martes, 27 de abril de 2010

Entrevista a Jorge Teillier por Hernán Ortega Parada

Fragmento






¿Cree en Dios?
No sé si creo o no creo en Dios pero el hecho de pensar en Dios quiere decir que existe. Ahora, simpatías por alguna religión determinada: no. Por tradición debería ser católico y por un momento sentí que el movimiento Carismático, en Chile, tenía un tercer mundo espiritual que me gustaba en el sentido que la gente se elevara, fuera más allá de sí misma. También me parece interesante el papel de la caridad, que es como la clave de todo –como decía Rimbaud-. La Iglesia es madre de la caridad, de la fe y de la esperanza. Krishnamurti dice que “la esperanza es lo peor que le puede ocurrir a un hombre”. Ningún ser humano debe tener esperanzas... porque ya es desdichado teniéndola. Mejor es ser caritativo. Y la fe también puede ser destruida. En cambio, la caridad no. Tú puedes dar y recibir. Creo en esa permanencia. Soy una molécula en el Universo y nada más. No soy una caña pensante porque pienso muy pocas veces. En eso no soy pascaliano.

¿Qué trabajos extra-literarios ha desarrollado dentro de Chile?
Fui profesor de Historia, de liceo, por dos años, lo que también está relacionado con un trabajo creativo, está relacionado con la literatura. Después, veinte años en la Universidad de Chile, siempre con escritores o científicos, que son creadores porque escriben sus artículos; entonces, gente ligada a la creación literaria en cierto modo. Algo extra-literario sería lo que me pasa ahora, en que realmente vivo más en el campo que en la ciudad. Pero que no me disgusta porque también hay un trabajo creativo, como injertar cosas, hacer jardines, preocuparse de cómo viene el río, el agua, formar una cooperativa con la gente de los pueblos. Creo que nunca he hecho un trabajo extra-literario, fundamentalmente. La literatura vive de las vidas de literaturas.

¿Cómo desea que se le recuerde en el tiempo?
Es una pregunta muy impersonal. Seguramente todo el mundo se va a olvidar de uno, pero... puedo quedar presente en algún texto. Quiero que me recuerde algún muchacho que descubra mis poemas y que le ayuden a vivir. Los poemas de un poeta muerto hace cien años –suponiendo que el mundo viva cien años más-, que yo sea un amigo intemporal. Los poemas que recordaran mis nietos; porque yo tengo un gran arraigo con mi familia.

¿Cómo se genera en su mente la concepción de un poema, cuento o ensayo? ¿Cómo identifica ahora ese principio?
Yo creo que ha habido varias etapas, en cuanto a escribir un poema, para mí. De pronto me nace de una sola frase, incluso al azar. Que “dos personas se conocen y se miran al espejo, una va a morir si se aman”: a partir de eso hay una idea poética muy curiosa. Eso lo escuché en una micro, en un viaje de La Ligua a Cabildo. Los amores siempre son como rayos pero no hay que mirarse en un espejo al mismo tiempo. Eso me pareció como un tema poético. A veces son palabras, a veces son situaciones poéticas, a veces quiero resucitar algo, evocar algo, contar la vida de un personaje. Tengo un poema dedicado a un viejo boxeador, sobre el que Braulio Arenas me dijo que le gustaba mucho porque había un distanciamiento respecto del “objeto” al “sujeto”, de quien crea a quien es descrito Creo en el trabajo últimamente, creo que uno debe estar escribiendo siempre, tomando notas. Ahora, que la lectura es para mí un vicio, entonces me estimula mucho y me dan deseos de escribir. Pero como han escrito lo mismo que yo, a veces digo para qué intentarlo. Pero, pienso que un poeta debe leer mucha poesía. Porque hay una creencia muy extraña –la que he escuchado muchas veces- “Yo no quiero leer o no quiero escribir, para no imitar a nadie y porque no quiero repetir”. Al contrario, uno tiene que desarrollar una sola cosa. Todos los temas están hechos, todos los árboles crecen si tú los plantas. Entonces, el tuyo va a crecer de otra manera que el que plantó el vecino.

¿Cómo y en qué momento califica los méritos de su obra? ¿Sus juicios autocríticos son siempre seguros o le provocan dudas y cambios constantes?
De los méritos de mi obra creo que puedo hablar como de los méritos míos. No estoy conforme conmigo mismo; por lo tanto, no lo puedo estar con lo que he escrito. Y no he escrito lo que debiera, así como en cantidad como en calidad: he sido muy flojo. Me gustan varios poemas míos, los creo bien logrados. En general, estoy disconforme cuando escribo un poema y, a veces, tan conforme que lo leo a los amigos, lo que es una especie de perversidad, “infligir un poema” a alguien es un castigo. Lo que pasa es que escribir me produce un exceso de concentración: no puedo dedicarme a otras faenas. La autocrítica es muy fuerte. Escribo diez o quince veces cada poema. No los corrijo sino que escribo otros poemas. Después, leo los diez poemas y elijo el que me gusta más; sólo entonces ése lo paso a máquina. ¿Y las contraversiones? Al tacho, como dicen los jugadores de poker.

¿Ha sentido flaquear su vocación literaria alguna vez?
No, porque sería como dejar de respirar. Me sentiría muy molesto, estaría muerto. Puedo dejar de escribir pero siempre tengo el remordimiento de no escribir; entonces, tendría que encontrar –y no he encontrado- algo que reemplazara no diré esa vocación sino esa forma de vida. Ganar mucho dinero en algo, hacer una empresa de colonizador, o sea una cosa creativa, o si no retirarse sencillamente a la meditación. Pero eso no es gratis, no tengo vocación de ermitaño.

Sobre lo que llaman “ego”, ¿el suyo lo estima normal, menor o mayúsculo? ¿Y cómo lo definiría?
Creo que todo el mundo tiene un ego mayúsculo. Yo no lo demuestro pero creo que soy más bien orgulloso que vanidoso. Me gustaría tener un ego normal. No tengo la capacidad de introspección para decirlo pero hay momentos en que me siento demasiado por sobre los demás, por circunstancias parciales, por haber escrito un buen poema. Pero no es mirar con desprecio a los demás, sino decir que he hecho algo que pocos pueden hacer. Y otras veces me siento muy disminuido por el caso de no poder alcanzar un mayor bienestar para los míos. Ahí siento disminuido mi ego. Pero, son situaciones muy contingentes, muy oscilantes. Tan oscilantes como la vida.

¿Cree que es suficiente la preparación de un escritor sin salir de Chile?
Creo que sí. Aunque pienso que es bastante bueno que todos salieran una vez en su vida para que no estuvieran soñando con el Viejo Mundo, con Tenochtitlán, con los Estados Unidos, con Nueva York y otras ciudades estimulantes. Claro, si hubiera una república ideal se debería dar un viaje a un escritor para que viera realmente como es otro mundo. Nuestro querido Chico Molina vivió en París durante diez años... mentalmente, o toda su vida. Cierta vez le llegó una beca de una señora norteamericana, que le regaló cinco mil dólares y el pasaje de ida y vuelta en primera clase de barco. Porque él escuchó hablar de París, sabía más de París que ella y entonces lo premió con ese viaje.

Yo creo que un escritor puede desarrollarse en Chile. Ahí está Pezoa Véliz, que nunca salió de Chile. Yo he leído su diario de vida y no demuestra mayor interés por viajar. Un González Vera viajó pero también no era hombre de viajes. Creo que estamos en un universo planetario en el cual ya no es tan necesario viajar como antes. Lo que pasa es que en Chile (de 1988) estamos aislados culturalmente. Eso me parece peligroso. Por ejemplo, a la Universidad, cuando yo estaba allá, llegaban setecientas revistas en canje, de todo el mundo. Ahora, como la Universidad no tiene revistas no llegan revistas. Entonces, hay un aislamiento que apenas puede ayudar a mejorar. Los institutos de cultura no lo hacen tan bien como antes, tampoco. Yo creo que es conveniente para un escritor que viaje a lo menos una vez en su vida, que esté un año afuera... para que eche de menos a Chile, por último. Para la Mistral fue más fundamental que para Neruda: vivía recordando a Chile pero odiaba, según entiendo yo, vivir en Chile. Ella misma dice, creo que en una de sus cartas, que “en Chile sería una jubilada y me llamaría la Gaby”. En cambio, en el extranjero le dieron el Premio Nobel antes que el Premio Nacional de Literatura en Chile. Neruda tuvo su gran experiencia de soledad en el extranjero, donde escribió su mejor libro, tal vez, “Residencia en la Tierra”. Huidobro también era un cosmopolita. De Rokha, siendo un hombre esencialmente chileno, también estuvo tres años en el extranjero, viajando como pícaro, o sea, explotando un poquito su fama y su prestancia. Viajó hasta México, estuvo en China. Todos nuestros grandes poetas han vivido en el extranjero y yo creo que les ayudó mucho eso para su divulgación internacional y para que aquí los respetaran; porque el chileno tiene la curiosa costumbre de descalificar al que no ha viajado al extranjero y creer que en el extranjero es un punto más.

Cuando hablé con Neruda, él hablaba más bien del sur porque, como éramos coterráneos, prácticamente nuestras conversaciones eran sobre la infancia de él en Temuco y la mía en Lautaro. No hablaba mucho conmigo del extranjero pero en sus memorias le daba una importancia fundamental. Llegó a Rangún, después estuvo en Calcuta, en Nueva Delhi, donde hace muy mala referencia de Nehru. En cambio, Malraux habla muy bien de Nehru. Neruda partió escribiendo “Residencia en la Tierra” desde aquí porque “Galope Muerto”, el poema con que me parece se inicia, fue publicado por “Atenea” el año 27; o sea, ya partió con una nueva forma de escribir, que venía precisamente de sus lecturas inglesas. Tiene mucho que ver con James Joyce, incluso él fue traductor de Joyce. Yo publiqué dos poemas de James Joyce traducidos por Neruda. Para él fue muy importante España, también. Como él mismo dice: “lo marcó en el corazón”. Allí se pasó al partido comunista y se hizo militante de fila. Y los que dicen que Neruda se echó a perder por la política, no es cierto; porque yo creo que el “Canto de Amor a Stalingrado” es un hermoso poema, bien hecho. También cayó en populacherismos pero él se sirvió del partido más que el partido de él, ya que Neruda era un hombre muy “habiloso”, muy astuto, muy inteligente también. Claro, creo que sin el extranjero Neruda habría sido un poeta local y nada más.

¿Cree que es posible ser “escritor” sin publicar libros?
Creo que Jean Cocteau decía que “poeta es un escritor que no escribe”; pero él escribía mucho y por eso aquello no pasa de ser una boutade. Una broma. Bueno, nuestro inolvidable Chico Molina era un escritor que no escribía; un “hablante”, como dirían los aficionados a la literatura. Hay muchos que nunca han publicado y guardan sus manuscritos por inercia o por horror al público, como por horror a arrepentirse de haber publicado. Está el caso de Alberto Rubio, que demoró veintiséis años en publicar su segundo libro porque tenía horror –creo yo- a superar el primero. Y es una cosa muy extraña: nadie comenta el libro de Alberto Rubio, como si hubiese dejado de existir en 1952.


¿Cuál es su obra –a juicio suyo- más completa y representativa?
Mis obras más completas y representativas son mis hijos, por supuesto. De carne y hueso, Sebastián y Carolina. Ella escribe poesías también y ha publicado en revistas peruanas; y es actriz.

Si tuviera que elegir un libro, sería Muertes y Maravillas, una antología de 1953 a 1971, donde hay muchos poemas rescatables, creo. Alone puso siete poesías mías entre las cien mejores chilenas. Con Alone, tuve correspondencia: me escribió pidiendo mi opinión sobre su última edición de las Cien Mejores Poesías Chilenas, de 1963. Preparaba una nueva edición y pedía mi permiso para publicarme poemas. Cosas que no hacían y no hacen los antologadores. Yo le mandé diez poemas para que él eligiera y, además, dándole otros nombres. Publicó a Rolando Cárdenas. Y yo le dije, entre paréntesis, que aunque él se ofendiera, De Rokha había escrito algunos de los cien mejores poemas chilenos, aunque él lo tratara de todo. Es decir, a Neruda lo tenía como enemigo público número uno y a De Rokha como el número dos. Y Alone publicó un poema de De Rokha, o dos, no recuerdo. Era un caballero.

¿Su obra es de qué complejidades si pudieran observarse algunas líneas?
Yo mismo me autocalifiqué como poeta lárico; o sea, me puse como insecto dentro de un insectario. Tengo una línea similar a poetas que admiro. He aprendido mucho a usar algunas técnicas de poetas como Apollinaire, Blaise Cendrars y René Caddou, otro poeta francés, de provincia, que tiene una gran relevancia actualmente. He estado leyendo una antología francesa en la que, curiosamente, los autores de 50 ó 60 años están vueltos hacia el paisaje, como René Char, poeta surrealista: su obra fue totalmente así. Para navidad una amiga me regaló las obras completas de René Char y tiene un poema sobre un molino y una higuera. Resulta que la casa de Cristina está frente a un molino y a una higuera. “Correspondencias” se llama eso, supongo yo.

¿Por qué escribe?
Es difícil decirlo. Es difícil dejar de escribir. No soy grafómano. Puedo dejar de escribir pero estoy escribiendo mentalmente y me despierto reprochándome no haber escrito. No importa qué. Cuando no puedo escribir, empiezo escribiendo cartas o conversando y así corro el peligro de transformarme en un charlatán y entonces eso me da un poco de miedo. Por eso es bueno estar solo. Hablo con los gatos, que entienden bastante bien de todo: son muy psíquicos.

¿Qué horarios dedica a escribir? ¿Se siente búho o alondra?
Por favor, no quiero ser la alondra que interrumpió el coloquio de Romeo y Julieta. Sería un pérfido pajarito esa alondra. No. Soy un búho, pero no un sabio como los búhos. Más bien un tucúquere, que es un búho chileno. Escribo de noche; cuando estoy en trance de escribir, por supuesto.

¿Le ha dado la literatura tranquilidad económica?
Una pregunta que en Chile es muy difícil responder en forma afirmativa. La Mistral vivió siempre de la diplomacia y no de sus obras; Huidobro era millonario –lo que no es un defecto; al contrario, da placer: me gustaría mucho ser millonario-; De Rokha vivió vendiendo libros de puerta a puerta, prácticamente. Me ha dado formas de viajar lo que es otra manera de ganar dinero,¿no es cierto? Viajar por ocho o nueve países es una buena compensación económica. He ganado premios y dinero, pero no para vivir. Para vivir en Chile de la literatura hay que dedicarse al periodismo o ser un profesional del arribismo, cosas que no me gustan. Arribismo social, literario y político: es ser muy blando para aparentar ser fuerte; o sea, hay que ser muy falso. Yo puedo ser muy hipócrita pero no quiero practicarlo.

¿Qué pienso del Premio Nacional de Literatura?
Pienso que me gustaría mucho recibirlo. Eso significaría una tranquilidad económica. Fuera de eso, pienso que ha estado generalmente dado en forma vergonzosa y que en este momento (1988) los escritores no forman parte del jurado: es como para que un escritor serio y digno deba rechazarlo, no podría aceptarlo.

Por favor, mencione tres autores chilenos y tres extranjeros que gocen de su especial preferencia (no importa época). Razones breves en cada caso.
Hoy puedo tres y tres, y mañana otros tres y tres. Supongo que no importa mucho. Serán los primeros que me vengan a la memoria, mejor eso. En estos momentos tengo de cabecera –aunque nunca duermo con un libro en la cabeza ni pongo un libro bajo mi cabeza-, estoy leyendo mucho, a Francois Villon: cómo se ríe de él mismo, cómo sufre; me parece un poeta totalmente de ahora, de este tiempo. Rilke, sí; pero Rilke no me gusta demasiado porque asumió la posición de “el poeta”, aunque eso es casi indispensable. Mucho me gusta también Blaise Cendrars, aunque él y Apollinaire son casi parecidos. Chilenos: curiosamente, me gusta Alberto Blest Gana, por El Loco Estero, que escribió a los ochenta años; también Juan Emar, por un libro que se llamaba Ayer; y ciertas prosas de Braulio Arenas –no todas-, como El Libro del Ajedrez y “El Firmamento de Mónica”.

¿Cómo define la vocación del escritor?
No sé bien lo que significa vocación. No podría ser orientador vocacional. ¿Es el deseo de ser algo para siempre? Es decir yo quiero ser éste y no otro, yo quiero ejercer esta tarea o no ejercerla. Nací para esto y no para esto otro... Porque hay tantas vocaciones. T.S.Eliot era un correcto empleado bancario y un gran poeta. Wallace Stevens, jefe de una compañía de seguros norteamericana y un gran poeta. Son como esquizofrenias: cuando tú eliges ser escritor ya se tiene, en Chile, un punto en contra: tienes que ganarte la vida como escritor, empresa casi imposible. Yo creo, como dice la vieja gente, que uno puede elegir ser escritor, cuando viste buena ropa, cuando puede ganar a mucha gente. Pero yo sé quién es un verdadero escritor apenas hablo con él, cuando sé lo que come, lo que bebe, lo que habla, los lugares que le gustan. Nunca pensé que mi vocación era llegar a ser escritor. A mí me gustaba la historia pero mi ambiente me llevó a escribir, a expresarme y expresar cosas –yo te digo- más bien inconscientes. Conscientemente yo debiera ser profesor de historia o historiador, pero mi dirección la hizo otro que no soy yo. Me di cuenta que era un mundo donde yo realmente estaba vivo: escribir poemas, leer poemas, mis amigos escritores, el rechazo de la sociedad hacia mí también era bueno; me gustaba no por masoquismo sino porque me daba cuenta que era bueno ser diferente para [sentir que] “yo tengo un mundo propio y ustedes no pueden entrar si no son parecidos a mí”. Es como el amor, ¿no? Tú no te enamoras de alguien que no te pertenece. De la poesía y la literatura no puedo decir que soy “dueño”, pero sí pertenezco a ellas. Ahí me siento bien. O es como son los ajedrecistas: nacen jugando ajedrez y no saben por qué; no saben por qué aprendieron a mover las piezas mirando al papá. Como Capablanca, que fue campeón mundial.

¿Cómo define usted la literatura?
Ya te dije: como el arte de decir bien las cosas, organizar bien un pensamiento, llevar adelante un mínimo de vocación. Con respecto al visionario, para mí la poesía es de visionarios. El literato no es un visionario, es un obrero del ring. Los boxeadores dicen lo siguiente, o los managers: que el verdadero boxeador suele ser errático, o sea, nunca sabe lo que va a improvisar. En cambio el otro, es un obrero que hace bien las cosas pero siempre hace lo mismo. Es la diferencia.

¿El escritor nace o se hace?
Pregunta de sastre. El bien vestido nace o se hace. ¿Escritor o poeta? Son dos cosas distintas. El escritor puede hacerse, por supuesto. El poeta, creo que no, porque hay algo, yo diría, de piel. Tú sabes quién es poeta y quién no lo es. Por lo menos yo distingo a un poeta verdadero aunque sea malo, de alguien considerado buen poeta que utilizando nada más que su cerebro y ciertos trucos al final va a [dejar] poco o nada.

¿Tiene el escritor alguna misión especial? Favor, explique.
Tiene la misión de leer lo más posible. De publicar lo menos posible.

¿Cree posible el desarrollo de la literatura sin el aporte de la crítica profesional?
Dado el caos de circunstancias que hay ahora, creo que no. Bueno, si yo soy un escritor millonario, como era Valéry, publico cien ejemplares para mis amigos y me da lo mismo la crítica. Pero el muchacho que está surgiendo o el escritor que quiere ser conocido, necesita que un crítico tome su libro para bien o para mal. Mal necesario y bien necesario, da lo mismo.

















en Jorge Teillier, arquitectura del escritor, 2004















jueves, 15 de abril de 2010

"Variaciones sobre la noche", de Jorge Teillier







“He sido un conocido de la noche. He salido a pasear bajo la lluvia y he vuelto bajo la lluvia. He ido más allá de la luz más lejana de la ciudad. He contemplado la callejuela más triste de la ciudad. He pasado junto al sereno que hacía su ronda...” Entre estos conocidos, de los cuales habla el gran poeta norteamericano Robert Frost (el predilecto de John Kennedy), sin duda los más fieles los poetas y escritores. La noche es la gran compañera de la mayoría de ellos, aún cuando por supuesto no faltan excepciones como las de Ramón Gómez de la Serna, el cual prefería madrugar para ver aparecer el alba antes de empezar a escribir, y nuestro Joaquín Edwards Bello que en una de sus crónicas se autodeclara “chiflado” porque le gusta estar durmiendo a las diez de la noche, y levantarse temprano para dar una vuelta descalzo por el pasto o regar un árbol. Pero basta decir “la noche” para verla junto a Francois Villon en el París de cellisca y rondantes aullidos de lobos, cuando el mal colegial y gran poeta salía con sus compañeros a robar las enseñas de las posadas, basta nombrarla para tener junto a nosotros al pálido Edgard Allan Poe yaciente en ella en una calle de Baltimore, después de amarla tanto como Dupin, su personaje (el precursor de Sherlock Holmes) que no soportaba la luz del día y vivía iluminado por bujías en una casa de persianas eternamente cerradas.

El romanticismo practicó el culto nocturnal, a partir del melancólico Young que conmovió a Europa con sus Noches. No hubo poeta romántico que no la cantara o exaltara como la faz verdadera de la vida. Y no es raro que, como reflejo, el siglo diecinueve llegara a estas playas portando también su cargamento nocturno. Pues la vida noctámbula comienza en Santiago casi al fin de la Colonia, hacia 1808, según cuenta José Zapiola en sus Recuerdos de Treinta Años. En ese tiempo se instalaron los primeros Trucos como se llamaban los cafés (uno estaba instalado en el Portal Fernández Concha), en donde desde mediodía a cualquiera hora de la noche se jugaba al naipe (o sea, al monte, la malicia, el mediator, la báciga, etc.). El billar se introdujo hacia 1820. Los espíritus más festivos pasaban el Mapocho para acudir a las casas de fonda y chinganas en donde campeaban música y baile. En 1884 se inauguró un establecimiento que estaba abierto toda la noche. Era el Hotel Central (Merced esquina de San Antonio) que tenía un restaurant en la parte baja. Cerrado éste por las autoridades el más popular fue el Café de la Bolsa, en donde, según cuenta Vicuña Cifuentes, se bebía preferentemente (y en copas de plaqué provistas de correspondientes bigoteras) un ponche llamado Tomayeri (abreviatura de Tom y Jerry). El estremecimiento finisecular alargaba las noches santiaguinas antes de despertarse a un nuevo siglo. Entonces surgió el primero de nuestros poetas malditos, el baudeleriano Pedro Antonio González (“quizás soy un mago maldito”, decía de sí mismo), paseante solitario, bebedor solitario de los bodegones de la Chimba, en los cuales el tinto se transformaba para él en “ardiente Falerno”, y las pobres y desarrapadas mujeres de la vida en hetairas (“Vírgen báqueica y tísica, bebe”). De él escribió Francisco Contreras: “Solía vérsele a veces por las calles errando solitario apoyado en su bastón, descuidado el traje, el cigarrillo en los labios, un libro bajo el brazo como persiguiendo intangibles visiones del aire con la mirada siniestra de sus ojos divergentes”. En la primera década de este siglo un grupo de poetas concurría al “Cola de Mono” situado en San Diego con Plaza Almagro. Otros a la llamada “Piojera”, gran expendedora de la nacional chicha baya, situada en calle Zañartu. Y los más encopetados concurrían al restaurant de “Papá Gage” en calle Huérfanos, al “Coppola” de Agustinas con Miraflores, a la “Confitería Palet”, de la calle Estado. Pero, simplemente, era corriente que los jóvenes poetas de ese entonces recorrieran las calles bajo la dudosa luz de los mecheros de gas, conversando y recitando hasta la llegada del alba.

Extraños fantasmas entregó la noche santiaguina la llamada Generación del Año 20. El más típico fue Alberto Valdivia, más conocido como “el cadáver”, precoz y extraordinario poeta consumido por la morfina, que recorría los bares con su violín al brazo. Homero Arce en un reciente artículo sobre el poeta Rosamel del Valle recuerda los cenáculos de la que fue (tal vez) la más bohemia de las generaciones: “El Jote” donde había buenos platos por sólo cuarenta centavos, “El Hércules”, “La Bahía”, los bares alemanes con orquestas de ciego de San Pablo y Esmeralda, un poco más tarde el “Black and White”. Y la “Ñata Inés” de calle Eyzaguirre en donde, según se cuenta, el adolescente Neruda, llegado de la noche oceánica poblada de ladridos y de coigüillas de Temuco, dejaba en prenda de pago su capa heredada del padre ferroviario. Coetáneamente, transnochaban también –pero sólo tomando café con leche– en “Los Inmortales” Manuel Rojas, González Vera, Silva Castro y otros no devotos al más popular entre los chilenos de los dioses olímpicos.

También se desplazaron hacia San Diego muchos de los integrantes de la Generación del 38. Uno de ellos, el más extraño y prometedor de todos (para hablar en lenguaje deportivo) Héctor Barreto, personaje lunar que vivía viajes imaginarios sin salir días enteros de su lecho, y que dejara antes de los diecinueve años cuentos de una imaginación inusitada en la narrativa chilena, fue muerto a la salida del Café Volga por un grupo de nazistas el año 1937. Pero de esa generación, el más notable de los “conocidos de la noche” fue sin duda Teófilo Cid, el poeta y escritor que de dandy del Ministerio de Relaciones, pasó a ser –según el decir de Gonzalo Rojas, su compañero en poesía– “el lobo estepario de las noches santiaguinas”. Teófilo Cid, hombre de desusada cultura, llevado de una irresistible animadversión a un medio donde impera la mediocridad prefirió inmolarse en la noche, como un budista en las llamas, antes que aceptar los convencionalismos. “Hay estrellas en tu nombre/ Cuando una lenta espera me domina/ con su atroz desesperanza” le escribía a la noche. Consumido por ella murió en 1963, no sin pronosticar antes que más de alguien en sus funerales diría que “había muerto el último bohemio”. Yo mismo –nos decía– he asistido al entierro de una infinidad de “últimos bohemios”. Sin duda, los escritores (corriente universal de estos días) han tomado conciencia de ser trabajadores de un oficio, y se cuidan de cumplir horarios regulares y llevar una vida de orden. Sin embargo, habrá siempre un último bohemio, habrá siempre quien se acode a los mesones de los bares abiertos toda la noche, habrá siempre quien salga andar bajo la lluvia y vuelva bajo la lluvia y vaya más allá de la luz lejana de la ciudad, sabiendo que un reloj luminoso proclama que el tiempo no es verdadero ni falso.













en Viaje, Santiago, marzo de 1972 (N°460).