a mi hermano Iván
Abandonamos la aldea
después de beber algo en el hotel frente a la plaza.
Escogimos el camino más viejo. Pasamos lentamente
frente a tierras sin cultivar, árboles mutilados
por los roces a fuego. Entramos a una quinta abandonada
a buscar manzanas silvestres.
Luego, alguien dice: “en la estación había una muchacha
que se parecía no recuerdo a quién”.
Otro empieza a cantar.
Pero cuando las estrellas salen a mirarnos
con sus húmedos ojos de ovejas tristes
nadie habla ni canta.
Trepida el viejo motor, el viento nos da en la cara,
un amigo reparte el pan y el vino. Siempre eso es bueno.
Y es bueno desear que sea eterno, eterno como creemos
son la noche, el viento, los oscuros caminos del cielo.
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