miércoles, 21 de mayo de 2008

"Música para películas mudas", de Jorge Teillier






Los gatos dormidos sobre los mostradores de los almacenes de barrio, los espejos de los prostíbulos de Marsella rotos por ráfagas de ametralladoras de galanes que usan borsalino, los deseos de viajar en globo, la nostalgia de las lanchas carboneras, los organitos de Manzi, las locomotoras a vapor, las matinées de los cines baratos, van apareciendo al compás de un cuadernillo de poemas de Luis de Paola; Música para películas mudas (Ediciones de “El escarabajo de oro”, Buenos Aires, 1976) que para sorpresa mía me muestra el poeta Galvarino Plaza en los corredores del Instituto de Cultura Hispánica. Sorpresa, repito, porque yo casi había olvidado que hace unos años en Lautaro habíamos decidido escribir –cada uno por su cuenta- una serie de poemas con temas comunes, para publicarlos en conjunto bajo el título de Música para películas mudas. Para alegría mía De Paola cumplió con su parte. Por la mía, sigo en deuda con las musas, tal vez para bien de ellas.

Más sorpresa recibo cuando en San Lorenzo de El Escorial me encuentro por azar con el propio Luis de Paola, en compañía del joven poeta Douglas Hazard (que nació frente al monumento de Edgar Poe en Baltimore y ha traducido a muchos poetas chilenos). Recuerdo a Luis de Paola llegando a Chile desde su Lobos natal, pueblo de donde es Hijo Ilustre, al igual que Juan Domingo, cuya sonrisa gardeliana admira, mal que le pese a Borges. De Paola vino por una semana al país –para asistir a un cumpleaños de Neruda- y se quedó cinco años, fascinado no sólo por la cordillera, el vino y la hermosura de nuestras mujeres, sino por las noches de “El Bosco”, los laberintos de Valparaíso, las cuevas de los piratas de Quintero, los dedales de oro que a lo largo de las vías férreas corren hacia la Frontera -de la cual se hizo ciudadano honorario- los “mariscales” del Mercado Central, los domingos del Club Hípico. Aquí divulgó la obra del poeta mendocino José Enrique Ramponi a quien Pablo de Rokha –tan parco en elogios- consideraba superior a Neruda por La Piedra Infinita (precursora según él de Alturas de Macchu Picchu) y por su parte descubrió a Diego Muñoz cuyo De repente sigue considerando la mejor novela chilena; se hizo –por supuesto- admirado de Teófilo Cid y Braulio Arenas, cuyo Juego del Ajedrez divulga ahora en España y amistó con todas las generaciones de poetas chilenos, desde Juvencio Valle hasta Altenor Guerrero y Omar Lara, a la vez que publicaba con el patrocinio de la Asociación Chilena de Escritores su libro de relatos La última puerta (1972).

Ahora, con Luis de Paola hemos caminado desde la Gran Vía hasta Ramón Coello, para ver la casa donde vivió Bécquer, y luego en “El Bazkari” brindamos por los amigos ausentes y presentes, volviendo en sueños a los viejos cines donde nuestros padres oían la música del piano que acompañaba a las seriales, y luego nos hemos despedido recordando que el tiempo tiene color de brizna de brezo y que aunque el otoño ha muerto podremos de nuevo encontrarnos por azar, como diría Baudelaire, en “any where out of the world”.











Publicado en Las últimas noticias, el 15 mayo 1976.











1 comentario:

Anónimo dijo...

Leo esta entrada, hoy 25 de diciembre. Siento comunicar que Luis de Paola, del que también fui buen amigo, murió el pasado 23 y lo enterramos ayer, la mañana de Nochebuena, en Colmenar Viejo.
Le haré un pequeño homenaje de amistad y reconocimiento en mis blogs. Ojalá se le recuerde y se le lea. Era un gran poeta y una persona afable.
Enrique GRacia Trinidad
http://enriquegracia.blogspot.com y
http://enriquegraciatrinidad.blogspot.com