lunes, 26 de mayo de 2008

"Paseos con Carolina", de Jorge Teillier






En una tarde de ninguna tarde sales a pasear del brazo
          del Loco del Tarot.

Será como mirarse en un caleidoscopio
          único lujo de la vitrina del
          bazar del barrio
vemos al dueño tratando de reanimar los carbones del brasero.

Será todo como en la Plaza Manuel Rodríguez
          que era el patio de tu casa
allí te robaron tu triciclo sin permiso de tu Ángel de la Guarda.

Entramos a un aserradero.
El maestro me dice cómo debes enseñarme
a construir un estante de madera de pino.
Aparecen peluqueros casi centenarios
          que asientan las navajas
para clientes que ya se fueron a otros mundos.
Aparece una frutería igual a la de doña Modesta en Lautaro
          desde allí saludabas todas las mañanas a la viuda del
                 guardacruzadas en caseta esperando la pasada del tren
                 lastrero.

Hoy es día de tu santo y tú ni lo recuerdas
pero en Nueva York 11 Alvaro y Jonás con tu tío Iván
          alzan una copa en tu honor
y tu hermano en Bucarest oye aletear molinos de
          alas de mariposas
y los hijos de un Viejo Hidalgo tocan por ti junto a
          Vasile Igna una Misa en Re.

De una carretela se detiene un campesino a recoger ramas.
A él no le importan
                                        los semáforos santiaguinos.
Él sabe
que te aman los apaleados caballos y las muchachas locas
que convierten en hostias sagradas las galletas de agua
          que a mediodía les llevas a la Clínica.
Visitante a la Hora de Once porque vives añorando el
          pan amasado.
Llegas con la paz de un colibrí
a quien nadie podría atrapar
ni en un jardín Benedictino.

En tu mirada temen reflejarse los muros coronados
          de alambres de púa.

Me regalas “The Ring”, la Biblia del Boxeo
y yo
“La Colina de los Helechos” y “La Fuga de los Cisnes”.

Me has dado a Tamia
la lluvia morena que calma toda sed
y a Adrián
taimado como un Jorge cualquiera huye de todos los umbrales
          donde en vano lo aguardan.

No te importa
que me jale la barra del Bar
como dices con tu acento de Cuyanquén, Palermo, o Puente
          de los Suspiros
porque sabes que a tu lado recupero
la Bilz de los carros de tercera
y la Panimávida tiene sabor a Veuve—Clicquot.

Hemos salido a pasear juntos después de no sé cuántos años
Carolina de todas las estrellas
Carolina de más estrellas que todos los vinos y generales
          del mundo
(cuando naciste eran las tres de la mañana en Noviembre
y los hombres miraban el cielo esperando el paso
de una estrella roja).

Me gusta caminar contigo y ver que tus zapatos que
          aquí no se usan
hacen florecer los adoquines,
y que te enojes porque a Pepe Pardo las cervezas no dejan
          de volvérseles azules
y que puedes convertir en nidos todas las computadoras.

Todo esto sonriéndome como se sonríe el pianista cesante
          cuando llegó el Cine Hablado,
mientras apoyas tu mano en mi muda mano
Carolina,
amor mío,
hija mía.
































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