta herrumbrosa
cubierta de azaleas.








Publicado en EL ÁRBOL DE LA MEMORIA, en 1961.



jueves, 8 de noviembre de 2007

"Sobre el mundo donde verdaderamente habito", de Jorge Teillier







I

He oído decir alguna vez que poesía es lo que hace el poeta. La tarea es partir desde ese lugar y tratar de establecer qué es poesía para quien ejerce ese “monótono oficio o arte”.

En un principio poesía eran para mí los extraños trozos de pareja tipografía medida y rimada que aparecían en los libros de lectura, esos versos que hay que aprender, de donde surgen el caballo blanco que nos va a llevar de aquí, las loas a los padres de la patria, los versos a la madre que el mejor alumno declama en el proscenio.

Para empezar, entonces, la poesía es lo distinto al lenguaje convencional, por una parte, y por otra, “lo bello”, lo idealizado como las cuatro estaciones en los cuadros donde se aprende idioma. Dos son las poesías escolares que más recuerdo: una me atrajo por la anécdota: “La canción del pirata” de Espronceda (“La luna en el mar riela / y en la lona gime el viento), y la otra de García Lorca: “Naranjita de oro/ de oro y de sol”, porque las palabras me sonaban como un encantamiento análogo al de las rondas entonadas por las vecinas al atardecer.

No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía de todo, desde cuentos de hadas y El Peneca hasta Julio Verne, Knut Hamsun y Pannait Istrati, por quien aún vuelan los cardos en el Baragán.

Desde los doce años escribía prosa y poemas, pero en Victoria, ciudad donde aún suelo vivir, fue donde escribí mi primer poema verdadero, a eso de los dieciséis años, o sea, el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro.

Sobre el pupitre del liceo nacieron buena parte de los poemas que iban a integrar mi primer libro Para ángeles y gorriones, aparecido en 1956. Mi mundo poético era el mismo donde ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel mundo poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo. Y también aparecían los poetas; el primero de todos Paul Verlaine, cuyos versos rimaban con las campanas y los pájaros y cuya aprendí a ver viva sin necesitar otra cosa que el sonido, y luego Rubén Darío, López Velarde y Luis Carlos López, provincianos cursis y universales, y los chilenos: Vicente Huidobro, cuya antología hecha por Eduardo Anguita leí en la Pascua de 1949, y Omar Cáceres, que me fue descubierto por Miguel Serrano en su Ni por mar ni por tierra (“La brújula del alma señala el sur”), y Pezoa Véliz y Alberto Rojas Giménez, Romeo Murga, que hablaba por nosotros a las muchachas con las que no podíamos hablar. Sin embargo, aclaro que nunca hubo para mí distinción entre poetas chilenos y poetas extranjeros. Se es o no es poeta, y allí no caben nacionalidades. Más aún, creo que es un signo de madurez no preguntarse ya “qué es lo chileno”. Las personas adultas no se preguntan quiénes son, sino cómo van a actuar.

La poesía es la universalidad, que fundamentalmente se obtiene por el lenguaje imperecedero por la imagen. “La muerte que está ante mí como el chubasco que se aleja” del arpista del Antiguo Egipto es también, “la muerte es grande y somos los suyos”, de Rilke, y la misma nieve recuerda a las damas de antaño de Villon y es como la soledad en Rilke, y el tiempo es un río en Heráclito y Jorge Manrique.

Pero vuelvo a 1953, cuando como todo provinciano debí hacer el viaje bautismal de hollín de los trenes de entonces a Santiago, atravesando la noche como en un vientre materno hasta asomarme a la lívida madrugada de boca amarga de la Estación Central. Por esos años el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera y desde México lamentaba que los jóvenes leyeran Residencia en la tierra y llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo, sentimentalmente, sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social o de “realismo socialista”.

Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o de cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre. De qué le vale escribir versos a tanto personaje resentido, encerrado en una oscuridad sin puerta de escape, que vemos deambular por el mundo literario.



II

A su debido tiempo, me parece que todo poeta en esta sociedad se suele considerar un sobreviviente de una perdida edad, un ente arcaico. La poesía es una enferma grave, a la que se le toleran algunos caprichos en espera de su futura muerte, y también la Cenicienta de los géneros literarios, aun cuando la novela sea “la poesía de los tontos”, según dice mi amigo el poeta Eduardo Molina Ventura.

La burguesía ha tratado de matar a la poesía, para luego coleccionarla como objeto de lujo. Es un signo de estos tiempos ver cómo medio mundo reúne cosas que nunca se usarán: volantines que jamás se enredarán en un árbol, botellas que nunca recibirán vino, redes de pescadores que no sirven para atrapar un pez, llaves mohosas para ninguna puerta, “posters” con efigies de muertos que de alguna forma se contribuyó a matar. El poeta es un ser marginal, pero de esa marginalidad y de este desplazamiento puede nacer su fuerza: la de transformar la poesía en experiencia vital, y acceder a otro mundo, más allá del mundo asqueante donde se vive. El poeta tiende a alcanzar su antigua “conexión con el dínamo de las estrellas”, en su inconsciente está su recuerdo de la edad de oro a la cual acude con la inocencia de la poesía. Si soy extraño en este mundo no soy extraño en mi propio mundo, reflexiona el creador, y a la larga, en poesía, “lo que no es práctico resulta ser lo práctico” como escribía Gunnar Ekelöf. Pienso en dos poetas chilenos ya fallecidos que pagaron con su vida su calidad de poetas: Teófilo Cid y Carlos de Rokha, ambos “amateurs de la lepra”, en nuestro medio. Sí, la poesía está considerada como la lepra en este mundo en donde muere la imaginación, en donde la inspiración está relegada al desván de los muebles viejos. Astronautas antisépticos en esterilizados vehículos llegan a la Luna a plantar sus pequeñas banderas, y a transmitir mensajes sin sentido, serán artistas de circo en la “caja de los idiotas” de la TV. Al contrario, pienso en los verdaderos conquistadores como Cristóbal Colón que parte sin mapas junto con un equipo de locos y presidiarios hasta que aparece el Nuevo Mundo que surge gracias a su visión; en Ponce de León muriendo en pos de la Fuente de la Juventud; Gonzalo Pizarro yendo hacia El Dorado; el Padre Meléndez en estrechas chalupas bogando por los canales hacia la Ciudad de los Césares. Qué puede ver el ciudadano del siglo XX en la Luna sino un pequeño satélite cuya probable utilidad será la de depósitos de perfeccionados proyectiles nucleares, allí donde las jóvenes irlandesas veían al rostro de su futuro amado, los puritanos de Boston a un duende maléfico, los nativos de Samoa a una anciana hilando nubes, los niños de hace treinta años a la Sagrada Familia rumbo a Egipto. El poeta es el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores.



III

Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción de Crónica del Forastero. Difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una, la descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en “El aromo” o “Molino de madera”), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en “Historia de hijos pródigos”), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas “Domingo a domingo” u “Otoño secreto”).

Para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer. Sé que la mayoría de las personas que conozco y conocemos están muertas, creen que la muerte no existe o existe sólo para los demás. Por eso en mis poemas está presente la infancia, porque es el tiempo más cercano a la muerte, y no canto a una infancia boba, en donde está ausente el mal, a una infancia idealizada; sé muy bien que la infancia es un estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la admiración ante las maravillas del mundo. Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero que debiera pasarnos.

Siguiendo con mis libros, Los trenes de la noche es un solo poema escrito también de un solo golpe, en un viaje de Santiago a Lautaro, mirando por la ventanilla del tren nocturno, escribiendo unos versos en un cuaderno de croquis tras salir a respirar a la pisadera del carro, tras bajarme rápidamente en las estaciones de donde parten los ramales, a tomar un vaso de vino. El paso del tren representa el tiempo que las locomotoras van dividiendo en forma implacable en el pueblo natal que atraviesan por la mitad. Alguna vez correrá un último tren, pensaba yo, cuál será ese último tren, así como tantas veces pienso quién pronunciará por última vez mi nombre, quién leerá por última vez un poema mío.

Crónica del Forastero es un libro con menos revelación, un intento fallido tal vez de cambiar mi expresión habitual por el relato, a costa unas veces del relato, otras de la tensión lírica. Mi intención era de revivir a través de un personaje lírico la historia o mejor dicho la intrahistoria de la Frontera, nuestro Far West, donde nace en el siglo XVI la poesía chilena con Pedro de Oña y Ercilla; esa zona tan singular nacida de la fusión de tres razas; revivir a los (y mis) antepasados, proyectar una historia mítica en un presente que debe cambiarse. Yo debía transformarme en una especie de médium para que a través de mí llegara una historia, y una voz de la tierra que es la mía, y que se opone a la de esta civilización cuyo sentido rechazo y cuyo símbolo es la ciudad en donde vivo desterrado, sólo para ganarme la vida, sin integrarme a ella, en el repudio hacia ella. Es posible que esta Crónica sea un primer intento hacia un poema épico para el cual todavía no estoy preparado y que he continuado en “Treinta años después”. Mi trabajo actual está orientado en otro sentido, que no creo del caso hablar ahora. Para utilizar figuras manidas, la primavera trabaja mudamente las raíces del trigo que va a aparecer. Tal vez sí apunte a una contradicción dolorosa, porque yo no soy poeta de la aventura, sino del orden, aun cuando admire a los innovadores auténticos. Pero sí, quiero establecer que para mí lo importante en poesía no es el lado puramente estético, sino la poesía como creación del mito, de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. La poesía es para mí una manera de ser y actuar, aun cuando tampoco puedo desarticularla del fenómeno que le es propio: el utilizar para su fin el lenguaje justo para este objeto. Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa, tan difícil de hallar. Porque el poema no debe (como dice Archibald McLeish) “Significar sino ser”. Y de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos, si la poesía no sirve para comenzar a transformarnos nosotros mismos, si vivimos sometidos a los valores convencionales. Ante el “no universal” del oscuro resentido, el poeta responde con su afirmación universal.



IV

Nunca he pensado escribir una poesía original, ni me tengo por un ser sin antepasados poéticos. Cada poeta tiene una línea. Es la mía la de Francis Jammes, Milocz en alguna de sus etapas, René Guy Cadou —un poeta con cuya visión del mundo creo tener afinidad—, Antonio Machado, a los poetas principales, y en las lenguas que puedo leer en versiones originales, lo que me parece fundamental. (Por esto considero que sería pretencioso nombrar a otros que admiro, como Esenin, Georg Trakl, Georg Heym). En prosa: Robert Louis Stevenson, Alain Fournier, Selma Lagerlöf, cierto Knut Hamsum, Edgar Allan Poe (“Arturo Gordon Pym”). En Chile me adscribí a un cierto sentido de la poesía que llamé “Larico” (ver Boletín de la Universidad de Chile, número 56, 1965, “Los poetas de los lares”), y en donde están, entre otros, Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, para citar sólo a mis coetáneos. A través de la poesía de los lares yo sostenía una postulación por un “tiempo de arraigo”, en contraposición a la moda imperante e impuesta por ese tiempo por el grupo de la llamada Generación del 50, compuesto por algunos escritores más o menos talentosos, representantes de una pequeña burguesía o burguesía venida a menos. Ellos postulaban el éxodo y el cosmopolitismo, llevados por su desarraigo, su falta de sentido histórico, su egoísmo pequeño burgués. De allí ha nacido una literatura que tuvo su momento de auge por la propaganda y autopropaganda, pero que por falta de contacto con la tierra, por pertenecer al mundo de la desesperanza tal vez, caducará en pocos años. La pretendida crisis de la novela chilena no es, pienso, sino crisis de la autenticidad, de renuncia a las raíces, incluso a las de nuestra tradición literaria, por pobre que sea. En cambio la mayor parte de nuestros poetas se mantienen fieles a la tierra, o vuelven a ella, como es el caso desde Neruda y Pablo de Rokha a Teófilo Cid y Braulio Arenas, ex surrealistas; o como en los más destacados poetas de la última generación, la poesía es expresión de una auténtica lucha por esclarecerse a sí misma, o por poner en claro la vida que la rodea. Pero mejor que yo lo dice Rilke: “Para nuestros abuelos una torre familiar, una morada, una fuente, hasta su propia vestimenta, su manto, eran aún infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan llegadas de EE.UU cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida... Una morada en la acepción americana, o una viña americana nada tienen de común con la morada, el fruto, el racimo en los cuales había penetrado la esperanza y la meditación de nuestros abuelos... La cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y no de fiar), sino su valor humano y lárico”. Hasta aquí Rilke (1929). Y no se debe añadir nada más. Dentro del mismo Estados Unidos los movimientos de los beatniks y los hippies recuperan también este mundo del “lar”.



V

Lo he dicho entre líneas, pero ahora quiero hacerlo explícito: el personaje que escribe no soy necesariamente yo mismo, en un punto estoy yo como un ser consciente, en otro la creación que nace del choque mío contra mi Doble, ese personaje que es quien yo quisiera ser tal vez. Por eso el poeta es quizás uno de los menos indicados para decir cómo crea. Cuando el poeta quiere encontrar algo se echa a dormir, ¿no es verdad León Felipe? Habitualmente el poema nace en mí como un vago ruido que debe organizarse alrededor de la palabra o la frase clave o una imagen visual que ese mismo ruido o ritmo concita. No puedo concebir luego el poema en la memoria, sino que debo escribir la palabra o frase clave en un papel, y ver cómo se van organizando alrededor de ella las demás. Rara vez corrijo, prefiero escribir varias versiones, para elegir una, en la cual trabajo. A veces queda limpia de toda intervención posterior, otras veces empiezo a podar y corregir en exceso, quitando espontaneidad. Creo que algo de eso me ocurrió en la Crónica del Forastero. Pero en realidad, nunca sé en verdad lo que voy a decir hasta que no lo he dicho.



VI

Releo este trabajo, y como de costumbre me siento disconforme de él, pero he llegado a un final y eso no carece de importancia.

Me molesta el tono impostado y dogmático que he solido adoptar, así como el de querer decir verdades últimas. De veras, muchas veces no sé si soy poeta o no, no sé si sobrevivirán de lo que he escrito por lo menos “algunas palabras verdaderas”. Pero “nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea”. No soy humilde, pero tampoco seguro de si lo que escribo vale ante los demás y ante mí mismo. Tal vez alguna vez ya no escriba más poesía, tal vez siga en esta tarea que nadie sino yo me he impuesto, no para vender nada, sino para salvar mi alma, en el sentido figurado y literal.

Bien, si difícilmente he podido comunicar algo, pido disculpas afirmando como lo hace Humpty Dumpty que las palabras no significan sino lo que nosotros queremos que signifiquen. Para terminar diré que el vino y la poesía con su oscuro silencio dan respuesta a cuanta pregunta se les formule y que si mi amigo N. Parra escribe “Total cero” en un artefacto de epitafio a Pablo de Rokha, yo prefiero decir con Paul Eluard que “toda caricia, toda confianza sobrevivirá”, y con René Char: “A cada derrumbe de las pruebas el poeta responde con una salva por el porvenir”.




Valdivia-Santiago, octubre de 1968.


miércoles, 7 de noviembre de 2007

"Pequeña confesión", de Jorge Teillier





En memoria de Serguei Esenin



Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
—ese deseo que le viene a todo el mundo—
Pero preferí mirar una pistola
La única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

“Es mejor morir de vino que de tedio”
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en todos los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como a un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.





 



martes, 6 de noviembre de 2007

"Al poeta escondido en el valle. 'El árbol del ahorcado' ", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Prólogo de la serie "La Isla del Tesoro"






Viejo filibustero, escucha, únete a los mares, de donde venimos pero donde nunca jamás hemos estado. Recuerda: no nos abandones en esta vieja y larga travesía, la poesía puede ayudarnos a sobrevivir a todas las miserias, además, un poema no le hace daño a nadie, salvo a los árboles. No sueñes con viajes interplanetarios: la realidad no puede superar a los reinos de la infancia. Tampoco hables con tus amigos de la guerra. De la guerra sólo pueden hablar quienes la han sufrido (como del amor), y si la hay, ten fe, que sobreviviremos (como del amor). Que tu vida sea usual «como el cielo que nos desborda». A tus hijos déjales como herencia un viñedo en el cual nos puedan recordar junto a los loros y a las buenas amistades, mientras evocan el ataque del capitán Garfio al Fortín de la Estacada, cuando se robaba niñas de lámparas azules en el viento.




en LA ISLA DEL TESORO, 1982.



 







lunes, 5 de noviembre de 2007

"Hay un espejo colgado en una pared rota", de Kenneth Rexroth. Traducción de Jorge Teillier






Hay un espejo colgado en una pared rota
En una vieja casa de campo
Perdida en un bosque sombrío.
Nada se mueve jamás en él
Salvo sombras submarinas de sombríos helechos y pinos.
El marco está cubierto de musgo.
Un día el espejo se deslizó al piso.
Años y años permaneció en los tablones astillados.
Muy rara vez
Una rata del bosque
pasó junto a él sin siquiera echarle una mirada.
Un día llegué yo.
Rompí la puerta desvencijada
Y pasó conmigo una angosta cuña de sol.
Llevé el espejo al cuarto de mi abuelo muerto
Y lo dejé reflejar su retrato
Mientras en la vieja casa del bosque
Las sombras
Las ratas del bosque y el musgo
Tuvieron que trabajar sin su testigo.





domingo, 4 de noviembre de 2007

"En cualquier lugar fuera del mundo", de Jorge Teillier




a Germán Arestizábal



Salgo de la casa a orillas del río
El cartero me ha traído periódicos de 1935
Saludo a los pescadores a lienza
Llego al Restaurant al aire libre del pueblo
Todos los clientes
Están siempre vestidos de Domingo
Todos se conocen pero nadie saluda a nadie
La iglesia está cerrada a piedra y lodo
Ha vuelto el Astrólogo que escribe en los muros:
“Un sueño sin estrellas es un sueño olvidado”
A lo lejos hay soldados que encienden hogueras
Que empañan la tarde
Ellos pronto empezarán a luchar
Ellos nunca entrarán a este pueblo
Donde nadie ha sido marcado
Llega una procesión de niñas vestidas de Primera Comunión
Que dejan sus muñecas en las sillas vacías
Más tarde aparecen prostitutas de ojos almendrados
Que traen brazadas de flores silvestres
Todos se van
Los basureros recogen las muñecas y las flores
Y en sus carretillas las llevan a los sitios vacíos
Nuestras casas se abren
Entramos solitarios a ellas
Llueve por primera vez sobre la tumba del hermano muerto
Mañana será el mismo día que mañana.







 







sábado, 3 de noviembre de 2007

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier


Fragmento




I


En el fondo de toda lejanía se alza tu casa
HERMANN BROCH


“No hay que silbar en la oscuridad”.
Sí,
no debo llamar al perro ya desaparecido.
Debo regresar solo.

La casa se abre
y es una fosa donde dormir
amparado por las hojas,
un manantial interminable
para el desierto mediodía.
Mi rostro quiere recuperar la luz que lo iluminaba
en el verano traído por la corriente del río.

Frente al molino
descargan los sacos de una carreta triguera
con los gestos de hace cien años.
Los gestos son los mismos
aunque la tierra se llene de cohetes
que llevan hacia otros mundos.

En el patio invadido de colas-de-zorro
un caballo se acerca a oler
la trilladora mohosa.

Frente al umbral
recibo la volcada copa de vino añejo
del sol de un nuevo día.

Los gallos me despiertan
y sus cantos
prometen ayudarme a alzar la casa.







 



viernes, 2 de noviembre de 2007

"La Portadora", de Jorge Teillier







Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.
Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla,
          la rama de canelo que
          los sueños agitan tras cada muerte ,
          que nos une
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.

Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
palabras que esconden palabras más grandes.
Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
"Toma mi mano. Piensa que estamos entre la multitud aturdida
          y satisfecha ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
          aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto,
lo único nuestro".






 

jueves, 1 de noviembre de 2007

"La muerte ha venido a beber sangre", de Jorge Teillier






Eran inocentes. Pero, ¿para qué les servía?
Todo el mundo quería creer que eran culpables.
Todo el mundo quería creer lo que gritaba en
las calles el populacho pagado por ellos.

PÄR LAGERKVIST




La muerte ha venido a beber sangre
en el bar de los amigos asesinados.

La muerte lanzó con desprecio una moneda al mostrador
y se fue diciendo que no llamaran a las pompas fúnebres
porque los cadáveres los llevarían
el capellán de su nuevo patrón y sus monaguillos.

La muerte ha bebido
sangre
y ebria camina
hacia un bar que nadie conoce
sino los amigos que sobreviven
y esperan reunirse con Ella
y vengar a los amigos muertos.