sábado, 31 de mayo de 2008

"Jorge Teillier, poeta fronterizo", de Eduardo Llanos Melussa

Prólogo a Los dominios perdidos





En varias ocasiones, y aun sabiendo que la opinión incomoda a muchos, he manifestado que la generación de poetas chilenos nacidos alrededor de 1930 es, por su diversidad —y no a pesar de ella—, un fenómeno especial en nuestra tradición y en el contexto de la poesía coetánea del continente. No se trata ya, por cierto —y por suerte—, de esos padres tutelares que marcaron nuevos rumbos para el género en el habla hispánica (la Mistral, Huidobro, de Rokha, Neruda, Parra); tampoco se trata de figuras que se hayan sentido en la obligación de romper con aquellos antepasados (o con otros, como Anguita o Gonzalo Rojas). Se trata de un grupo que, si bien no parece propiamente una generación, constituye un estadio de consolidación de lo que durante la primera mitad del siglo venía articulándose como nuestra tradición poética y que, en buenas cuentas, es una especie de antitradición: un espacio amplio y libertario en que diversos poetas, de concepciones y actitudes a veces contrapuestas, practican una coexistencia más o menos pacífica y, sobre todo, productiva.

En efecto, durante los años sesenta se dio en Chile una indiscutible expansión no sólo de la escritura, sino también de la crítica (en muchos casos ejercida por los escritores mismos), de cuyo maridaje son expresión inequívoca las varias revistas amigas —no competitivas—, los encuentros intergeneracionales y los congresos. Y aunque hubo también escenas de desencuentros y rivalidades, estos poetas contaban —y cuentan todavía— con lectores comunes, atentos más al valor intrínseco de las obras que a las manifestaciones extraliterarias. Junto a Enrique Lihn (1929-1988) y Jorge Teillier (1935), el espacio poético contaba con la presencia activa y enriquecedora de otros poetas de evidente oficio y no poco admirados: Miguel Arteche (1926), Alberto Rubio (1928), Efraín Barquero (1931) y Armando Uribe (1933). La lista podría ampliarse con Carlos de Rokha (1920-1962), Alfonso Alcalde (1921-1992), Fernando González Urízar (1922), Jorge Cáceres (1923-1949), Eliana Navarro (1923), Cecilia Casanova (1926), Raúl Rivera (1926), David Rosenmann Taub (1926), Luis Vulliamy (1929-1989), Sergio Hernández (1931) y Rolando Cárdenas (1933-1990). Más allá de lo discutible de una mención tan enumerativa, está el hecho concreto de una actividad poética diversa, cultivada en un ambiente de relativa tolerancia mutua y en que casi todos tenían conciencia de pertenecer a un mundo que estaba haciéndose (no deshaciéndose) y que recibía sus publicaciones de manera silenciosa y acaso no muy entusiasta, pero seguramente con mayor profundidad y sinceridad que las apreciables hoy en esas audiencias acríticas que confunden la poesía con el estrellato publicitario.

En ese mismo contexto, los poetas jóvenes (Floridor Pérez, Hahn, Silva Acevedo, Waldo Rojas, Bertoni, Millán) heredan tempranamente e intensifican ese sentido de la fraternidad y esa conciencia del trabajo colectivo; sólo que su desarrollo se vio tronchado dolorosamenle por el golpe militar y varios de ellos sufren la prisión política, el exilio o el autoexilio (cesantía, marginación).

Finalmente, en el caso de mi hornada, aunque ha producido obras que obviamente enriquecen el acervo poético nacional, creo que muestra como promedio un nivel de oficio comparativamente bajo, que resulta dramático si se lo relaciona con los ambiciosos proyectos neofundacionales que animaban a algunos de ellos y que, hace un lustro o menos, se tenían por renovaciones indiscutibles.

Esta visión un tanto sombría de nuestro panorama poético no me parece, sin embargo, atrabiliaria, sino más bien realista, y creo que depende más bien del contexto histórico que de mi subjetividad. Ciertamente, no se me oculta la existencia de ciertos hechos (invitaciones internacionales, traducciones, premios, juicios laudatorios de críticos prestigiados) que parecen contradecir el diagnóstico de involución que he venido trazando y que preferiría que fuera más optimista. El problema es que también la poesía que actualmente se está publicando en nuestra lengua es, como globalidad, inferior a la que surgía en los años sesenta, cuando campeaba una creatividad formidable por todos o casi todos los ámbitos de la cultura latinoamericana.

Pues bien: la poesía de Teillier era parte relevante de esa nueva ola, de cuya salud expresiva —prodigada en numerosos grupos y revistas por todo el continente— no se ha hecho aún un registro antológico representativo. Pero, aunque en su gran mayoría las antologías hispanoamericanas de la última década omitan a Teillier [1], lo cierto es que debería figurar en ellas por derecho propio. De veras haría bien leer sus mejores poemas junto a los de nuestro querido e indómito Enrique Lihn, Ernesto Cardenal, Roberto Juarroz, Jaime Sabines, Carlos Germán Belli, Francisco Madariaga, los cubanos Eliseo Diego y Fayad Jamís (con los que tiene notorias afinidades), Juan Gelman, Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Roque Dalton, Alejandra Pizarnik, para nombrar a algunos de los poetas hispanoamericanos de su generación.

Cuando la editorial Fondo de Cultura Económica me solicitó un artículo sobre Teillier, pensé que el poeta contaba con plumas más idóneas que la mía para tal tarea (que por cierto es honrosa). Sin embargo, he aceptado de buen grado hacerlo, tras cerciorarme de que lo esperado no es tanto un estudio crítico, cuanto el testimonio de un (no el) poeta de esta generación de treintañeros que yo integro. Generación que, por otra parte, no será tal si no suma a sus obras un vínculo activo con la producción poética anterior. Huelga explicitar que nuestra actitud no tiene por qué ser panegírica ni mitificante: sólo se pide que no sea amnésica ni edípica (sobre todo si se tiene en cuenta la pretensión fundacional del régimen militar y sus ideólogos y disimulados agentes, todos aplicados a la misión de persuadirnos de que con ellos nuestra sociedad renacía desde las cenizas).

Desde esta perspectiva intergeneracional, debo decir en primer lugar que, más que en otros casos, la poesía de Teillier me resulta indiscernible de su persona. Quiero decir que su subjetividad y su mundo impregnan de tal manera su lírica, que ésta ofrece una especial esfericidad, una atmósfera propia que uno reconoce de inmediato teilleriana:

Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.

Aproximándose un poco más a esta obra, uno descubre una coherencia secreta. Como muy bien expresa Jaime Giordano, los lectores que hayan seguido el itinerario de Teillier "tienen dos alternativas: lamentarse de que el poeta siga 'en lo mismo', que no haya cambiado, como si los poetas tuvieran que estar siempre sorprendiendo a un lector viciado por la insaciabilidad consumista actual, o felicitarse por lo mismo, por el hecho de que el poeta no se haya corrompido ni haya renegado de su mundo" (Dióses, Antidioses... Ensayos críticos sobre poesía hispanoamericana. Ediciones LAR, Santiago, 1987, p. 290).

Personalmente, el principal motivo por el cual releo y valoro la poesía de Teillier es precisamente la certeza de reencontrar allí el eslabón perdido de esa larga cadena de esfuerzos por ofrecer una alternativa ética y estética en un área cada vez más asediada por el mercantilismo y el dogmatismo instrumentalizador. Véase, por ejemplo, este fragmento de "El poeta de este mundo", en que Teillier dialoga con el poeta francés René-Guy Cadou —citándolo—, pero al mismo tiempo hilvana una suerte de declaración de principios:

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo
          que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos
          del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán
          frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender
          a los mercados [...]

Esta oscilación entre el mundo propio y el trasmundo (Cadou murió en 1951), entre la realidad propia y la ajena, entre la vivencia y la memoria, entre la circunstancia precaria y la plenitud de un paraíso perdido y a medias recobrable, es lo que mejor caracteriza a su poesía. Pero ello se deja entrever tras unas nieblas que pueden llamar a engaño. En rigor, ese paisaje de la Frontera (con sus bosques y sus aldeas atravesadas melancólicamente por trenes nocturnos) pertenece y no pertenece a Chile; esa niñez perdida (la única patria de la que todos fuimos exiliados, según Rilke) y esa vida provinciana son y no son el objeto de la añoranza. Así, la poesía de Teillier es fronteriza en un sentido más profundo: en ella se asiste a un movimiento que parece efectuarse y anularse simultáneamente, y que en todo caso compatibiliza polaridades aparentemente antinómicas: marginación y participación profundas; retraimiento y cálida proximidad; introspección y diálogo; paisaje e interioridad; conciencia viva del aquí-ahora y eterno retorno al País de Nunca Jamás; resignación y alegría; aceptación del propio sino y evasión nostálgica hacia un pasado o un trasmundo mítico, inalcanzable, que —como el horizonte— retrocede a cada paso con que el hijo pródigo se le aproxima.

La autenticidad del esfuerzo por superar la escisión poesía-vida, cada vez más dolorosa e inevitable, es lo que permite, en mi opinión, comparar a Teillier con Lihn. Más allá de sus obvias diferencias, ambos representan los últimos y más denodados agonismos poético-existenciales de nuestro país. La lealtad hacia sí mismo no es en ellos mera tozudez u orgullo narcisista; es una vigilia que en medio del tráfago del progreso postmoderno puede, paradojalmente, parecer ensueño o somnolencia, pero que en realidad constituye el cumplimiento de una misión irrenunciable. De ahí ese continuo giro meta-poético (propio, según Heidegger, de quien oficia como poeta en tiempos de penuria): "Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos [...]".

En la poesía de Teillier, los diálogos son silenciosos y los silencios son dialogantes. Y no estoy haciendo un juego de palabras ni denunciando una ambigüedad, sino indicando los signos de una integridad, de una coherencia que se tiende y reposa sobre la realidad tan vastamente, que se deja sentir con un peso centrípeto: un arraigo inefable que hasta se resiste a la verbalización, como un felino capaz de movimientos rápidos y elegantes, pero que se siente mejor en el sosiego. Paradojalmente, desde la profundidad vivencial de ese arraigo surge la contemplación activa: "El invierno trae caballos blancos que resbalan en la helada". ¿De dónde proviene la fuerza poética de esa imagen? Precisamente, de ese carácter fronterizo, de ese oscilar en la colindancia de lo visto y lo imaginado, en que tanto el invierno como los caballos blancos resbalando en la helada son elementos reales y al mismo tiempo signos de otra realidad: el trasunto lírico de un estado de alma individual y arquetípicamente colectivo.

Más que un rigor verbal (que no me parece en él muy marcado), más que una artesanía del ritmo y la sintaxis (en que otros poetas destacan con más evidencia), en Teillier se admira su atmósfera, su capacidad evocadora y comunicante, su congruencia, su lealtad hacia sí mismo y hacia el oficio. "El poeta —expresa— es el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores".

En verdad, cualquier tiempo es propicio para leer a un poeta genuino, y una ocasión como ésta, en que se tiene ante la vista una recopilación antológica, es mejor que otras. Quisiera finalmente expresar que, pese a la redondez de todas sus obras El árbol de la memoria (1961) me sigue pareciendo precozmente maduro y representativo. ¿Cuántos poetas de las generaciones posteriores han llegado a los veinticinco años a la pareja calidad de ese, libro? Citemos, entonces, de ese texto —ligeramente modificado en dos versiones posteriores— el último poema, el más teillierano —si cabe— de ese libro juvenil:

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.

Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
—la sal y el agua
de mis días sin objeto—

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras —un poco de aire
movido por los labios— palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.

Compartamos, pues, esa actitud, y dejemos al lector respirando a su vez esta poesía, que "es un respirar en paz/ para que los demás respiren".

Santiago de Chile, 1992.






NOTAS
[1] Ver las antologías de Rodríguez Padrón (Espasa Calpe, 1984), Cobo Borda ( Fondo de Cultura Económica, 1985), Eyzaguirre y Lastra (INTI, 1984), Escalona (Ayacucho, 1985), Ortega (Siglo XXI, 1987), Francesco Tentori (Tascabili Bompiani, Milán, 1987).









viernes, 30 de mayo de 2008

"Por un tiempo de arraigo", de Jorge Teillier







Hemos venido siguiendo con interés una reciente polémica planteada en ésta y otras publicaciones por los escritores Luis Enrique Délano y Jaime Valdivieso, en torno al problema de la frustración de los escritores debido a la presión de un ambiente desfavorable y la necesidad del exilio, en otros términos, sobre el arraigo o desarraigo. En el número 3 de la Revista Portal, Enrique Lafourcade insiste en el tema en un artículo suyo sobre La Generación del 50, escrito poco antes de despedirse del país para ir a residir a los Estados Unidos. Curiosamente, en el fondo su planteamiento coincide con el de Valdivieso, pese a las conocidas divergencias ideológicas de ambos. "Quebramos todos los vidrios- dice Lafourcade. Luego, el éxodo". Según él, este éxodo se debe a que aquí un intelectual no goza de ningún rango especial, no se puede ganar la vida, no puede desarrollar su talento. Como ilustración entrega una larga lista de "desterrados" que en el extranjero se dedican a ocupaciones tan espirituales y edificantes como la publicidad, la diplomacia, el buscar casamiento con damas francesas dueñas de castillo, o inaugurar piscinas de viudas de generales mexicanos. Naturalmente, en nuestro país estas actividades no cuenta con demasiado campo. Y a escritores como Carlos Sepúlveda Leyton, Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, que nunca se expatriaron y lucharon bravamente contra toda clase de postergaciones, no hay para qué tomarlos en cuenta. Tal estado del espíritu es previsible y justificable en Lafourcade, talentoso escritor, por cierto, y buen representante del pequeño burgués ubicuo y cosmopolita, pero resulta alarmante cuando se extiende a un no reducido número de escritores de izquierda. Hemos visto como algunos declaran que este país es una selva, un desierto, que no hay tradición cultural, que vivimos en el paraíso de la frustración. Se desdeña nuestra historia (casi siempre ignorándola totalmente) y nuestra literatura.

La actitud de niños mimados, es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo, son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías posibles. Lo curioso es que las esperan del régimen dominante, sin mostrar la menor confianza por las clases trabajadoras, pese a ingresar muchas veces en sus organizaciones. Frente a ellos, recuerdo a tantos poetas amigos como aquellos que son maestros primarios rurales, que afrontan heroicamente, sin queja alguna, toda suerte de persecuciones y postergaciones, prosiguiendo siempre sus tareas de hombres y de escritores. O en los muchachos como los del Grupo Arúspice y Vanguardia de Concepción; o Trilce, de Valdivia, que en ciudades más bien inhóspitas para los creadores luchan contra el medio transformándolo paulatinamente con sus esforzadas actividades.

Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a la mayor parte de los escritores de la generación del 50, representantes de una pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos. Contra ellos, si no teóricamente, en forma vital, se levantan escritores como Edesio Alvarado, que ha confirmado tan abrumadoramente su talento con su obra enraizada en el profundo sur. Y luego, Marta Jara, Nicolás Ferraro, Luis Vulliamy, José Miguel Varas, entre otros. Ellos y poetas como Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas, Sergio Hernández, Floridor Pérez, son todos indagadores del espíritu del hombre y del paisaje nuestro, como lo fueron los hombres –de todas las banderas– de la generación del 38.

No tratamos de postular principios de nacionalismos estériles. Menos aún de pedir el encierro. Es necesario viajar, escuchar otras voces, recorrer otros ámbitos, así como superar la nefasta incomunicación cultural que nos impide el acceso a tantos libros, films u obras teatrales.

Un creador debe estar siempre alerta frente al diálogo con los creadores de otras latitudes. Pero los que eligen el éxodo no serán sino zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna parte, serán los hombres desarraigados. El autodestierro indica falta de confianza en sí mismo, y es a la vez un peligroso estado de yaconismo intelectual. Si un escritor se considera revolucionario (y siempre todo verdadero escritor ha estado en pugna contra los órdenes sociales injustos), elegirá la lucha contra su medio ambiente, tratará de superarse y superarlo por todos los medios. El lujo de desarraigo se lo pueden dar sólo los pueblos antiguos, ya seguros de sí mismos. El cosmopolitismo es un lujo que puede darse sólo cuando se ha logrado, como ha señalado Juan Rivano, llegar al tiempo del arraigo verdadero: "los tiempos en que haya suelo firme bajo nuestros pies y podamos hablar de una cultura y de un espíritu nuestro, sin que importen sus dimensiones".








Publicado en El Siglo, Santiago, el 13 de noviembre de 1966.










jueves, 29 de mayo de 2008

"Teillier, el último romántico". Entrevista a Jorge Teillier por Bárbara Délano






- En el prólogo a Muertes y maravillas dices que la infancia está presente en tus poemas "porque es el tiempo más cercano a la muerte". Pero esta infancia -aclaras- no es una infancia idealizada, exenta de males, es "una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la admiración ante las maravillas del mundo". Respecto a esto, lo que más me llama la atención es la frase final del párrafo: "nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos". ¿Te refieres entonces a que tu recurrencia a la infancia más que una retrospección lírica es un intento por recuperar lo perdido, lo lárico?
Napoleón tiene una frase que es muy ofensiva para mí: "Los tontos piensan siempre en el pasado, los inteligentes en el presente y los locos en el futuro". Yo vivo más en el pasado que en el presente. El presente y su contingencia no me interesan. En cambio lo que pasó se puede inventar, recrear. Es algo que está vivo en mí, quizá una no-superación anímica, inmadurez tal vez. Creo que en la fuente de todo poeta hay una inmersión en el pasado, que es, como tú dices, nostalgia de un futuro, de haber perdido un mundo que fue mejor, que no va a existir (soy pesimista por naturaleza), el mundo de la casa natal, de la protección, de la pureza primitiva, de los compañeros de juego que se han transformado en amigos bebedores.

- ¿El tiempo perdido?
El tiempo perdido, otro siglo que no sea éste, que no me gusta nada.

- ¿Qué tratas de decir en tu poesía?
No trato de decir nada a propósito. No creo en la poesía de mensaje que va ha cambiar el mundo. Lo único que podemos aportar es un poco de irrealidad, de magia de belleza, es como ver películas mudas o tarjetas color sepia.

- ¿Cuál es el proceso de creación? ¿Cómo se da en ti el desarrollo para llegar a elaborar un poema?
En primer lugar, para mí los estímulos son muy importantes. Por ejemplo, salí a pasear con mi hija Carolina (después de muchos años) y en eso hay toda una cosa fellinesca. Curiosamente ella se acordaba solamente de las vivencias de la infancia. Con esto quiero decir que lo que importa no es el paisaje, sino el hombre en el paisaje. A veces sueño los poemas y luego los escribo, o me estimula fijar un estado de ánimo, como una fotografía. Rara vez corrijo. Prefiero hacer varias versiones. A veces queda así, otras podo en exceso quitando espontaneidad. En esto no hay sistematicidad, sólo destellos, servilletas dejadas en los bares, poemas arrugados en mis bolsillos. En realidad, nunca sé en verdad lo que voy a decir hasta que ya está dicho.

- Daniel Barros, en su trabajo Poesía Sudamericana actual dice que eres un poeta que "cuenta cosas". Y creo, efectivamente que, en este sentido, tu poesía carece de intelectualismo y se acerca más a lo pictórico y a lo cotidiano.
Yo no soy poeta de pensamiento abstracto. Siempre recurro a comparaciones ligadas, concretas. No me interesa la vida interior. Mi poesía efectivamente, es pictórica y tiene ancestros campesinos en la preocupación por lo cotidiano, por los detalles, por el fuego de la chimenea, en fin.

- Dijiste que no te interesa dar un mensaje en la poesía. Sin embargo mencionaste que la poesía es como fijar un tiempo, dejar constancia de algo. Estoy pensando en tu poema "Treinta años después", en el cual hay mucho de testimonio, de mensaje.
Pero referido siempre a un estado de ánimo subjetivo. Eran los cambios que venían, una especie de adelantamiento del futuro. En mi último libro Para un pueblo fantasma - y lo dice Jorge Boccanera, un crítico y poeta argentino- el pueblo fantasma puede ser perfectamente Chile. Así como desaparecieron mi casa natal y mi familia, en gran parte desapareció también una forma de ser de un país, un tono de fraternidad, gratuidad, de menos utilitarismo... otro ritmo.

- Pero eso no tiene nada que ver con dar un mensaje en el sentido de mostrar una alternativa, abrir un camino concreto, estereotipar una salida.
Exactamente. Sin embargo, así como Chile, mi poesía ha cambiado (y esta es quizá la relación de testimonio que existe). El otro día me preguntaron por qué era tan trágica. Respondí que no estamos en un país muy alegre precisamente, a pesar del Jappening con Ja. Eso se refleja en mi poesía, que ha comenzado a ser menos melancólica y más depresiva.

- ¿Y que pasó con esa veta de treinta años después?
Las circunstancias hicieron que yo definiera mi camino por otro lado. Además, aquí en Chile tenemos la censura, que implica una autocensura muy grande. La situación del escritor es desalentadora. La polémica al respecto, planteada por la SECH, debe ser continuada.

- ¿Cómo puedes explicar tu interés por el box, aparentemente tan disímil con la poesía?
Me interesan los boxeadores como personajes trágicos (aparte, yo nunca peleé cuando niño: soy cobarde). Los boxeadores siempre terminan como Laurel y Hardy: "tristes, solitarios y finales". Son como gladiadores modernos. Y, como soy pesimista, también yo siento que voy a terminar como gladiador golpeado. De alguna manera están solos contra el mundo y después el mundo los abandona.

- De ti dicen que eres el último romántico.
Siempre habrá un último romántico.

- En el mismo prólogo ya citado declaras que para ti la poesía es un modo de ser y actuar; tu instrumento contra el mundo concebido como "otra visión del mundo" ¿Compartes aún esta afirmación? ¿Crees en el valor material, vivencial de la poesía? Y perdón que sea reiterativa: ¿qué es la poesía para ti?
Es el vaso de vino tinto que no me puedo tomar al almuerzo, algo que te ayuda a vivir. Me gusta vivir, pero me mata. Podría ser al revés ¿no? El futuro para mí está negro, por eso me estoy poniendo religioso. Según mi hijo es puro oportunismo.












en El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka.
Lima, 15 de enero de 1984.










miércoles, 28 de mayo de 2008

"Días de ocio en la Ciudad que Fue", de Jorge Teillier






Nadie me entiende sino el Gato Pedro
Le daré unas botas para que llegue a la Ciudad que Fue
Y deje de dormir frente a la chimenea que en el Molino
            encienden en pleno verano
En el Sur Profundo tendrá que cazar ratones
Y vivir con colores propios
Mientras yo voy al cementerio
Del brazo de la hija del capitán del Puerto
Donde hace cuarenta años que no pasa ninguna nave
El tontito del pueblo me pregunta si yo soy poeta
Y yo le recito "Asteroides" de Pedro Antonio González
Todos creen que yo lo escribí
Y firmo autógrafos para los hijos de los parroquianos
Ya no hay barcos
Ya no hay trenes
Los diarios de la Capital llegan al día siguiente de su aparición
Le regalé al Cura Párroco
"La Mente Drogada. Cómo Librarse de las Dependencias"
De los doctores Hudgson y Miller
Mientras un niño echa anilina a la pila del agua bendita
Que Nuestro Señor me libre del trabajo
Sólo quiero que se abran para mí las puertas de marfil del ocio
Y yo quiero que esto no sea un poema
Sino una página en blanco.








 



© Notas de Juan Carlos Villavicencio

















martes, 27 de mayo de 2008

"Antes del desorden", de Jorge Teillier







Yo caminaba por la Avenida Macul. ¿Qué edad tenía?
¿Veintidós, veintitrés años?
Sobre los plátanos orientales
El sol otoñal
Se deshacía como el vitreaux de una iglesia abandonada.

Yo no buscaba ningún recuerdo
Pero vi brillar ante mí los soles de tu ausencia.

Yo me sentaba en la terraza de Los Cisnes frente a una cerveza
Un pobre carrusel de fiesta de pueblo giraba en mi mente
Y me impedía leer el diario de la tarde
            y hacer el pronóstico de las carreras
Un amor que yo aún desconocía se me reveló en una pequeña
            nube rojiza
Aunque sólo me esperaba el silencio de la pensión donde
            debía regresar
Acompañado por una lámpara que yo creía era el faro de todos
            los encuentros
Y un espejo que reflejaba sólo moradas irreales
Y un futuro donde ella me esperaba junto a una muchacha
            nacida junto a dos peces divergentes.






















lunes, 26 de mayo de 2008

"Paseos con Carolina", de Jorge Teillier






En una tarde de ninguna tarde sales a pasear del brazo
          del Loco del Tarot.

Será como mirarse en un caleidoscopio
          único lujo de la vitrina del
          bazar del barrio
vemos al dueño tratando de reanimar los carbones del brasero.

Será todo como en la Plaza Manuel Rodríguez
          que era el patio de tu casa
allí te robaron tu triciclo sin permiso de tu Ángel de la Guarda.

Entramos a un aserradero.
El maestro me dice cómo debes enseñarme
a construir un estante de madera de pino.
Aparecen peluqueros casi centenarios
          que asientan las navajas
para clientes que ya se fueron a otros mundos.
Aparece una frutería igual a la de doña Modesta en Lautaro
          desde allí saludabas todas las mañanas a la viuda del
                 guardacruzadas en caseta esperando la pasada del tren
                 lastrero.

Hoy es día de tu santo y tú ni lo recuerdas
pero en Nueva York 11 Alvaro y Jonás con tu tío Iván
          alzan una copa en tu honor
y tu hermano en Bucarest oye aletear molinos de
          alas de mariposas
y los hijos de un Viejo Hidalgo tocan por ti junto a
          Vasile Igna una Misa en Re.

De una carretela se detiene un campesino a recoger ramas.
A él no le importan
                                        los semáforos santiaguinos.
Él sabe
que te aman los apaleados caballos y las muchachas locas
que convierten en hostias sagradas las galletas de agua
          que a mediodía les llevas a la Clínica.
Visitante a la Hora de Once porque vives añorando el
          pan amasado.
Llegas con la paz de un colibrí
a quien nadie podría atrapar
ni en un jardín Benedictino.

En tu mirada temen reflejarse los muros coronados
          de alambres de púa.

Me regalas “The Ring”, la Biblia del Boxeo
y yo
“La Colina de los Helechos” y “La Fuga de los Cisnes”.

Me has dado a Tamia
la lluvia morena que calma toda sed
y a Adrián
taimado como un Jorge cualquiera huye de todos los umbrales
          donde en vano lo aguardan.

No te importa
que me jale la barra del Bar
como dices con tu acento de Cuyanquén, Palermo, o Puente
          de los Suspiros
porque sabes que a tu lado recupero
la Bilz de los carros de tercera
y la Panimávida tiene sabor a Veuve—Clicquot.

Hemos salido a pasear juntos después de no sé cuántos años
Carolina de todas las estrellas
Carolina de más estrellas que todos los vinos y generales
          del mundo
(cuando naciste eran las tres de la mañana en Noviembre
y los hombres miraban el cielo esperando el paso
de una estrella roja).

Me gusta caminar contigo y ver que tus zapatos que
          aquí no se usan
hacen florecer los adoquines,
y que te enojes porque a Pepe Pardo las cervezas no dejan
          de volvérseles azules
y que puedes convertir en nidos todas las computadoras.

Todo esto sonriéndome como se sonríe el pianista cesante
          cuando llegó el Cine Hablado,
mientras apoyas tu mano en mi muda mano
Carolina,
amor mío,
hija mía.
































sábado, 24 de mayo de 2008

"En el mes de los zorros", de Jorge Teillier




My dreams are of a field afar
And blood and smoke and shot

A. E. Housman.

            En el mes de los zorros
En el mes de los días de sol frío
Los ancianos que habían abandonado sus ojos a las
            tinieblas vieron a las montañas ebrias
            mirarlos fijamente y luego disolverse
            como relojes de arena.
Es otro sol el que se anunció con el ruido reluciente
            de los cuchillos en la cocina
que despertaron buscando las gargantas de las aves
            de los brezales.

            El pozo familiar cerró su boca
acallando las ranas parientas de aquellas con que
            jugábamos con los rústicos en las cantinas.
Y llegaron las hechiceras a reanimar los fríos
            braseros de la nevazón de los ciruelos.

            Quién nos devolverá los amigos muertos
ese mes de los zorros y los días de sol frío
después que los ancianos olvidaron sus juegos en el
            pozo y hundieron sus cuchillos
en la garganta de los pájaros descubridores de la
            ventana por donde no entra la noche.

            Quién nos devolverá
esa calle que ahora los ancianos vigilan airados
porque no pueden extirpar la zarza de ardientes raíces,
porque el viento mueve las hojas del bosque
            predicando esperanza
mientras las hechiceras remueven en sus calderos
la sangre de sus víctimas que beben friolentas
            porque ningún sol cantará en sus oídos.

            Grande fue nuestra caída
            bajo la burla de los zorros y el sol frío
deslumbrados por las hechiceras de grandes pechos blancos.
            Insomnes oíamos el rechinar de la horca,
nuestro amigo el grillo no cuidaría nuestras tumbas.

            Pero las hechiceras nada pudieron
contra el ciruelo inmaculado de la casa que incendiaron
            y sus pétalos caídos formaron la alfombra
que enviaremos a los viajeros inesperados del retorno
            mientras los ancianos de nuevo se hundirán
            en un pozo que el cielo no conoce
sin dejar una sombra que legar a sus nietos que sólo
            se acordarán de nosotros que nunca
            dejamos de escuchar a los bosques secretos
predicando libertad con cada una de sus hojas.




















viernes, 23 de mayo de 2008

"Lewis Carroll", de Jorge Teillier





Un profesor de matemáticas de Oxford
El reverendo Dogson
Ligeramente tartamudo y zurdo
Nos deja en la primera casilla de otro mundo
Allí para el unicornio somos monstruos fabulosos
Y se oye el ruido de armaduras
De caballeros que piensan mejor cuando están cabeza abajo

El señor Dogson pasea con tres niñitas
Tal vez sueña fotografiarlas desnudas
Pero estamos en el siglo XIX
En plena Era Victoriana
Y se contenta con escribirles cartas festivas
Con narrarles historias
Sobre el otro lado del espejo
y ver fluir sus tiernos rostros en el atardecer de una barca

El nombre de Alicia significa ahora Aventura
Y cuando lleguemos a la octava casilla
Empezaremos a ser reyes
En un juego que ya no vamos a olvidar.

























jueves, 22 de mayo de 2008

"El espiral de la llama", de Jules Supervielle





Muchas veces de noche
Le gustaba leer
A la luz de una vela
Y solía pasar
La mano por la llama
Para seguir convencido
Que aún estaba vivo

Desde el día de su muerte
Está siempre a su lado
Una vela encendida
Pero ya no se atreve
A tocar su llama.








Versión libre de Jorge Teillier








Texto original:

Pointe de flamme
Tout le long de sa vie/ Il avait aimé à lire/ Avec une bougie/ Et souvent il passait/ La main dessus la flamme/ Pour se persuader/ Qu'il vivait,/ Qu'il vivait.// Depuis le jour de sa mort/ Il tient à côté de lui/ Une bougie allumée/ Mais garde les mains cachées.//






miércoles, 21 de mayo de 2008

"Música para películas mudas", de Jorge Teillier






Los gatos dormidos sobre los mostradores de los almacenes de barrio, los espejos de los prostíbulos de Marsella rotos por ráfagas de ametralladoras de galanes que usan borsalino, los deseos de viajar en globo, la nostalgia de las lanchas carboneras, los organitos de Manzi, las locomotoras a vapor, las matinées de los cines baratos, van apareciendo al compás de un cuadernillo de poemas de Luis de Paola; Música para películas mudas (Ediciones de “El escarabajo de oro”, Buenos Aires, 1976) que para sorpresa mía me muestra el poeta Galvarino Plaza en los corredores del Instituto de Cultura Hispánica. Sorpresa, repito, porque yo casi había olvidado que hace unos años en Lautaro habíamos decidido escribir –cada uno por su cuenta- una serie de poemas con temas comunes, para publicarlos en conjunto bajo el título de Música para películas mudas. Para alegría mía De Paola cumplió con su parte. Por la mía, sigo en deuda con las musas, tal vez para bien de ellas.

Más sorpresa recibo cuando en San Lorenzo de El Escorial me encuentro por azar con el propio Luis de Paola, en compañía del joven poeta Douglas Hazard (que nació frente al monumento de Edgar Poe en Baltimore y ha traducido a muchos poetas chilenos). Recuerdo a Luis de Paola llegando a Chile desde su Lobos natal, pueblo de donde es Hijo Ilustre, al igual que Juan Domingo, cuya sonrisa gardeliana admira, mal que le pese a Borges. De Paola vino por una semana al país –para asistir a un cumpleaños de Neruda- y se quedó cinco años, fascinado no sólo por la cordillera, el vino y la hermosura de nuestras mujeres, sino por las noches de “El Bosco”, los laberintos de Valparaíso, las cuevas de los piratas de Quintero, los dedales de oro que a lo largo de las vías férreas corren hacia la Frontera -de la cual se hizo ciudadano honorario- los “mariscales” del Mercado Central, los domingos del Club Hípico. Aquí divulgó la obra del poeta mendocino José Enrique Ramponi a quien Pablo de Rokha –tan parco en elogios- consideraba superior a Neruda por La Piedra Infinita (precursora según él de Alturas de Macchu Picchu) y por su parte descubrió a Diego Muñoz cuyo De repente sigue considerando la mejor novela chilena; se hizo –por supuesto- admirado de Teófilo Cid y Braulio Arenas, cuyo Juego del Ajedrez divulga ahora en España y amistó con todas las generaciones de poetas chilenos, desde Juvencio Valle hasta Altenor Guerrero y Omar Lara, a la vez que publicaba con el patrocinio de la Asociación Chilena de Escritores su libro de relatos La última puerta (1972).

Ahora, con Luis de Paola hemos caminado desde la Gran Vía hasta Ramón Coello, para ver la casa donde vivió Bécquer, y luego en “El Bazkari” brindamos por los amigos ausentes y presentes, volviendo en sueños a los viejos cines donde nuestros padres oían la música del piano que acompañaba a las seriales, y luego nos hemos despedido recordando que el tiempo tiene color de brizna de brezo y que aunque el otoño ha muerto podremos de nuevo encontrarnos por azar, como diría Baudelaire, en “any where out of the world”.











Publicado en Las últimas noticias, el 15 mayo 1976.











martes, 20 de mayo de 2008

"Carta a un cura rural", de Jorge Teillier





(Paráfrasis de René-Guy Cadou)

Querido amigo, sin duda está usted en un pueblo
encerrado por los barrotes de la lluvia
invitando a cenar a inquietantes personajes
como Apollinaire, Cendrars o Braulio Arenas.

El jardín parroquial no ha perdido su encanto
ni el huerto su frescor.
Siempre se huele a retamos,
siempre se oye el silbido de un tren.

Mientras yo le escribo
creo que usted mira la casa del ahorcado
y sus viejos libros reposan
hasta que lleguen a leerlos sus vecinos.

(Dios mío, déjame admirar a este cura rural
él sabe más que yo de los misterios que nos acompañan
y lo que escribe en verso en su blanca habitación
no es sino un susurro tuyo que yo amaría recoger)

Querido amigo, permítame pues que me una
al huérfano, al caballo golpeado, a sus abejas
y que me sea posible oír sus cantos
en el momento justo del Juicio Final.

























lunes, 19 de mayo de 2008

"En viaje", de Jorge Teillier





Los rieles corren empapados hacia el Profundo Sur
y tú me dices:
“Ahora puedes dejar de actuar
y dime de verdad quién eres”.
Niña:
          esa pregunta te la hubiese contestado hace
          muchos años
          y mi respuesta
          no hubiese significado nada.
Ahora
          te contesto escribiendo en la empañada
                    ventanilla del tren:
“Viajas con Personne. Duerme y dile a los amigos
                    que me despierten en la “Llanura
                    del Diablo”.

No se debe preguntar quién eres, fuiste o serás.
Las mejores preguntas no tienen respuesta.









en EL MOLINO Y LA HIGUERA, 1993.









domingo, 18 de mayo de 2008

"Ray Bradbury, rebelde con causa", de Jorge Teillier





Una de las protestas más despiadadas y angustiosas, a la vez que más bellas y esperanzadas de la literatura actual en contra de "la bruma narcotizante del capitalismo" (como la llama Allen Ginsberg, otro rebelde), la hemos escuchado en los libros de Ray Bradbury, un norteamericano de Illinois, joven aún -nació en 1920-, que empezó a escribir a los catorce años, cuando decidió continuar por su cuenta las aventuras de Tarzán que, por falta de dinero, no podía seguir adquiriendo.

Hasta ahora circulan en Chile tres de sus libros: Crónicas marcianas, El hombre ilustrado y Fahrenheit 451, editados dentro de una serie de la llamada "ciencia ficción". Pero sería absurdo encasillarlo dentro de determinada especialidad literaria, tan absurdo como considerar a Edgar Allan Poe -de quien Bradbury es, en muchos aspectos, el sucesor- simplemente un novelista policial o de aventuras.

Bradbury, como todo gran escritor, crea un mundo propio, maravilloso, de cohetes que parten hacia el espacio como gigantescas flores rojas, astronautas condenados a girar eternamente alrededor del sol, robots que terminan por reemplazar a sus dueños, casas que tienen vida propia. Todos estos elementos, descritos con una perfecta correspondencia entre colores, sonidos y perfumes -como lo pedía Baudelaire-, con una extraordinaria riqueza de fulgurantes imágenes, que forman un estilo que nos hace observar con reticencia -por inevitable comparación- el seco naturalismo y la sequedad de prosa de editorial de El Mercurio que caracteriza gran parte de la prosa chilena de estos días. Recordamos, como ejemplares de una nueva manera de escribir, las alucinantes historias de "Lluvia", "Parque de juegos" o "Calidoscopio".

Pero sería limitado considerar la obra de Bradbury como un mero regodeo estético, o la descripción del placer de vivir aventuras extraordinarias en mundos desconocidos. Hay en él una constante actitud crítica hacia las costumbres e instituciones de nuestra época, y en eso continúa la tradición de maestros como Swift que creaba los reinos imaginarios de Liliput o Brobdignat, no para evadirse, sino para mostrar en ellos, trasladándolos, los vicios de su tiempo.

Un personaje de un cuento de Bradbury -cientista que ha huido de los EE.UU. para no colaborar en la preparación de una guerra bacteriológica- dice: "Vivíamos en un barco negro alejándose de las costas de la cordura y la civilización haciendo sonar su negra sirena en medio de la noche, con millones de personas a bordo, dirigiéndose a la muerte, más allá de la orilla del mar y de la tierra, hacia la locura y el fuego radiactivo". Y este barco, esta sociedad, va así dirigida -parece señalar Bradbury- porque los héroes no son sino los banqueros o los gerentes, y porque los valores imperantes no son otros que los de mirar todo el día la televisión, o comprar automóviles para hacerse matar corriendo a toda velocidad. Y todos los que se atrevan a protestar esto serán tildados de "comunistas" (¿no pasa así entre nosotros?). Atacar a los comunistas será el pretexto para aplastar la imaginación, para terminar con quienes deseen dar mayor sentido y dignidad a la vida, rebelándose contra el cretinismo colectivo causado por la propaganda comercial -cuántos miles de compatriotas, señalamos de paso, llenan sus horas pensando qué es mejor, si la Pepsi o la Coca-Cola. "Se prohibió hablar de política, acusando de comunista al que lo hiciera", dice un personaje de Crónicas marcianas. Y en el cuento "La mezcladora de cemento", una mujer dice a Ettil, un marciano que no quiere ir al cine ni comprar automóviles: "Oiga, ¿sabe como quién habla usted? Como un comunista. Nadie aguanta aquí esa clase de charla, se lo aviso. Nuestro viejo sistemita no tiene nada de malo". Es el sistemita del capitalismo, que destruye la individualidad y crea una uniformidad mental que hace de los hombres participantes en un hormiguero, donde nadie piensa sino en lo señalado por la propaganda.

Especialmente notoria es la actitud crítica de Bradbury en su novela Fahrenheít 451 -ya traducida a varios idiomas, incluso al ruso- en la cual se narra la rebelión de Guy Montag, un bombero encargado de quemar libros prohibidos. En esta novela Bradbury valientemente toma una posición "comprometida" frente a la literatura, poniéndose al servicio de una causa: la del amor hacia la vida simple frente al monstruoso y vacuo tecnicismo, y la locura de quienes la pueden hacer terminar llevándola a la guerra nuclear. En Fahrenheit 451 -temperatura a la cual se quema el papel- Bradbury describe una hipotética sociedad norteamericana de fines de este siglo, en la cual hay abundancia y riqueza, logradas eso sí a costa de la miseria de los demás pueblos que rodean con un muro de odio a EE.UU. Se vive feliz (y el Estado virtualmente obliga a ser feliz), rodeados de comodidades (auto, televisión, refrigerador en todas las casas, como en esos films que hacen suspirar admirativamente a tantos de nuestros conciudadanos). Pero detrás de todo eso está la vacuidad de ser feliz como un dopado, adormecido por la estulticia de la propaganda y la educación. Se ha prohibido leer -en resumidas cuentas pensar por sí mismo- y de entre la multitud de zombies sólo quedan algunos inmunes: -Guy Montag, el bombero que se niega a quemar más libros; Clarisse, una muchachita a quien se considera chiflada pues ama caminar y preguntar el porqué de las cosas, y algunos viejos profesores despojados de sus cátedras que vagabundean a orillas de las abandonadas líneas férreas, recordando con orgullo y nostalgia su libro preferido. Y todos asistiendo impotentes al espectáculo de cómo mientras las mayorías se dedican a mirar la televisión, los dirigentes sin escrúpulos las conducen hacia la guerra y la muerte. Sin embargo, los pocos disconformes serán quienes sobreviven al final de la novela, para tratar de empezar a crear un mundo mejor. Porque Bradbury no desespera, y aunque tampoco señala soluciones para problemas que plantea -no cae nunca en la agobiadora literatura didáctica- muestra sí, siempre, confianza en los humildes y los desposeídos -en los negros, los campesinos mexicanos de sus cuentos- y en quienes viven con una finalidad que está más allá de disfrutar del confort.

En estas notas, por supuesto, sólo nos hemos referido a algunos aspectos de la obra de Bradbury. Pero no podríamos terminar sin decir que este poeta sobrecogedor, este crítico despiadado de una sociedad que espiritualmente queda retrasada pese a todos los avances técnicos, ha contribuido a crear un futuro verdadero para el hombre, un futuro como el que soñaba Guy Montag, el bombero mientras lo perseguían: un mundo donde todos puedan despertar en las mañanas sin temor de la muerte radiactiva, para encontrar en el comedor de la casa simplemente -ni más ni menos- que un vaso de leche y una manzana.










Publicado en El Siglo, Santiago, el 30 de agosto de 1959.








viernes, 16 de mayo de 2008

"Sin señal de vida", de Jorge Teillier





¿Para qué dar señales de vida?
Apenas podría enviarte con el mozo
un mensaje en una servilleta.

Aunque no estés aquí.
Aunque estés a años sombra de distancia
te amo de repente
a las tres de la tarde,
la hora en que los locos
sueñan con ser espantapájaros vestidos de marineros
espantando nubes en los trigales.

No sé si recordarte
es un acto de desesperación o elegancia
en un mundo donde al fin
el único sacramento ha llegado a ser el suicidio.

Tal vez habría que cambiar la palanca del cruce
para que se descarrilen los trenes.
Hacer el amor
en el único Hotel del pueblo
para oír rechinar los molinos de agua
e interrumpir la siesta del teniente de carabineros
y del oficial del Registro Civil.

Si caigo preso por ebriedad o toque de queda
hazme señas de sol con tu espejo de mano
frente al cual te empolvas
como mis compañeras de tiempo de Liceo.

Y no te entretengas
en enseñarle palabras feas a los choroyes.
Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres.
Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,
y sorber la sopa un día de Banquete de Gala
significa soñar en voz alta.

Qué hermoso es el tiempo de la austeridad.
Las esposas cantan felices
mientras zurcen el terno único
del marido cesante.

Ya nunca más correrá sangre por las calles.
Los roedores están comiendo nuestro queso
en nombre de un futuro
donde todas las cacerolas
estarán rebosantes de sopa,
y los camiones vacilarán bajo el peso del alba.

Aprende a portarte bien
en un país donde la delación será una virtud.
Aprende a viajar en globo
y lanza por la borda todo tu lastre:
los discos de Joan Báez, Bob Dylan, Los Quilapayún,
aprende de memoria los Quincheros y el 7° de Línea.
Olvida las enseñanzas del Niño de Chocolate, Gurdgieff
            o el Grupo Arica,
quema la autobiografía de Trotzki o la de Freud
o los 20 Poemas de Amor en edición firmada y numerada
            por el autor.

Acuérdate que no me gustan las artesanías
ni dormir en una carpa en la playa.
Y nunca te hubiese querido más
que a los suplementos deportivos de los lunes.

Y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques.
En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos.

Y ahora
voy a pedir otro jarrito de chicha con naranja
y tú
mejor enciérrate en un convento.
Estoy leyendo El Grito de Guerra del Ejército de Salvación.
Dicen que la sífilis de nuevo será incurable
y que nuestros hijos pueden soñar en ser economistas
            o dictadores.








 










jueves, 15 de mayo de 2008

"Dunas", de Jorge Teillier





No saben que son muertos
los muertos como nosotros
no tienen paz.

Vittorio Sereni

Ya desaparecieron las muchachas entre las dunas.
Hermanos, hay que encender el fuego
con la leña traída
por los hermanos de Pulgarcito.
(Ellos no saben que el padre
los va a llevar a morir al bosque).
Mañana no habrá nada que comer,
hermanos, seamos felices:
llegó la medianoche y aún estamos vivos.
Nadie ha venido todavía
a echar abajo nuestras puertas.
Un avión espía el oleaje.
Los amigos yacen bajo el epitafio de la espuma
efímero como sus anhelos.
Los armonios de los cactus no los olvidan
y entonan su réquiem para ellos.
Un motociclista de negro los acalla.
Las gaviotas gritan como almas en pena
y ni al verano se le permite un último deseo
antes de ser condenado a muerte.













miércoles, 14 de mayo de 2008

"Frutos del verano", de Jorge Teillier

Fragmento



IV

Tal vez es triste haberse amado
Haberse amado haberle puesto nombre a un árbol
Una mano se vuelve pájaro sin jaula
Sol que los primeros hombres temen no volver a ver
Y aún no se ha descubierto el fuego.




















domingo, 11 de mayo de 2008

"He dormido donde un amigo", de Jorge Teillier





He dormido donde un amigo hasta las siete de la tarde
Ahora sé que el Diazepam es lo mismo que el Valium 10
Los gallos cantan a cualquier hora
Salgo al patio
Hay cinco gatos vagos cuyos nombres no conozco
Pero me saludan como a un viejo colega.
Llega mi amigo. Salimos a beber Santa Emiliana a la calle
            Capitán Ávalos
Somos los últimos en salir del boliche
Y tal vez mañana los primeros en llegar.

Hace años no me despertaban los gallos a esta hora
Estoy en un lugar donde se lee: “The Ring”
Los libros de Rubén Azócar y “La Balada del Café Triste”.

No sé por qué tengo una ceja rota
¿Escribiré una nueva carta al Suicida?
¿Viajaré al Deep South a mirar los últimos trenes a vapor?
¿Comeré kuchen de manzana en donde aún se creen alemanes?
¿Leeré versos a quienes sólo escuchan a Julio Iglesias?

Con una chaqueta de terciopelo
Que alguien que creía amarme me regaló en Madrid
Y una horrenda corbata obsequio del poeta Cameron
Veo morir el atardecer en la Gran Avenida
“Muerte no te enorgullezcas”.
Qué importa terminar como Stan Laurel
Haré cuenta que fui actor de una mala película
Cuyo guión no dejé redactar a nadie más.












viernes, 9 de mayo de 2008

"Francis Jammes, el poeta rústico", de Jorge Teillier






"¿No sabéis lo que es un poeta? Verlaine... ¿Nada? ¿Ningún recuerdo? No. ¿No le distinguís de lo que conocéis? No hacéis distinciones, lo sé. Pero leo otro poeta, uno que vive en París, otro. Uno que tiene una casa tranquila en la montaña que suena como una campana en el aire puro. Un poeta dichoso que habla de su ventana y de las puertas vidrieras de su biblioteca, que reflejan, pensativas, una lejanía amada y solitaria. Precisamente, es el poeta que yo hubiera deseado llegar a ser; pues que sabe tantas cosas acerca de las muchachas, y yo también habría sabido muchas cosas de ellas. Conoce muchachas que han muerto hace cien años; no importa que hayan muerto, porque él lo sabe todo. Y eso es lo esencial...".

El poeta que Rilke hubiera querido ser, según cuenta en Los cuadernos de Malte es Francis Jammes, a quien describe como el dichoso dueño de una casa familiar, rodeado de objetos tranquilos y sedentarios, mirando el reloj del pueblo a lo lejos. Francis Jammes, cuyo centenario de nacimiento se conmemora este año. Al parecer, su destino ha sido el de ser considerado un poeta de tono menor y grato, un poco descuidado, al cual las historias literarias dan un lugar entre los simbolistas y cuyos poemas han quedado relegados a los libros escolares, destino por demás envidiable para un poeta. La poesía está marcada por un continuo fluir de movimientos que niegan y devoran a los anteriores, y tras el dadaísmo y el surrealismo, la poesía de Francis Jammes, al parecer ha perdido actualidad aun cuando poetas de la llamada Escuela de Rochefort o neorrománticos, y críticos como Pierre de Boisdeffre lo señalen como un maestro vigente. Desvalorización y rehabilitación de poetas son una constante histórica y en las letras castellanas es señalado el ejemplo de Góngora, para no citar sino un caso. Pero Francis Jammes es como Milocz uno de los pocos poetas que están más allá de la literatura, que son auténticos, verdaderos como la naturaleza y que por su don de comunicación y sinceridad están también más allá de las modas y por eso mismo nunca pasarán de moda, como puede acontecerle a la mayoría de los renovadores de un momento. En un tiempo en que las relaciones humanas se deterioran por el maquinismo, la incomunicación, en que las megápolis aíslan al individuo del mundo animado, una poesía como la de Francis Jammes puede ser redescubierta y aspirarse como una bocanada de aire puro y necesario.

Francis Jammes nació en el Bearn, sur de Francia, 1868 y murió en 1938. Su revelación data de 1895, cuando publica por cuenta propia en una imprenta provinciana, su primer libro, que es recibido con la admiración de temperamentos tan disímiles como los de Mallarmé, Mauricio Barrés, André Gide (contra el cual Jammes postulaba la fijeza y la fidelidad, el arraigo, al revés del fervor por la movilidad y el cambio preconizado en ese entonces por el autor de Los alimentos terrestres). Admirado por sus mayores y sus pares que veían en él "no a un primario que es un ignorante, sino a un primitivo, que es un sabio que se simplifica" y a un poeta que –como pedía Rilke– era uno de los pocos que "mostraba como si fuera el primer hombre de la tierra aquello que ha vivido, ha visto, ha amado, ha perdido", o llegaban a afirmar –como lo hacía su coetáneo Paul Claudel– que era "el único y quizás el último poeta que representaba aún en Francia el don gratuito y divino de la poesía" (1930). Su maestrazgo se ejercía sobre jóvenes como Saint John–Perse, Alain–Fournier, Jules Superville, François Mauriac, o extranjeros como Ilya Ehrenburg, el que cuenta en sus Memorias (Gentes, Años, Vida) cómo peregrinó, asaltado por tribulaciones que lo llevaban al cristianismo, hacia el pueblo de Francis Jammes, buscándolo como un guía, aun cuando se dio cuenta, dice el soviético, que no hallaría en el "poeta de inocencia franciscana" un maestro sino un padre que le ofreció un vaso d aguardiente de cerezas preparado por él mismo. Los años de Francis Jammes transcurrieron sin mayores sobresaltos, y es uno de los pocos autores que unen vida y poesía. Habitó siempre en dos pequeños pueblos de los Pirineos: Orthez y Hasparren. En su juventud fue pasante de notario, pero nunca ejerció, dedicándose a las labores literarias. Trabajó duramente y sus libros publicados bordean el centenar, entre poemas, novelas, ensayos y biografías, aun cuando nunca alcanzó mayor bienestar económico. Era un típico francés de provincia: católico, aficionado a la pesca, la caza, la jardinería, buen padre de familia (tuvo ocho hijos), alegre, y gustador de la buena mesa, como ejemplar francés del Mediodía.

Al hacer un punto aparte, podemos hablar de Francis Jammes en Chile. Su auge estuvo en la década del 20, cuando los escolares aprendían sus poemas de memoria, las adolescentes se conmovían con "Manzana de Anís" y muchos poetas seguían su paso. Entre otros, Jorge González Bastías y algunos de los de la generación del 20: Alberto Rojas Giménez (que escribió un poema dedicado a Clara de Ellébeuse, heroína de Jammes), Armando Ulloa, Romeo Murga, Víctor Barberis. En ellos está clara la ligazón con el Jammismo: un estilo directo que no pretende ser "estilo", vocabulario simple, observación poética de las realidades más cotidianas, sentimentalismo amoroso mezclado a sensualidad violenta... Merece recordarse además a Sergio Atria, quien realizó excelentes traducciones de Jammes en la revista Claridad, órgano de la combativa Federación de Estudiantes. Al cumplir ahora su primer centenario, tal vez se pueda uno dirigir a Francis Jammes como Mario Benedetti a Rubén Darío: "Tienes cien años, pero no los representas".





Publicado en el número 5 de Árbol de Letras, en abril de 1968,
y luego en La Tribuna de Los Ángeles, el 10 de agosto del mismo año.











martes, 6 de mayo de 2008

"Viaje", de Jorge Teillier




Se apagan unos tras otros los fuegos del hogar
El viento
Empuja grises polvaredas
Sobre abandonados senderos
Se oyen
Voces rugosas de árboles
Pero quedan los ojos vigilantes de rocío
Que esperan incorporarse a la mañana
Traída por vertientes de labios entreabiertos.

Cuando los pasos de los caminantes me despiertan
Dejo atrás todas las fiestas
Todas las calles donde he perdido el tiempo
Aún confundido por el eco
De palabras sin objeto
Y espero descubrir los astros escondidos
Que brillarán en la eternidad de un día.









Publicado en el libro EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE, el año 1997.







lunes, 5 de mayo de 2008

"Me has pedido que escribiera sobre los membrillos", de Jorge Teillier

Fragmento



II

“Me esmeraré en labrar la felicidad de los demás”
escribió Sor Teresa de los Andes,
muerta antes de los veinte años como Manzana de Anís,
y Joselyn Robles.
Sor Teresa
por quien haces revivir y quebrarse la greda
(y no es así cómo nos pasa a nosotros?).
Tú, quizás sin saberlo, haces la felicidad de los demás
sin pretender siquiera la tierra en el cielo
sólo con bautizar con nombres cristianos a los
fieros o tiernos gatos
a los perros que prefieren ser vagabundos.
Sólo basta amar las lechuzas
y reconocer el trabajo del que sabe todos los oficios
y el del guardián nocturno encendiendo hogueras y
teniendo nueve hijos
y el del perezoso hortelano que trae
el ciboulet y el estragón
para que hablen en la cocina diaguita con el sabor de
la “Douce France”
y el amor a la luna llena
que parece enrojecida por los incendios,
que temes como a nuestros fraternales
terremotos y maremotos.
Y no olvido tu amor a beber una copa de vino al anochecer
mientras se oye el cascabel del canal y el gruñido de las
brasas de la chimenea
y con la dulce somnolencia del niño que se declaró
enfermo para no ir a clases
esperas el Twinings, las tostadas y las frutas y la
crema compartida con la gata
preferida del momento.

Pero no olvides rezarle a tu Ángel de la Guarda de quien
sueles abusar, que te guarde para siempre
y para eso debes saber lo que significa “Amén”.
Sé fuerte.





1990






 

domingo, 4 de mayo de 2008

"Un viejo púgil", de Jorge Teillier





Revistas color sepia, programas de matches estelares,
el par de guantes firmados por el Presidente
cuando ganó el Campeonato
colgados junto al retrato de la Difunta
lo hacen buscar la gloria del Álbum amarillento
y mientras hierve el agua en el anafe
va recordando la cara del público y sus rivales
a quienes el tiempo les ha contado diez.

La tarde cuelga frente a su ventana
como una raída y sucia bata de combate,
y él vuelve a bailotear en el ring,
siente ovaciones en la tarde muerta.

No crean que está solo
mientras prepara el café
y hace guantes frente al espejo
que le muestra su nariz rota y sus orejas de coliflor.

Todas las tardes regresan sus admiradores
que en la estación se empujan para llevarlo en hombros
a la vuelta de su gira triunfal
y lo dejan en la primavera del césped de pez—castilla
donde —como le prometió a su madre—
sueña que ha esquivado —sin despeinarse— los golpes del olvido.








en CARTAS PARA REINAS DE OTRAS PRIMAVERAS, 1985.










sábado, 3 de mayo de 2008

"El pasajero del Hotel Usher", de Jorge Teillier





Las escaleras se disuelven
como el humo de las tazas de té.
El pasajero sueña con Annabel,
con las oscuras riberas
de ríos donde nunca estuvo.
El llamado del teléfono
es el perforante guijarro
de las garzas en la laguna
el oleaje de los autos
acuna sus pesadillas.

El cuarto está lleno de gaviotas
que en vano intentan revivir sobre un césped,
que en vano se estrellan contra vidrios empañados.
Sus alas serán cortadas,
sometidas a la misma condena
a la que se somete el pasajero.

Los pantanos de la memoria
absorben al Hotel,
absorben al pasajero
que no se levanta del lecho,
no recorre las galerías
donde las arañas tejen sus mensajes,
no mira las mesas del comedor
donde dialogan, para no morir de tedio,
las alcuzas con el mantel de hule.
No contempla las desteñidas reproducciones de Doré
                                                                 en los muros,
No ve el polvillo de las demoliciones en los primeros
                                                           rayos matutinos.
Ya se fue Ariadna de la ciudad
y el laberinto de los pasadizos
sólo lleva a invencibles Minotauros.

El pasajero despierta
con el zumbido de las aspiradoras.
Ve caer del techo
la perezosa nevazón de la pintura,
viaja solo
a orillas de un río donde nunca el viento moverá una nube,
sabe que jamás responderá al teléfono.

En los pantanos de la memoria
ya empiezan a acecharlo
las sombras de quienes alguna vez lo amaron
y el oleaje de los autos pasando frente a las demoliciones
anuncia indiferente
la caída del pasajero y del Hotel Usher.





















viernes, 2 de mayo de 2008

"Madrigal", de Jorge Teillier





Te amaré de nuevo
Como a la muerte y a los ríos de septiembre
Mis años tienen la forma de tu cuerpo
Sé la nieve que cae sin decir palabra
Tu silencio es el fin del mundo






* Poema perteneciente a la primera parte de MUERTES Y MARAVILLAS (de un total de ocho)-publicado en 1971-, sección que fue llamada "I. A los habitantes del País de Nunca Jamás".








jueves, 1 de mayo de 2008

"Carta de lluvia", de Jorge Teillier





Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos
la lluvia de la infancia que debimos compartir
nos reuniremos en el lugar
donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.

            Pero ahora te envío esta carta de lluvia
            que te lleva un jinete de lluvia
            por caminos acostumbrados a la lluvia.


Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gatos.
He vuelto al lugar que hace renacer
la ceniza de los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio
a decirle a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie.
Aquí debo olvidar los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.

El pasto ha crecido demasiado.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco
me vienen a mirar rostros que creía olvidados.
Mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.

Tú, como en mis sueños vienes
atravesando las estaciones,
con las lluvias de la infancia
en tus manos hechas cántaro.
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.
Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.

            Pero ahora te envío una carta de lluvia
            que te lleva un jinete de lluvia
            por caminos acostumbrados a la lluvia.