Y así pasan las tardes:
silenciosas, como gastadas monedas
en manos de avaros.
Y yo escribo cartas que nunca envío
mientras los manzanos se extinguen
víctimas de sus propias llamas.
Hasta que de lejos
vienen las voces
de ventanas golpeadas por el viento
en las casas desiertas,
y pasan bueyes desenyugados
que van a beber al estero.
Entonces debo pedirle al tiempo
un recuerdo que no se deforme
en el turbio estanque de la memoria.
Y horas que sean
reflejos de sol
en el dedal de la hermana,
crepitar de la leña
quemándose en la chimenea
y claros guijarros
lanzados al río por un ciego.
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