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Los pueblos se arremolinan en mi memoria
como páginas de un libro arrancadas por una ventolera:
Renaico, Lolenco, Mininco, Las Viñas,
Púa, Perquenco, Quillén y Lautaro.
De nuevo aparecen con sus postes de telégrafo
derribados por el último temporal,
con sus casas afirmadas hombro a hombro
como ancianas que se emborrachan
para recordar las fiestas de principios de siglo.
Los pueblos flotan en mi cabeza
que he inundado de vino en este largo viaje
como flotan los viejos troncos
en los ríos en crecida.
Inundo de vino mi cabeza
para olvidar la cancioncilla senil
que tararea el carro de tercera,
para olvidar a los torpes campesinos
con sus canastos con quesos o gallinas,
y a los viajantes que ofrecen naipes y peinetas.
Cierro los ojos
y afirmo mi frente enhollinada
en los vidrios de la ventanilla
mientras la noche hunde en los ríos
su frente arrugada por los peces.
Santiago-Lautaro, 1963
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