miércoles, 31 de octubre de 2007

"Edad de oro", de Jorge Teillier






Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será siempre joven
al reflejo de la luz antigua en la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna
para buscar en el patio
la navaja extraviada.


No sabremos
si la caja de música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás –sin sorpresa—
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países,
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y Ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.


Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada
de personas que nunca han existido,
y nos saludaremos sonriendo apenas
pues todavía creeremos estar vivos.








domingo, 28 de octubre de 2007

"Cosas vistas", de Jorge Teillier

Selección





1

N
ieva
y todos en la ciudad
quisieran cambiar de nombre.


2

Me preguntas en qué pienso.
No pienso en nada:
Sólo veo un puente de cimbra
Sobre el lecho reseco de un río
Que nunca hemos atravesado juntos.


4

Temo no verte más
cuando las pompas de jabón
que hechas a volar por la ventana
se llevan tu rostro.


7

Sentado en el fondo del patio
trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar,
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora asoma
su triste cabeza entre los geranios.


8

Las primeras luciérnagas:
un niño corre a buscarlas
para su amigo enfermo.


9

La jaiba
es una rojiza mancha vieja en la roca.
Avanza lentamente
y sigue viviendo bajo el sol
tanto como el albatros de plumaje reluciente
desdeñosamente inmóvil sobre otra roca.


17

Día tras día
en los charcos verticales
de los espejos de los bares
se va perdiendo tu cara
esa hoja caída de un árbol condenado.


27

Una locomotora de lata
abandonada en la basura.
Una araña teje en ella su red
y sólo atrapa una gota de rocío.


28

En el espejo de mi armario
veo mi imagen borrada
por la del antepasado que jamás conocí.


29

Yo me invito a entrar
a la casa del vino
  cuyas puertas siempre abiertas
    no sirven para salir.


30

La muerte nos dice que no existe
para que creamos en ella
y la llamemos.


33

Un gato y una mariposa
peligrosamente cerca.
Pero el viento no duerme.


34

Un gato vagabundo
sentado en el cerco
es más grande que el patio y la casa solariega.


36

Un árbol me despierta
y me dice:
“Es mejor despertar,
los sueños no te pertenecen.
Mira, mira los gansos
abriendo sus grandes alas blancas,
mira los nidales de las gallinas
bajo el automóvil abandonado”.


36(b)

Las negras casas quieren atravesar el río,
pero se detienen en las orillas,
y allí son mendigos inválidos y rencorosos
mirando el lento vuelo de los patos silvestres.


37

En la casa de madera
  sueño con los pájaros
    que anidaron alguna vez en este bosque.


38

Estoy en la Carretera Panamericana.
El auto pasa frente al almacén
donde una vez
hablé contigo hace años.
Pero no recuerdo si era en este pueblo o en otro.


39

Si el mismo camino que sube
es el que baja
lo mejor es mirarlo
inmóvil desde una ventana.


40

Los charcos
 abren ojos aterrados
  al oír a los patos.


41

Mientras no cesan los golpes de los dados
tres bicicletas relucientes y frías
esperan pacientes y cabizbajas
afirmadas en la pared de la cantina.


42

Fuego bajo las cenizas.
Y en el muro
la sombra de los amigos muertos.


43

Veinte años después
ha resultado
que los mejores alumnos
son los de la escuela de la cimarra.


44

Un vaso de cerveza
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.


47

Mi hija me pregunta:
¿Dónde estuve yo
antes que ustedes nacieran?


49

Aún se pueden ver en el barro
las pequeñas huellas del queltehue
muerto esta mañana.


50

La niebla hace a todos personajes
  de un libro de cuentos de hadas
    leído en la torre que se incendiará.







"Traten de despertar", de Jorge Teillier






Traten de despertar
y acompáñennos
campanas que han olvidado su sed de espacio,
arco iris en dónde quería vivir una niña,
tardes que pasábamos en el tejado de zinc
leyendo a Salgari y a Julio Verne,
tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles
          del desvío al aserradero,
como el beso de la muchacha en la penumbra
          de la bodega triguera.
Acompáñennos,
rechinar de las mariposas de hierro,
veletas quejumbrosas,
cielo de la hora de la novena
tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.

Acompáñennos
a nosotros que hemos visto al sol
transformarse en un girasol negro.
A nosotros que hemos sido convertidos
en hermanos de las máscaras muertas
y de las lámparas que nada iluminan
y sólo congregan sombras.
A nosotros
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce
          el nombre de los árboles,
donde vemos todo próximo amor
como una próxima derrota,
toda mañana
como una carta que nunca abriremos.

Acompáñennos,
porque aunque los días de la ciudad
sean espejos que sólo pueden reflejar
nuestros rostros destruidos,
porque aunque confiamos nuestras palabras
a quienes decían amarnos
sin saber que sólo los niños y los gatos
podrían comprendernos,
sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
no nos traicionarían nunca,
aún escuchamos el llamado de los rieles
que zumbaban en el mediodía del verano
          en que abandonamos la aldea,
y en sueños nos reunimos para caminar
hacia el País de Nunca Jamás
por senderos retorcidos iluminados
sólo por las candelillas y los ojos encandilados de las liebres.







de Poemas del país de nunca jamás, 1963.









sábado, 27 de octubre de 2007

"Después de la fiesta", de Jorge Teillier







Está más joven la muchacha que amanece sonriendo
frente al canto del canario cada vez más joven.
Está más joven en la portada de la revista
          sobre la mesa de nogal cada vez más joven
el retrato de los Campeones Mundiales del año 30.

Está más joven la mujer que se despierta para lavar
          ropa ajena en la artesa rústica.
Están más jóvenes quienes en la plaza hablan
          de sus amigos desaparecidos o asesinados.
Está más joven la flor guardada entre las páginas
          de Fermina Márquez,
está más joven el rugoso pescador que bebe
          su aguardiente frente al temporal recién nacido.
Está más joven el guijarro que espera ser
          recogido por un niño,
tras ser pulido por una ola que cada viaje hace
          cada vez más joven.

Sólo yo he envejecido.











viernes, 26 de octubre de 2007

"Cuando todos se vayan", de Jorge Teillier






a Eduardo Molina Ventura




Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.

Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.





 



jueves, 25 de octubre de 2007

"Sentados frente al fuego", de Jorge Teillier






Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por la llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.

Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
-Yo llenaba esas manos de cerezas, esas

manos llenaban mi vaso de vino-.
Ella mira el fuego que envejece.






Del libro Para Ángeles y Gorriones, publicado en 1956.




miércoles, 24 de octubre de 2007

"Bajo el cielo nacido tras la lluvia", de Jorge Teillier






Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.


O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.


O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.


Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huida de toda una estación.


Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.













martes, 23 de octubre de 2007

Nota sobre el autor







Jorge Teillier nació en Lautaro, el 24 de Junio de 1935 (día de la muerte de Carlos Gardel). Estudió en los Liceos de Lautaro y Victoria, y cumplió su aspiración de niño de estudiar Pedagogía en Historia en la Universidad de Chile, pero sólo ejerció un año el magisterio. Luego ingresó a la redacción del "Boletín de la Universidad de Chile", del cuál llegó a ser Director.

Ha publicado ocho libros de poemas, desde Para ángeles y gorriones (1956) hasta Muertes y maravillas (Editorial Universitaria, 1971) y la antología Los trenes que no has de beber... (San Salvador, 1977, selección de textos e ilustraciones de Germán Arestizábal).[1]

Algunos de sus poemas han sido traducidos a varios idiomas, desde el inglés y el francés hasta el eslovaco y el sueco, pasando por el italiano y el rumano. Sin embargo, le hubiera gustado ser traducido al piapamento y el malgache.

Tiene dos hijos, Sebastián y Carolina, y una nieta, Tania Portugal, nacida y residente en Lima.

Relee más que lee, lo que le parece un signo de precoz envejecimiento. Actualmente a Nicolás Garín, Conrad, Hans Fallada, Raymond Chandler, Gaston Leroux, Gonzalo Bulnes.

Le gusta visitar los supermercados, pasear por el Metro, ver jugar dominó a los amigos. Suele apostar con muy mala suerte a la Polla Gol y es partidario de la Universidad de Chile, el Green de Temuco y el Celta de Vigo.

Ha extraviado su pasaporte y su carnet de identidad.

Suele participar en concursos poéticos y ha obtenido algunos premios, desde el Canto a la Reina de la Primavera de Victoria en 1952 hasta el Canto al Sesquicentenario de la creación de la Bandera Nacional (1967) y el 1er. Premio de los Juegos Florales de la revista "Paula" en 1976, entre 4000 participantes. Le gustaría ver aparecer un Ovni, como el que vio en su ciudad natal a mediodía del mes de enero de 1958; hacer un viaje en velero hacia Chiloé, y uno en el ferrocarril de Temuco a Carahue, la "Ciudad que Fue". [2]



Jorge Teillier, San Pascual de Las Condes, Santiago, Noviembre de 1977.




En Para un pueblo fantasma, 1978.







Notas del editor


[1] Entre los textos citados por Teillier, publicó El cielo se cae con las hojas (1958), El árbol de la memoria ( 1961), Los trenes de la noche y otros poemas (1961), Poemas del País de Nunca Jamás (1963) , Poemas secretos (1965) y Crónica del forastero (1968). Además -después-, escribió los poemarios Para un pueblo fantasma (1978), Cartas para reinas de otras primaveras (1983), El molino y la higuera (1994) y las obras publicadas póstumamente Hotel Nube (1996), La Isla del Tesoro (con Juan Cristóbal, poeta peruano, 1996) y En el mudo corazón del bosque (1997). Fueron publicados, también, La confesión de un granuja (traducción y antología con Gabriel Barra del poeta ruso Serguei Esenin, en 1973), Los dominios perdidos (antología a cargo de Erwin Díaz, en 1992), Le petit Teillier illustré (edición de Jorge Teillier y Germán Arestizabal con dibujos de Arestizábal, en 1993), La invención de Chile (con Armando Roa, en 1994), Poesía universal traducida por poetas chilenos (1996), Prosas (recopiladas por Ana Traverso, en 1999), Entrevistas, 1962-1996 (recopiladas por Daniel Fuenzalida, en 2001) y Lo soñé o fue verdad (Conjunto de poemas inéditos, primeras [o ciertas] versiones y poemas facsimilares, en 2003).

[2] Jorge Teillier murió en Viña del Mar, el 22 de abril de 1996.