Creo que fue en Yugoslavia donde tuve mi primer contacto con Jorge Teillier. Un día recibí una carta suya y de Juan Luis Martínez pidiéndome una entrevista o una colaboración para una revista literaria que ellos editaban. Me enviaba un ejemplar de muestra y fui impresionado por su profundidad y amplitud en los temas tratados. Estaban al tanto de las grandes corrientes mundiales de pensamiento y de sus promotores. Luego, pasando los años, vine a Chile a dar una charla en la Universidad. Un Discurso de la América del Sur se titulaba. Entre los asistentes estaban Jorge Teillier y Juan Luis Martínez, dos poetas de excepción. Ahí nos conocimos. Y desde ese primer encuentro, una especial afinidad se produjo entre nosotros. En verdad no me habré encontrado más de tres veces en la vida con Jorge Teillier, pero fue como si nos hubiésemos conocido siempre y por siempre. La última vez fue en el entierro de María Luisa Bombal, en el cementerio, y de ahí nos vinimos hasta el Cerro Santa Lucía, a un restaurante donde junto a un vaso de vino pudimos charlar por toda una vida. Hablamos de su hermana muerta. Yo le dije que ella vivía dentro de su corazón y lo cuidaba. Y él me leyó su poema «Alguien canta en el bosque».
Nos separamos y ya no nos vimos nunca más, hasta que, en su funeral, en La Ligua, donde hoy se encuentra su tumba, yo recité los versos de su poema. Y ante un representante del Gobierno protesté porque a Teillier, como a María Luisa Bombal, no le dieron el Premio Nacional de Literatura, tan merecido y que, al ayudarlo económicamente, le habría permitido seguir viviendo y escribiendo.
Mas, en fin, el gran poeta y querido amigo eterno Jorge Teillier, desde esa bella ciudad de Cabildo, ya cruzó el "Túnel del Estribo" (el "Tubo Astral") y llegó a ese mundo mágico de Petorca y Chincolco donde "alguien cantaba en el bosque". Y era su hermana que allí lo esperaba.
Publicado en la Revista de Libros de El Mercurio,
el viernes 3 de junio de 2005.
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