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jueves, 7 de febrero de 2008

"La última isla", de Jorge Teillier




De nuevo vida y muerte se confunden
como en el patio de la casa
la entrada de las carretas
con el ruido del balde en el pozo.
De nuevo el cielo recuerda con odio
la herida del relámpago,
y los almendros no quieren pensar
en sus negras raíces.

El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje,
pero sólo encuentro esas palabras irreales
que los muertos les dirigen a los astros y a las hormigas,
y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría
como la luz de una jarra de agua
lanzada inútilmente contra las tinieblas.

De nuevo sólo se escucha
el crepitar inextinguible de la lluvia
que cae y cae sin saber por qué,
parecida a la anciana solitaria que sigue
tejiendo y tejiendo;
y se quiere huir hacia un pueblo
donde un trompo todavía no deja de girar
esperando que yo lo recoja,
pero donde se ponen los pies
desaparecen los caminos,
y es mejor quedarse inmóvil en este cuarto
pues quizás ha llegado el término del mundo,
y la lluvia es el estéril eco de ese fin,
una canción que tratan de recordar
labios que se deshacen bajo tierra.






* Ésta es la versión definitiva publicada en MUERTES Y MARAVILLAS, publicado en 1971, perteneciente a la primera de ocho partes, sección que fue llamada "I. A los habitantes del País de Nunca Jamás", siendo ahí el sexto poema. La versión original de este poema fue publicada en 1956, en el libro PARA ÁNGELES Y GORRIONES.


Alteraciones históricas detectadas:
(En negritas los cambios -introducción, yuxtaposición, error o supresión- dados entre los distintos libros. Los versos por estrofa están designados como vX, siendo X el número del verso que corresponda.)

Segunda estrofa: el v2 y el v3 cargan con pequeñas diferencias en la versión de PARA ÁNGELES Y GORRIONES; estos versos son: “pero sólo encuentro esas palabras irreales, / que los muertos les dirigen a los astros y las hormigas,”.

Tercera estrofa: son de todo tipo las diferencias entre las dos versiones, estando la mayoría de ellas aproximadamente en la mitad de la estrofa, por lo que prefiero –para una mayor claridad—transcribir íntegramente la estrofa de la versión original: “De nuevo sólo se escucha / el crepitar inextinguible de la lluvia / que cae y cae sin saber por qué, / parecida a la anciana que teje / sin recordar que su nieto ha muerto. / Y se quiere huir / hacia un pueblo donde aún es joven la vida, / y el un trompo lanzado por un niño / todavía no deja de girar, / esperando que yo lo recoja, / pero donde se ponen los pies / desaparecen los caminos, / y es mejor quedar inmóvil en este cuarto, / pues quizás ha llegado el término del mundo, / y la lluvia es el estéril eco de ese fin, / una canción que tratan de recordar / labios que se deshacen bajo tierra. // ”.

© Notas de Juan Carlos Villavicencio






lunes, 21 de enero de 2008

"Puente en el sur", de Jorge Teillier





Ayer he recordado un día de claro invierno. He recordado
un puente sobre el río, un río robándole azul al cielo.
Mi amor era menos que nada en ese puente. Una naranja
hundiéndose en las aguas, una voz que no sabe a quién llama,
una gaviota cuyo brillo se deshizo entre los pinos.

Ayer he recordado que no se es nadie sobre un puente
cuando el invierno sueña con la claridad de otra estación,
y se quiere ser una hoja inmóvil en el sueño del invierno,
y el amor es menos que una naranja perdiéndose en las aguas,
menos que una gaviota cuya luz se extingue entre los pinos.









domingo, 6 de enero de 2008

"Bajo un viejo techo", de Jorge Teillier




Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
y mira lleno de miedo hacia la ventana,
pues sabe que ninguna estrella resucita.

Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
escuché los consejos del reloj de péndulo,
supe que el viento vuelca una copa del cielo,
que las sombras se extienden
y la tierra las bebe sin amarlas,
pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano.



















jueves, 20 de diciembre de 2007

"Imagen para un estanque", de Jorge Teillier





Y así pasan las tardes:
silenciosas, como gastadas monedas
en manos de avaros.
Y yo escribo cartas que nunca envío
mientras los manzanos se extinguen
víctimas de sus propias llamas.

Hasta que de lejos
vienen las voces
de ventanas golpeadas por el viento
en las casas desiertas,
y pasan bueyes desenyugados
que van a beber al estero.
Entonces debo pedirle al tiempo
un recuerdo que no se deforme
en el turbio estanque de la memoria.

Y horas que sean
reflejos de sol
en el dedal de la hermana,
crepitar de la leña
quemándose en la chimenea
y claros guijarros
lanzados al río por un ciego.















jueves, 6 de diciembre de 2007

"Nieve nocturna", de Jorge Teillier





¿Es que puede existir algo antes de la nieve?
Antes de esa pureza implacable,
implacable como el mensaje de un mundo que no amamos
pero al cual pertenecemos
y que se adivina en ese sonido
todavía hermano del silencio.
¿Qué dedos te dejan caer,
pulverizado esqueleto de pétalos?
Ceniza de un cielo antiguo
que hace quedar solo frente al fuego
escuchando los pasos del amigo que se va,
eco de palabras que no recordamos,
pero que nos duelen como si las fuéramos
            a decir de nuevo.

¿Y puede existir algo después de la nieve,
algo después de la última mirada del ciego a la palidez
            del sol,
algo después que el niño enfermo olvida mirar
            la nueva mañana,
o, mejor aún, después de haber dormido
            como un convaleciente
con la cabeza sobre la falda
de aquella a quien alguna vez se ama?
¿Quién eres, nieve nocturna,
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo?
¿O qué importa quién eres?
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos,
no recordar nada, no preguntar nada,
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.





 



jueves, 22 de noviembre de 2007

"Otoño secreto", de Jorge Teillier







Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada
por la turbia memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.





 


lunes, 12 de noviembre de 2007

"Un jinete nocturno en el paisaje", de Jorge Teillier






Siento correr por las venas del campo
un jinete nocturno enmascarado.
La noche. Galopan en caballos robados
los cuatreros arreando los vacunos.

Surgen los trenes. Las reses se levantan
allá en los grandes galpones de madera.

Es la noche, de nuevo. Mi abuelo se despierta,
rehecha su condición antigua
y contempla, como ayer, al trigo.
Debe andar mi abuelo por los campos recién arados
hablando con los pinos, espantando gorriones.
Mi abuelo tiene una voz profunda, aprendida del tiempo.
El campo está solo, tembloroso. Y él lo mira.

El vino es un joven bonachón y alegre.
Sucede que quiere iluminar la noche
y baja a las aldeas, envuelto en una manta.

La mañana tiene olor a pan recién amasado.
La ropa recién lavada dice “adiós” en los patios.
Un fantasma penetra en la leñera.
Más allá de las nubes viene el granizo,
bandolero blanco, asaltante de huertos.

Y es la noche.
Va a penetrar al pueblo
un jinete nocturno enmascarado.













jueves, 25 de octubre de 2007

"Sentados frente al fuego", de Jorge Teillier






Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por la llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.

Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
-Yo llenaba esas manos de cerezas, esas

manos llenaban mi vaso de vino-.
Ella mira el fuego que envejece.






Del libro Para Ángeles y Gorriones, publicado en 1956.