Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para salir.
Viajemos, antes que las aves
den comienzo al verano,
cuando vuelvan al estero
en busca de su olvidada imagen.
Una locomotora de lata
abandonada en la basura.
Una araña teje en ella su red
y sólo atrapa una gota de rocío.
Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese débil chispazo de la hoguera del verano
más débil que la memoria de una ola.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.
Camino con el cuello
del abrigo alzado
esperando ver aparecer luces
de algún perdido bar
mientras huellas de amores
que nunca tuve
aparecen en mi corazón
como en la ciudad los rieles
de los tranvías
que dejaron hace tanto tiempo de pasar.
Publicado por Ediciones GrilloM, 1994
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