lunes, 30 de junio de 2008

"A Francis Jammes, en su centenario", de Jorge Teillier





Buen Francis Jammes, amigo del fiel perro
que escondíase de la muerte debajo de la mesa,
te ofrezco el frescor de un ramo de cerezas
que no ha marchitar jamás ningún destierro.

Patriarca de la barba florida, que conocías
los simples nombres llenos de poesía
de todas las muchachas y todas las aldeas
y de cuanto manjar en la despensa alardea,

yo te traigo leche que recién van a ordeñar,
trigales infinitos para tu claro mirar,
el rústico sendero de los vinos pipeños
y una era olvidada para acoger tus sueños.

Que el Burdeos de mis abuelos, por donde tú paseabas,
se abra como una col fresca en la huerta del lar,
y sea yo la sombra con la que contemplabas
los leños y las castañas que van a crepitar.
























sábado, 28 de junio de 2008

"Jorge Teillier, poesía y leyenda", de Aristóteles España






Este mes de abril se cumplieron diez años del fallecimiento de Jorge Teillier (1935 - 1996), uno de los más importantes poetas de la lengua castellana y uno de los diez más grandes de Chile.

Nos conocimos a comienzos de los ochenta, en el bar "La Unión Chica", en la Sociedad de Escritores y en las recordadas tertulias de la Editorial Nascimento presididas por Oreste Plath. De inmediato nació una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte y que fue compartida junto a entrañables amigos como Rolando Cárdenas, Ramón Díaz Eterovic, Álvaro Ruiz, Juan Guzmán Paredes, Enrique Valdés, Mario Ferrero, Germán Arestizábal, Stella Díaz Varín, Jaime Gómez Rogers (Jonás), Leonora Vicuña, Ronnie Muñoz, Roberto Araya, su hermano Iván, Ramón Carmona y muchos otros. A nuestras citas en estos lugares llegaban cada cierto tiempo a compartir un vaso de vino, Francisco Coloane, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lafourcade, Gonzalo Drago, Yolanda Lagos.

La Generación Literaria del 38, la Generación del 50, y los jóvenes, daban rienda suelta a sus inquietudes, a los recuerdos, las memorables jornadas de otros tiempos, junto a los clásicos de nuestra cultura y de la creación artística de un Chile distinto.

De fondo, la dictadura, el terror, el toque de queda, las prisiones, el exilio, que Jorge Teillier asimilaba con comentarios sarcásticos sobre la realidad y con su poesía escrita desde el dolor, el miedo, con la reconstrucción de sus mundos literarios, las pequeñas patrias donde habitan mariposas y cielos llenos de lluvia de su pueblo natal: Lautaro.

El poeta creó un Sur mítico, con relámpagos, amaneceres, plazas, el viento en todo su esplendor, con referencias melancólicas y llenas de símbolos que las hacen universales. Aquí, el poeta es un sobreviviente de un paraíso perdido y como testigo de una época de oro, que sigue instalada ahí, habitada por mitos y las imágenes esenciales de las cosas: el calor del hogar, la naturaleza, la infancia atrapada en un mundo solitario lleno de imágenes conmovedoras y reminiscencias ancestrales.

Jorge Teiliier recupera a través de la memoria un mundo en desintegración que, mágicamente, ayuda a evaporarse a través del recuerdo para hacerlo realidad dentro de la poesía.

En el fondo, nuestro amigo era un desterrado en una metrópolis llena de smog, sin la cual no podía vivir y regresaba a través de sus versos, de sus imágenes, al espacio de la infancia, de los límites, para reencontrarse con algo que ya no existe.

Admirador de Francis Jammes, de George Tralk, Rilke, de Robert Frost, solía comentar sus aventuras con Pablo de Rokha, Neruda, Teófilo Cid, todos personajes de leyenda con los cuales compartió un mundo que fue.

Solíamos caminar por viejas librerías donde comprábamos primeras ediciones de Carlos de Rokha, Vicente Huidobro, revistas con textos de Romeo Murga, Alberto Rojas Jiménez, Boris Calderón, Héctor Barreto, Carlos Pezoa Véliz y autores desconocidos. Después, "El lagar de don Quijote", el "Cucú", el "Isla de Pascua", los bares a los cuales llegaban nuestros amigos a soñar con un país distinto, mientras en las calles llenas de soldados, hasta el aire era distinto y la poesía también.

Jorge falleció sin que le entregaran el Premio Nacional de Literatura y muchos otros reconocimientos. Como muchos poetas, vivió El Pago de Chile, mientras su obra tiene cada día mayor altura en nuestro idioma y su libro antológico Muertes y maravillas es un clásico, es decir, acompañará los sueños de cientos de personas hasta el fin de los tiempos.




Mayo de 2006











viernes, 27 de junio de 2008

"Dylan Thomas cuando era cachorro de artista", de Jorge Teillier






En un principio la tarea del poeta es recuperar lo irrecuperable. Recuperar los dominios perdidos, de la infancia y la juventud es el afán que guía a Dylan Thomas en dos libros en prosa que recién aparecen traducidos al castellano. Hablamos de Retrato del artista cachorro (The Portrait of the Artist as a Young Dog) y Con distinta piel, traducción bastante libre por cierto de Advertures in the Skin Trade.

El deslumbramiento ante la vida, el amor a la gente, las cosas, los más pequeños seres que sella la poesía de Thomas infunden también soplo vital a sus dos novelas. Y la pasión por el existir se mezcla con la atracción por la muerte cuya secreta presencia de todas horas el poeta siempre quiere revelar a la luz. La última fotografía de Dylan Thomas ilustra este doble impulso; en ella aparece el poeta lanzándose dentro de una fosa recién abierta que un otoño glorioso ha llenado de hojas en un cementerio rural de los Estados Unidos.

Nuestro encuentro con el artista cachorro se produce durante un viaje fantasmal que el pequeño Dylan hace a la granja de su tío, un borrachín que vende lechones para embriagarse los sábados. Y la palabra encantatoria del poeta hace revivir la granja y la casa con todos sus colores, olores, sonidos, y con sus extraños habitantes, como ese primo Gwilym que se parece a una pala, predica en un galpón en ruinas, y escribe lujuriosos poemas a muchachas, cuyos nombres cambia por el de Dios cuando sufre accesos místicos. Otro pariente que aparece en el episodio segundo del libro es el Abuelo, quien en rebelión contra la vejez, guía quiméricos carruajes por rutas invisibles.

Entre gente como ésa, y en el paisaje de Gales –situado como dice Mary Webb, "mitad en el país de las hadas"– crece Dylan Thomas, "minúsculo narrador de cuentos" –así se autodefine– y poeta. Poeta no tanto porque escriba versos desde los doce años, pues –claro está– ser poeta no consiste en escribir en líneas más o menos regulares, sino en poseer un don mágico que transforme lo visible en invisible: poner en libertad a la loca por la casa. Así, desde su niñez Dylan aprendió a convertirse a voluntad ora en un príncipe de las mil y una noche, ora en una gran músico, en un sabio excepcional, etc.

Este proceso alquímico de transformación de una realidad en otra culmina en el episodio de la iniciación amorosa descrito en Con distinta piel, cuando el joven Dylan, recién llegado a Londres encuentra en un restaurant a una muchacha, quien inesperadamente lo insta a desnudarse y sumergirse dentro de la tina de baño para realizar un acto de amor. Pero el poeta no puede consentir que una sala de baño sea el sórdido paisaje que asista al primer conocimiento de la mujer (hablamos en sentido bíblico) y por conjuro de su imaginación la tina se convierte en un riachuelo puro lleno de peces luminosos, se oyen cantar los pájaros, y la joven desvergonzada se torna en sirena que convence al amado (con nefastas consecuencias) de que el frasco de agua de colonia del botiquín es una botella de brandy.

La serenidad es para los viejos, pensó el joven Mr. Thomas. Por eso recorría incansablemente las calles y los caminos de Gales, como lo hacía en otro lugar de Gran Bretaña, cien años antes, el joven Mr. Charles Dickens. Sí, había que ser amante de la noche, recorrer la ciudad cuando todas las luces están apagadas, situarse bajo un puente viejo para oír los chillidos de las lechuzas y los relatos de dos desconocidos, quienes le cuentan cómo sus matrimonios fracasaron por una equivocación cometida "exactamente como los perros". Sí, había que conocer y amar a todos los habitantes del pueblo (y después conocer y amar a todos los habitantes de la tierra), amar con ternura y piedad infinita al amigo que en un día de paseo bajo un sol deslumbrante olvida mirar al mar porque no puede ver sino la imagen de su hermano muerto, a las viejas prostitutas que hacen una colecta para beber una ronda de ron, a las mujeres inaccesibles –cisnes de dos metros de estatura– que parecen recién salidas de una revista de modas. ¿Y quién sino un muchacho como Dylan Thomas podría reunirse con un trío de fracasados provincianos para escribir una novela en conjunto, que se llamaría Donde fluye el Tawe?

Somos testigos en un relato alucinante, "La vieja Garbo", de cómo se revela a Dylan Thomas el mundo que vive dentro de las paredes de vidrio de un vaso, y empieza a amar la cerveza "con su espuma blanca y viviente" y los bares como ese Fishguard donde se puede ver marineros tejiendo, y a donde lo lleva, en un primer periplo alcohólico, el achacoso Mr. Evans, director del diario del pueblo, quien es a Thomas como Mentor a Telémaco y Leopold Bloom a Stephan Dedalus, ese otro cachorro de artista, tan distinto al que nos ocupa ahora.

La última historia de las que integran el Retrato (y perdónesenos que contemos un libro como quien cuenta una película cualquiera), acontece durante un sábado caluroso, "falso y bonito como una pintura chata bajo un sol vulgar". Dylan se pasea aburrido por la playa, con dos libras en los bolsillos, en busca de mujer. La busca con remordimientos "pues un poeta debe vivir acompañado sólo de sus visiones" (¿no es verdad William Blake?), pero también es poesía encontrar a una muchacha de mal vivir en un bar, irse con ella y perderla absurdamente en un caserón donde voces de desconocidos se burlan del poeta que la llama sin esperanzas en un laberinto de puertas en la oscuridad. Y quizás esa muchacha sea el símbolo de la adolescencia perdida en ese desolado amanecer en el cual sin embargo el poeta ve la resurrección en la madera rota y el polvo. Escuchémoslo: "Entonces salió al vasto espacio, bajo las grúas inclinadas y las escaleras. La luz de la única lámpara mortecina, en su círculo herrumbroso caía sobre las pilas de ladrillos y la madera rota y el polvo que en un tiempo había sido casas, donde la pequeña y casi desconocida pero inolvidable gente del pueblo había vivido y amado y muerto y siempre, perdido".

Con distinta piel publicada en forma póstuma en 1955, fragmento inconcluso de una novela y continuación del Retrato, es la saga del muchacho provinciano que llega a la capital. Pero no es un provinciano cualquiera sino un poeta. Y puesto que la aventura es la poesía (o viceversa y la poesía es amiga del azar y enemiga del orden establecido, el viajero desgarra todas las direcciones que pueden serle útiles y conserva sólo la de una desconocida prostituta, pues el poeta espera no tanto dedicarse al periodismo, como dice, sino vivir de alguna mujer. Y el viajero al llegar a Londres se sienta en un bar a tomar cerveza, esperando que por gracia de la suerte alguien le ofrezca hospedaje. Naturalmente ese alguien llega, y se trata de un mueblista ebrio (Nuevo Mentor, nuevo Bloom) quien lo lleva a un cuarto inverosímil donde el recién llegado debe dormir en lo alto de una inestable ruma de divanes.

El "Comerciante en pieles" narra luego endemoniadamente cómo traba relación con la "fourmillante cité / cité pleine de réves", a través de su gira por tabernas y salas de baile en compañía de una trouppe excéntrica comandada por una temible vieja dueña de restaurante que se ha enamorado de Dylan. El libro queda inconcluso al amanecer cuando el poeta se ha sumergido en el más infernal de los tugurios. Como es propio de alguien que no hace distinción entre vida y obra, el final del libro llegó en 1953, cuando tras una gira similar por los bares de Greenwich Village, en una nevosa madrugada, víctima del delirium tremens, Dylan Thomas muere en un hospital. Pero naturalmente la vida no termina con la muerte, cuando la carne se ha hecho verbo como acontece con Dylan Thomas. Y siempre se podrá repetir con él: "la muerte no tendrá señorío".

Sí:

Y la muerte no tendrá señorío. / Aunque las gaviotas no vuelvan a chillar en sus oídos / ni las olas estallen ruidosas en las costas; / aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten / ya más la cabeza al golpe de las lluvias; / aunque estén locos y muertos como clavos / las cabezas de los cadáveres martillearán margaritas; / estallarán al sol hasta que el sol estalle, / y la muerte no tendrá señorío.

Así sea.







En Ultramar, Santiago, N°5 (junio de 1960), p. 3










jueves, 26 de junio de 2008

"Yo no sé cuál es tu hogar", de Jorge Teillier






Yo no sé cuál es tu hogar
pero sé que has perdido tu hogar.

Sé que hay una casa
con ventanas clausuradas.

Pero todas las noches
los caminantes entrevén una luz
siempre encendida
en la cabecera del niño moribundo.

           “No tiene un hogar
           sólo tienes libertad
           de errar por todas las tierras
           sin encontrar hogar”.


No sabes si tu hogar
es la choza que hizo el pescador de truchas
o el castillo incendiado
donde sobrevive sobre el techo
el gallo de acero inoxidable.

No tienes un hogar
no tienes un domingo después de misa
donde repartir pan a bulliciosos amigos
donde las viejas tías siguen tejiendo a crochet
y los ancianos duermen tras el postre de leche nevada.

No tienes un hogar
sólo montones de papeles que cualquiera puede convertir
           en cenizas
sólo ropa que será entregada a las polillas
sólo un lecho que será lanzado al río.

No tienes un hogar
como el anciano chino
que en el año de su suerte vive feliz con un cerdo en casa.

Los tabiques de la noche son demasiado débiles
y no puedes afirmarte en ellos
los ojos no quieren abrirse a la luz del alba
los sargazos te impiden seguir tu paso.

           “No tiene un hogar
           sólo tienes libertad
           de errar por todas las tierras
           sin encontrar hogar”.









Publicado en el libro EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE, 1997.












martes, 24 de junio de 2008

Jorge Teillier nació el 24 de junio de 1935




¡Feliz cumpleaños, don Jorge!


"Cuando yo no era poeta", de Jorge Teillier






Cuando yo no era poeta
por broma dije era poeta
aunque no había escrito un solo verso
pero admiraba el sombrero alón del poeta del pueblo.

Una mañana me encontré en la calle con mi vecina.
Me preguntó si yo era poeta.
Ella tenía catorce años.

La primera vez que hablé con ella
llevaba un ramo de ilusiones.
La segunda vez una anémona en el pelo.
La tercera vez un gladiolo entre los labios.
La cuarta vez no llevaba ninguna flor
          y le pregunté el significado de eso a las flores de la plaza
que no supieron responderme
ni tampoco mi profesora de botánica.

Ella había traducido para mí poemas de Christian Morgenstern.
A mí no se me ocurrió darle nada a cambio.
La vida era para mí muy dura.
No quería desprenderme ni de una hoja de cuaderno.

Sus ojos disparaban balas de amor calibre 44.
Eso me daba insomnio.
Me encerré mucho tiempo en mi pieza.

Cuando salí la encontré en la plaza y no me saludó.
Yo volví a mi casa y escribí mi primer poema.


















lunes, 23 de junio de 2008

"Áncon Inn", de Jorge Teillier




1

Áncon Inn el paraíso de los hombres solteros
donde las noches son verdes y las cervezas azules
hasta ser el paraíso de todos los hombres.


2

Miss Allison: K.0. Martínez la recuerda
y le envía un cesto de guayabas
Y un cesto de sirenas.


4

Este es el Istmo donde solía desembarcar
John Silver con su papagayo al hombro.
Ahora los papagayos se desmayan a la hora del cóctel
viendo pasar los más bellos traseros del mundo.


5

La nostalgia parece asomarse en esta jungla de peces.
Cristina se ha desembarcado en su yate de óleos.


8

En la noche limeña
los virreyes resucitan para oler fritanguitas.
En octubre hasta el cebiche se uniforma de morado.
Juego ajedrez para ganar diez soles en el Parque Universitario
y veo en los profundos ojos de los niños lustrabotas
brillar las joyas ocultadas por los Incas.






Panamá – Lima, 1981


























sábado, 21 de junio de 2008

"Carta a Mariana", de Jorge Teillier





¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
A quien hacerle estas preguntas.

Me escribes desde una ciudad que odias
A las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
Mientras tú oías Bach y pensabas volar.

No creí que iba a recordarte
Ni creí que te acordarías de mí.
¿Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.

Es cierto que haremos el amor
Y lo haremos como me gusta a mí:
Todo un día de persianas cerradas
Hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

Acuérdate que mi signo es Cáncer,
Pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
Para inventar nuevas supersticiones.

Me escribes que tendremos una casa
Aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
Y yo con los amigos tomo demasiado.

Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
Y estás con quien sabe qué malas compañías,
Mientras aquí hay tan pocas personas
A quien hacerles estas simples preguntas:

“Qué canción te gustaría oír,
Qué película te gustaría ver?
Y con quién te gustaría que soñáramos
Después de las nueve y media de la noche?”.































jueves, 19 de junio de 2008

"El poeta en el campo", de Jorge Teillier





(Pintura de Marc Chagall)

También podríamos estar tendidos
en el primer plano del cuadro
con la chaqueta manchada de pasto
y de nuestro sueño
quizás surgirían
un caballo indiferente
una vaca de lento rumiar
una choza de techo de paja.

Pero
el asunto
es que las cosas sueñen con nosotros,
y al final no se sepa
si somos nosotros quienes soñamos con el poeta
que sueña este paisaje,
o es el paisaje quien sueña con nosotros
y el poeta
y el pintor.





























miércoles, 18 de junio de 2008

"Detrás de mí", de Jorge Teillier






La que fue vuelve llorando,
            y no hay manera
de aplacar su pena sola.
La que fue viene llorando, de nuevo es niña.
Sólo una niña que no puede con la tarde.

Le diría que se fuera,
que ya no tengo más aquellas memorias
con puentes y fogatas, donde la luz del día revivía,
donde pasaba un ángel en la noche de San Juan.

Pero no tengo valor para volverme.
Ella me toca el hombro y se detiene
estremecida; nada entiende, y llora.
Cómo puedo tener un rostro yo para enfrentarla.

Y se queda. Y se queda. Y luego calla.
Una luz final vacila,
el viento se levanta, un muro se alza.

Y ella no es más que una niña desvalida
que no puede sobrevivir a cada tarde.







Publicado en el libro EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE (1997).












martes, 17 de junio de 2008

"Ahora vuelvo a encontrar esa luz olvidada", de Jorge Teillier




I.M. Juan Cunha


Ahora vuelvo a encontrar la luz que permitían los días
          verdaderos
que en su rosario vuelven y vuelven a contar
las nubes que las visitan
para enseñarles sus nombres.

Me gustaría estar en el patio de esa casa
y ver pasar un rosario de nubes que sólo yo sabría descifrar.
Y que mi vecina viniera a sentarse junto a mí
y coloreara en silencio su cuaderno de dibujo.

Yo oía a los mapuches pregonando cochayuyo
Yo oía la garlopa del carpintero vecino
Yo cerraba los ojos para no ver las brumas de los
          muelles del futuro
para no ver tantos rostros que los años me robarían.

Murió el mendigo ciego a quien mi madre le daba pan todos
          los días.
Tú ya no coloreas ni los cuadernos de dibujo de tu hijo.
Ya no tengo vecinos y mi casa natal es mi soledad.
Y los amigos que me acompañaron al Depth South
no saben por qué a veces quiero estar solo
y llegar al Hotel Siegmund donde Mario me dice:
“¿Don Jorge, se va a servir lo mismo que hace quince años?”


























jueves, 12 de junio de 2008

"Hacia una poética de Jorge Teillier", de Armando Roa Vial

Originalmente publicado como "La poética del poeta"




No se trata de un recetario —Jorge Teillier descreía de la casuística en la experiencia poética—, pero sí de algunas convicciones del poeta en torno a la poesía, recogidas de la lectura de entrevistas y poemas, como asimismo de notas personales tomadas en múltiples e inolvidables conversaciones. No está de más repasarlas. Jorge Teillier —junto a Enrique Lihn— ha sido uno de los poetas chilenos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

1.- Leer mucho, muchísimo, antes de escribir. Escribir mucho, muchísimo, antes de publicar. Publicar es sólo un accidente y no tarea esencial del poeta (Cfr. Emily Dickinson y Gerald Manley Hopkins).

2.- La poesía no es ajena a otros géneros literarios. Juega con ellos. Tampoco es ajena a otras disciplinas artísticas e intelectuales. El poeta que sólo sabe de poesía no sabe nada de poesía.

3.- Las influencias, lejos de ser angustiosas, son salutíferas. No hay poeta que no se inserte en una tradición. La poesía es un diálogo inmemorial, sin tiempos ni espacios, aunque el poeta busque articular ese diálogo desde un espacio y un tiempo determinados.

4.- En poesía sólo cabe la excelencia y la excelencia es rara. Aspirar a una obra es quizá demasiado; tres poemas buenos bastan para justificar a un poeta.

5.- Huir de toda idea preconcebida sobre la arquitectura del poema. Cada emoción dicta su ritmo y fraseo. Levedad y pesadez no son categorías excluyentes; el pensamiento destila al sentimiento y el sentimiento vivifica al pensamiento. La emoción inteligente es el triunfo de la facultad de dar forma a una experiencia manteniendo cohesión y tensión.

6.- El poema, a pesar de ser hijo de la memoria, es un acontecimiento originario. El poeta busca la a-letia, el olvido del olvido, y para eso ha de ser al mismo tiempo cronista y vaticinador. La nostalgia del futuro es la actualización del pasado en el presente.

7- El poema es un ejercicio de economía verbal. La poesía es un cedazo contra la verborrea, la enfermedad más peligrosa del lenguaje, ya que anula el pensar claro y distinto, indispensable para la consistencia de la emoción proyectada por la palabra. Lo brilloso es la antítesis de lo brillante.

8.- El poeta no es un iluminado. No es ni la voz de la tribu ni el portador de verdades canónicas. Es un modesto artesano del lenguaje. Su lar es la palabra. A ella se debe. Y la fragua desde el silencio creador.

9.- Un poeta no debe adjurar de sus obsesiones o demonios para complacer los dictados de las modas literarias, vengan éstas del mercado, la academia, la crítica o la prensa. La fidelidad a uno mismo es la prueba de fuego de toda creación honesta y auténtica.









Publicado en la "Revista de Libros" de El Mercurio, 3 de junio de 2005.











jueves, 5 de junio de 2008

"Viaje de invierno", de Jorge Teillier



a mis abuelos Georges y Mélanie en el Centenario de
su llegada a la Frontera desde Bordeaux.
A mi padre Fernando, en el exilio, pero
siempre con la Frontera en el corazón.
A mis parientes en el sur.

                              I


Sin hablarme
          bajo el dintel de la casa
          donde no quieres sembrar enredaderas
me diste dos tréboles de cuatro hojas.

Hermana
                    de sangre, de humus, de interminables landas,
de agonizantes cornos de Roncesvalles
o rústicos trombones que anuncian la apertura de la Feria
ahuyentando las hadas que olvidaron recoger sus tazones de
                              leche en las puentes.

Tú no podías adivinar
que yo era uno de aquellos Separados –de Sí— Mismos.
Me diste los dos tréboles
como le hubiese dado tu antepasada
el pequeño reloj de oro que pendía de su pecho
al primo que se iba a las Antillas.

Pero tú nunca ves volar pájaros al Sur del Mundo.

Des lettres vont s’écrirex jusqu'a l’aube des
                                        oiseaux invisibles.



                              II

Las horas valían menos que hojas desechables
daba lo mismo perder un mes, un día, el recuerdo de un día.

No sé por qué volví a esos pueblos.
Generales traidores, mirad mi casa muerta.

Daba igual perder la Misa que la cuenta de la brisca.
Rechacé tantas llaves sabiendo que me quitarían todas.

Fui al Betty Hotel a ver a Venancio y a la Estación
en donde miré a la locomotora a vapor haciendo seniles maniobras.

A la salida de la escuela los niños arriesgan sus polcas.
Saludé al busto de O’Higgins y al tontito del pueblo,

al Secretario del Juez y a una india vendedora de merquén
que ya no tenía plata ni para usar trarilonco.

Fui a la Compañía de Teléfonos y pedí Larga Distancia
¿Pero qué respuesta contestaría a ninguna pregunta?

Colgué el teléfono sin cobro revertido
y salí silbando je suis un voyou.

Caminé por la calle principal hasta el puente construido por Vernioriz.
Había un eco de cierre de cortinas metálicas.

Todo el mundo esperaba el final del Mundial.
Bajo el puente no pasaban las horas ni el amor.


                              III

No
          no eres una Estrella del Alba
eres la hoz de luna inoxidable
esperando la hora del duelo y la venganza.

No habrá perdón
                    para quienes no tenían nada que perdonar.

Tú serás de quienes esperan la Segunda Boda
                    iluminada por el Sol Verdadero,
tú eres la tierra que hará fértil la sangre del odio,
hija del Profundo Sur
                    cansado del ruido de Mercedes Benz, helicópteros
                    y discoteques.

No habrá esperanza para quienes quisieron que se
                    perdiera la esperanza.
No se desenterrarán gentes ni ciudades que se
                    enterraron en vida.
Un apacible sol adormece a los que se creen
                    gozar de un dulce triunfo.
Tú y los tuyos los miran dormir
                    mientras no dejan de brillar
las implacables estrellas de la venganza
                    forjadas en el Ejército de las Sombras.


                              IV

Somos los únicos clientes
en el Club Social.
Losanges de 1895.
Mesones de raulí.
El horóscopo dice que cuide mi cabeza.
Las abejas verdes de tus ojos
disuelven la Bruja Blanca del Gin Tonic.
Pido un Rayo de Jersey
el whiski con jugo de manzana que bebió Bill, el
                    fundador de los Alcohólicos Anónimos
para celebrar el Día del Armisticio.

Tú partes a comprar lentejas porque es lunes.
Te despides sonriendo como en el sur se sonríe a los
                    niños y a los locos.
Chacuy vi añey.
Me siento un Centinela Melancólico al acecho de un
                    poema que no me interesa escribir.
Hoy el alma del vino cantaba en las botellas
Abro al azar El Esclavo de su Finca y escribo en homenaje a
                                        Selma Lagerlöf
aunque tenga sólo una canción, una oscura canción:


                              V

Soy un pobre Gunnard Edde
tambaleando tras perder sus últimos rebaños.
Lucho contra la tormenta del alcohol,
bajo la charlatana lluvia
que en vano quiere fecundar el perezoso campo.
Surge la Casa Solariega
la sordomuda que se pudre lentamente
esperando la llegada de la Dama de la Pena
con su carruaje de renos negros.
Ella se envuelve en una capa de murciélagos vivos
y no aparecen ni un violinista ni una pareja de acróbatas,
pero tú llegas de improviso
y saludamos a la dueña de casa.
La anciana que llevaba flores todos los días a los que
                    no tienen flores ni para Todos los Santos.

No te pregunté por la tumba de tu padre:
el marino condenado a muerte / el seminarista / el
vendedor de vinos / el cazador / el profesor rural.

Tú recogiste una brazada de lluvia de estrellas.
Las calles se llenarían luego de dedales de hadas.


                              VI

Corbán, Corbán debe estar triste
así escribió un poeta de este pueblo.

Un poeta muerto por un tranvía en Londres.
Hay tantos amigos que mueren a lo lejos.

Fui al correo a enviar a Panamá una postal a César Young:
Poeta, no dejes de brindar por mí con Herrerano Blanco

A Juan Cristóbal bucanero de Lima
La nave de oro para que se embarque con Spelucín.

Un ramo de pensamiento silvestre
para la Reina de las Tres Colinas.

A Anny Ondra veneno para el Doctor Caligari,
un perro de Cameron a los poetas del Opus amaestrado.

Un nuevo corazón de escarcha para el Imbunche Cárdenas,
una Bandera de una Patria Nueva a Fernando de la Lastra.

Para la Más Amada un avellano sagrado
y un estanque con relucientes salmones.

Un cuchillo para que me asesinen los amigos
y mi orgullo para la vanidad de todo el mundo.


                              VII

Espero el Bus Rural
que no llega o llega atrasado.
Tu pueblo puede llamarse
Camino del Recodo según el finado Altenor
o Lugar de Sarnosos.
Eso no te importa.
Tampoco me importa
no haber visto El último tren a Yuma
o perder la última micro a Temuco,
o el avión que un día puede dejarme en Quito
esa capital cuyo nombre rima con cuchillo.

Hace frío.
                    Tienes mejillas enrojecidas como las de
                              las serranas de Santiago de Chuco
pero tú no eres de junco o capulí.
Te veo en las caravanas del Far West
mientras tus hermanos cantan:

                                        How I missed her, how I missed her,
                                        How I missed my Clementine
                                        But I kissed her little sister
                                        And forget my Clementine.


Has dicho que estarás conmigo hasta que pase el último bus
en la Plaza de los Sin Tiempo.


                              VIII

Fueron mi Dante y mi Virgilio un lustrabotas y un cartero
guiándome hacia la mejor Bodega de Chicha de Manzana.

Vi jugar al tejo y leí los diarios del domingo
el doble más grueso y tonto que de costumbre.

Por decir que Martín nunca sería campeón y ser amigo de Mano de Piedra
el Dueño brindó conmigo con sidra envasada sólo para su consumo.

salí a buscar versos que rimaran con estos parajes
como Denise, recuérdalo, todo será paisaje,

pero sólo repetía Aún alientas, aún empobreces pasos
                                                  sobre la tierra

y no podía ver sino Un Ángel siempre de pie en una
                                                  columna

y En mi silencio azul lleno de barcos sólo tu rostro vive.

Pero nada valía frente al recuerdo de Jehanne la putita

viajando junto a Blaise en el Transiberiano.


                              IX

Des lettres vont s’écrire jusqu'a l’aube des
                                        oiseaux invisibles.


Un día
                    te escribiré una carta.

Un día
                    cuando todos los sobres sean transparentes
y los hermanos y los parientes no sean condenados a
                                        morir en el exilio
y todos vivamos en nuestro verdadero País.

Te escribiré
porque
como a un ciego me has llevado por las calles.

En la ciudad
                              nadie sabe el significado de los ágaves
ni por qué me niego a regar el Jazmín del Cabo.
Se han perdido dos tréboles de cuatro hojas
                    en lugar donde condené a podrirse mis libros.

Llueve
                    una lluvia que hace crecer los tréboles
a quien nadie les serán arrebatados
y él ágave con el cual brindé por los nuestros en Querétaro.

Llueve sobre los tréboles de Brocelandia y la Ciudad de
                              los Césares.

Los tréboles rojos que nacen para nosotros
los verdaderos dueños de esta tierra.













martes, 3 de junio de 2008

"Paisaje de clínica", de Jorge Teillier





a Rolando Cárdenas.

Ha llegado el tiempo
En que los poetas residentes
Escriban acrósticos
A las hermanas de los maníaco-depresivos
Y a las telefonistas.

Los alcohólicos en receso
Miran el primer volantín
Elevado por el joven psicópata.

Sólo un loco rematado
Descendiente de alemanes
Tiene permiso para ir a comprar “El Mercurio”.

Tratemos de descifrar
Los mensajes clandestinos
Que una bandada de tordos
Viene a transmitir a los almendros
Que traspasan los alambres de púa.

William Gray, marino escocés,
Pasado su quinto delirium
Nos dice que fue peor el que sufrió en el Golfo Pérsico
Y recita a Robert Burns
Mientras el “Clanmore”, su barco, ya está en Tocopilla.

Ha llegado el tiempo
En que de nuevo se obedece a las campanas
Y es bueno comprar coca – cola
A los Hermanos Hospitalarios.

El Pintor no cree
En los tréboles de cuatro hojas
Y planea su próximo suicidio
Herborizando entre yuyos donde espera hallar cannabis
Para enviarla como tarjeta de Pascua
A los parientes que lo encerraron.

Los caballos aran preparando el barbecho.
En labor-terapia
Los mongólicos comen envases de clorpromazina.

Saludo a los amigos muertos de cirrosis
Que me alargan la punta florida de las yemas
De la avenida de los ciruelos.

La Virgen del Carmen
Con su sonrisa de yeso azul
Contempla a su ahijado
Que con los nudillos rotos
Dormita al sol atiborrado de Valium 10.

(En el Reino de los Cielos
todos los médicos serán dados de baja).

Aquí por fin puedes tener
Un calendario con todos los días
Marcados de rojo
O de blanco.

Es la hora de dormir –oh abandonado—
Que junto al inevitable crucifijo de la cabecera
Velen por nosostros
Nuestra Señora la Apomorfina
Nuestro señor el Antabus
El Mogadón, el Pentotal, el Electroshock.

















domingo, 1 de junio de 2008

"El poeta de este mundo", de Jorge Teillier





a René—Guy Cadou (1920-1951)


Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente
reunías palabras que eran pedernales
de donde nace un fuego que no es olvidado.
René-Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero y
            el contrabandista,
vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
Allí eras profesor rural,
el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda,
caminar descalzo,
ver jugar a las cartas en la taberna.
En la noche a la luz de un fuego de espino
abrías un libro mientras Helena cosía
(“Helena como una gota de rocío en tu vaso”).
Tenías un poeta preferido para cada estación:
en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas
            de Ronsard,
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes
y la estación violenta
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de
            Alejandro Dumas.
Tú nunca estabas solo,
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en
            el invierno
Y mientras tus amigos iban al Café,
a la Brasserie Lipp o al Deux Magots,
tú subías a tu cuarto
y te enfrentabas al Rostro radiante.

En la proa de tu barco
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
Tus palabras llegaban
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta
            al fin del mundo.
Y los poemas se encendían como girasoles
nacidos de tu corazón profundo y secreto,
rescatados de la nostalgia,
la única realidad.

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo
            que nos desborda
,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse
            y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos
            del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente
            a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a
            los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
ni el pobre humor de los que quieren llamar la atención
con bromas de payasos pretenciosos
y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada
            que decir.
La poesía
es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.

Pocos saben aquí lo que es un poema,
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
pocos saben lo que es un poeta
y cómo debe morir un poeta.
Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda
            la primavera
mirando un cesto con manzanas.
“He visto morir a un príncipe”
dijo uno de tus amigos.

Y este Primero de Noviembre
cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo
pienso en tu serena y ruda fe
que se puede comprender
como a una pequeña iglesia azul de pueblo
donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan.
Tú hablabas con tu Dios
como al pobre hijo de un carpintero,
pues también sabías que se crucifica todos los días a un poeta
(Jesús tenía treinta y tres años,
Jean Arthur también era Cristo
crucificado a los treinta y siete).
Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran
porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro que
cante en la más alta cima,
y el poeta derribado
es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.