miércoles, 29 de abril de 2009

Entrevista a Jorge Teillier por Vicente Parrini





Se trata de un poeta que nació frente al molino Grobs en Lautaro un 24 de junio de 1935 (día en que se nos fue Carlitos Gardel) y que hoy vive junto al molino de El Ingenio, cerca de La Ligua, en los mismos paisajes que asoló la temible Quintrala. De un hombre que ha publicado 9 libros de poemas (desde Para Ángeles y Gorriones -1956- hasta Cartas Para Reinas de Otras Primaveras - 1985-) adscrito a un sentido de la poesía que denominó “lárico” y que postula un “tiempo de arraigo”, donde lo que importa no es sólo lo estético, sino la creación del mito, de “un espacio y tiempo que trascienda lo cotidiano, utilizando lo cotidiano”. Se trata de un muchacho que no baila ni hace gimnasia y, al igual que Jack Kerouac, prefiere escribir un poema a llamar por teléfono. Se trata de un hombre extraño, vagabundo, que suele reírse de los demás como de sí mismo y promete suicidarse el 24 de junio o el 11 de diciembre, día en que nació Carlos Gardel.

Son las 10 de la noche de un viernes Primero de Mayo y sólo se escucha el agua del río que corre junto al molino. A unos metros, en el interior de una casa de inquilinos, habita Jorge Teillier Sandoval, uno de los más notables poetas chilenos. Acompañado de los 14 gatos de Cristina, su tercera mujer, y el vino -su más fiel compañero-, vaga, como a él le gusta, en este exilio auto-impuesto luego de largos años de permanencia en la capital, donde llegó una tarde cualquiera para estudiar Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico.

Jorge Teillier vive solo (“pero no desvinculado”), rodeado de cerros que parecen venir cerrándose sobre el paisaje de La Ligua, y mantiene extrañas conversaciones con su gato Pedro, un interlocutor que no inoportuna con frases solemnes. El poeta como siempre crea su propio espacio, su tiempo secreto, su relación mágica con el entorno. El poeta sigue siendo un niño que ríe iluminado, imprevisible, que cuenta historias de sus antepasados, del sur en La Frontera, de sus amigos poetas del bar La Unión Chica...

Teillier está cansado, es un poco tarde para preguntas, pero de todas formas comulga con nosotros, así entre silencio y silencio, un cuento, una sonrisa, un poco de esperanza... Como a él le gusta.

¿Por qué escribes poesía?
T
e podría contestar como el poeta “silbo porque tengo miedo de entrar al cementerio”... Sé que escribo versos nada más. Pero lo malo es que a veces no trabajo en la poesía. Según la gente yo no quiero a nadie y eso es malo también... me quiero demasiado a mí mismo. No me quiero porque me autodestruyo, pero autodestruirse es quererse tanto que no soportas al prójimo... Acá en Chile toda la gente anda con cara de puñete, como decía mi amigo el “chico” Molina...

¿Estás dispuesto a dar algún consejo?
Yo no soy del Ejército de Salvación y no tengo ningún mensaje que darle a nadie, ni consejos. No me interesa ni la religión, ni la política, salvo como referencias culturales... (Silencio), pero rezo de vez en cuando... Es como recordar un poema hermoso, es tener fe en los antepasados, en el mensaje de 2000 años.

Cuándo rezas, ¿pides algo para ti o para los demás?
Rezo sin pedir nada para mí ni para nadie... Los dictadores quieren que todos sean como ellos, que todos sean buenos alumnos, son como los rectores de liceo, pero con más poder, por supuesto. Tienen poder de vida o de muerte. En el fondo toda persona que quiere tener poder está perdida... El poder llega solo, sin que tú lo pidas, porque es una gracia.

¿Y los poetas aspiran al poder?
Por supuesto... la mayor parte. Neruda, De Rokha, Huidobro, nuestros maestros, aspiraban al poder. Todos querían ser profetas y no se daban cuenta que hay que estar solitarios... Como decía Baudelaire, “le tengo un miedo de perro a todo aquel que me imite o me lea”. A él le interesaban las putas y las adolescentes, nada más.

¿De qué otra forma se expresa ese afán de poder que tú señalas?
Tenían su tribu, sus seguidores, se odiaban entre ellos en vez de amarse a sí mismos como dice El Evangelio. En el fondo eran dictadores. Claro -agrega sonriendo- que eran dictadores intelectuales: cuando oían hablar de la pistola, como Goering, el jefe de la fuerza aérea del Tercer Reich... Pero, en todo caso, no creo que eso sea malo... todos eran buenas personas.

¿Qué recuerdos tienes de Pablo de Rokha?
De Rokha quería ser único y eso no puede ser, porque el único es mi gato Pedro. Claro que escribió de nuevo la historia de Jesucristo. Tiene una frase muy buena que dice: “Jesucristo marchaba por el Gólgota con la cruz a cuestas sudando como roto chileno”... Es una maravilla que no se le ocurre a nadie.

Y si no el poder, ¿cuál es el principal anhelo de Jorge Teillier?
Jorge Teillier aspira al anonimato más absoluto. Lo único que quiere es tener casa y dinero y publicar cien ejemplares para regalar a los amigos. No me interesa hablar de poesía, prefiero conversar con Marchant -rondín del fundo El Ingenio- o el jardinero... Aprendo más y me aburro menos...

Me da la impresión que tú quieres desaparecer detrás de tu obra poética...
Claro. No me interesa ser personaje, porque cuando te ven así, tu poesía pasa a segundo plano. Por eso me agrada ir al bar de “Don Rocha” en La Ligua. No me interesa si escribes o no escribes. En cambio ser poeta en serio es una responsabilidad.

¿Cuál sería entonces la responsabilidad de un poeta?
Desarrollarse como persona y ser testigo de algo, dar un testimonio que alguien en el mundo pueda recibirlo. Pero tú no escribes para ellos... sino para los que se te parecen y no sabes quienes son. Yo soy un solitario como Rilke. Estar con gente, ser un personaje público me da asco.

Algunos críticos te han llamado “el último de los románticos” y otros “el último de los malditos”.
Lo de maldito es un slogan que me han puesto. Soy un tipo tranquilo de casa, no tengo nada en contra... de casi nadie. Tal vez me relacionan por el trago y porque soy un marginal en el sentido de que no me interesa que me vaya bien con la poesía. Poesía es espíritu. Los poetas verdaderos, entre comillas, escriben para tener figuración y eso a mi no me interesa en absoluto, si me llega me llega. La poesía no es una carrera: eso queda para la hípica...

¿En qué se diferencian los poetas del resto de las personas?
¿De quiénes, por ejemplo?

De los panaderos, por ejemplo...
En nada. Efraín Barquero era panadero y poeta y Santos Chávez era pintor y panadero... Tal vez se diferencian en que se creen distintos y no lo son, eso es todo. Claro que los poetas tienen otras necesidades a los seres corrientes. Necesitan ocio, plata, regalos, mujeres que no molesten, tranquilidad. Quieren tener la vida asegurada y eso no quiere decir que no trabajen. “Orden, lujo y voluptuosidad”, como decía Baudelaire. En todo caso yo no tengo ninguna de las tres cosas, ni tampoco las tendré... son puras aspiraciones no más.

¿Por qué necesitan el orden?
La poesía, por ejemplo, estoy escribiendo mis obras completas y no puedo tener horario fijo... que la gente que me rodea también esté ordenada, me gusta mucho eso.

¿A la gente en Chile le interesa realmente la poesía?
No mucho, pero le tienen respeto. Es un sentimiento ambivalente: creen que los poetas son locos, fracasados o extravagantes, pero además piensan que el país ha ganado prestigio con sus poetas. Claro que si tú dices que eres poeta te miran con sospecha... En este pueblo, La Ligua, por ejemplo, hay una vieja tradición de analfabetismo: el primer periódico se fundó en 1882 y ahora no existe ninguno. Pero bueno... en realidad, ¿para qué van a saber leer? En todo caso a mí me confunden con vendedor viajero, incluso me han creído representante de la Coca-Cola. Además este pueblo no me gusta porque no tiene poeta, y un pueblo sin poeta no es un pueblo.

¿Cuál es el poeta de Lautaro?
Todos los lautarinos son poetas excepto los afuerinos, los extranjeros.

Me contabas que hay un regimiento con más de 1000 hombres en Lautaro... tal vez se pueda encontrar algunos poetas...
En el regimiento no hay poetas... hay puras gargantas no más, como decía mi amigo Lisandro Paulsen, que en paz descanse. Era productor de vino y vendía 70 mil litros al mes. Un día supo que a lo mejor trasladaban el regimiento de Lautaro a Curacautín por razones estratégicas: ¡Qué desastre!, se quejaba, si los militares se van voy a tener 1500 gargantas menos... Era pinochetista, pero le importaban un pepino la doctrina de la seguridad nacional y todo eso. Sólo los veía como gargantas.

En tus poemas aparece en forma recurrente la imagen del molino, en especial aquel frente al cual naciste en Lautaro y que después se incendió...
Ese fue un incendio memorable (un espectáculo grandioso)... Cuando se quemó el molino Grobs frente al cual nací, la gente corría detrás de los carros, corrían a buscar trigo tostado, las mujeres de los bomberos lloraban pensando que sus maridos no iban a volver... A mi primo Osvaldo le gustaban mucho los incendios y era bombero. Nos pedía que lo despertáramos cuando empezara uno en el pueblo. En una ocasión le avisamos y preguntó a cuantas cuadras quedaba. Cuando supo que eran ocho, siguió durmiendo... Aquella noche se quemó la mitad del pueblo porque corría viento y las chispas volaron. Mi primo Osvaldo tuvo que arrancar en pijama a la calle, ya que las llamas llegaron hasta nuestra casa.

Tu padre también fue bombero...
Sí, mucho tiempo, pero después lo echaron cuando salió la ley de defensa de la democracia, en tiempos de Videla, le prohibieron a todos los comunistas ser bomberos... También tuve un tío que era maquinista en la ciudad de Victoria. En la locomotora tenía la foto de su mujer y en su casa la foto de su locomotora. Era comunista como mi padre. Además era despreciado por una parte de su familia, porque se había casado con la muchacha que vendía avellanas frente al teatro del pueblo... Recuerdo a otro tío que fue héroe de la Primera Guerra Mundial en la Legión Extranjera y una frase que siempre usaba con placer: “Suicídate, no te vas a arrepentir”, decía muy serio cuando quería levantar el ánimo...

A esta altura de los recuerdos la conversación se interrumpe cuando vuelve la luz a la casa de El Ingenio, que permaneció a oscuras durante un rato por la caída de unas torres en la Quinta Región. Teillier comenta que prefiere los incendios a la dinamita y apaga la vela que había encendido ante la emergencia. Ha llegado Marchant a entregarle su correspondencia. La madre (que vive exiliada junto a su padre en Sucia) ha escrito una carta y Jorge Teillier un poco triste la lee silencioso.

¿Te agrada recibir cartas?
No mucho porque hay que contestarlas, tengo 92 cartas por contestar...

¿Y escribir cartas?
Sí, pero en La Ligua las deposito en el basurero en vez de echarlas al buzón: tienen el mismo color y la misma forma.

Se puede recurrir al teléfono...
Como decía Jack Kerouac: “si te dan ganas de hablar por teléfono mejor escribe un poema”...

Otra posibilidad es vivir de los recuerdos...
No. Considerando a toda la gente a la que debo plata más vale que me olvide. En todo caso no tengo mala memoria, más bien buena. Aunque sea la inteligencia de los tontos, es fundamental para un poeta tener buena memoria.










en revista Kritica, octubre de 1987.