Fragmento
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Vamos a pasear por los extraños pueblos
ELISEO DIEGO
La noche era un trozo de carbón a punto de arder.
Nada más hermoso que ver al fogonero lanzar paladas.
El horno cambiaba el carbón por oro.
Te dejaron subir a la locomotora.
Hay que amar a la locomotora como a un gran animal doméstico,
amar sus resoplidos, sus nubes de vapor,
la lluvia de hollín con que te bautiza cada estación.
Pero ya han pasado todos los trenes. Han pasado los trenes, la segura rotación de los juegos de las cuatro estaciones: el trompo, el volantín, las bolitas, el emboque. Todo eso es triste. Mientras escribo unos gatos nuevos maúllan tristemente. Y recuerdo el placer de poner mi nombre en los cuadernos el primer día de clases.
Te asomas alarmado a la ventanilla del vagón.
Tu padre bajó al andén para hablar con un amigo,
temes oír de un momento a otro el silbato de partida.
Empiezas a conocer los pueblos de la Frontera.
Tienen nombres que en la lengua de la Tierra
quieren decir: “Guanaco echado”, “Río de brujos”, “Lugar
de cenizas”.
Viste apolillarse los columpios de una plaza de juegos.
Un zapatero nos saludaba con la V de la victoria.
Se hablaba de la pelea de Godoy con Joe Louis y de la batalla
de Stalingrado.
Hubo un desfile celebrando la caída de Berlín
y la Bomba Atómica era el fin de todas las guerras.
En un pueblo alojabas en casa de una tía y leías el “Pacífico
Magazine” con noticias de la Guerra del 14,
en otro viste que al atardecer la gente iba llevando sillas
para asistir a una función de cine,
en otro escuchaste a los músicos de la Banda Municipal tocar
“Titina” en un kiosco a punto de caer.
Días de descubrir las aldeas
como más tarde el sabor de cada bebida,
peligrosos como los cercos de alambre de púa en donde uno
puede enredarse al salir de caza.
Aldeas que he recorrido
por calles fangosas que llevan a las afueras.
Allí hay gente que muere sin haber visto nunca el mar.
Hay muchachos jugando fútbol.
Se cantan rondas que ya no se escuchan en las ciudades:
Yo me quería casar
con un mocito barbero.
Me sentaron en una silla
y me cortaron el pelo…
En el bar del Hotel estuve esperando las campanadas
que anuncian la llegada del tren.
Pero los nuevos amigos hicieron llegar nuevas botellas
Y allí estuvimos hasta el alba de los trenes de carga.
Una vez aguardando la llegada de un tren, bajo un aguacero,
me hice amigo de un pobre organillero.
El viento, el frío y la lluvia velaban con nuestra espera,
antes que subiéramos al carro de tercera.
Sí, he vuelto a los pueblos tantas veces
porque el tiempo me suele tener en su guarda.
Y siempre llego por calles barrosas a las afueras
donde los hijos de mis compañeros de curso
juegan el mismo eterno partido de fútbol.
Tu padre bajó al andén para hablar con un amigo,
temes oír de un momento a otro el silbato de partida.
Empiezas a conocer los pueblos de la Frontera.
Tienen nombres que en la lengua de la Tierra
quieren decir: “Guanaco echado”, “Río de brujos”, “Lugar
de cenizas”.
Viste apolillarse los columpios de una plaza de juegos.
Un zapatero nos saludaba con la V de la victoria.
Se hablaba de la pelea de Godoy con Joe Louis y de la batalla
de Stalingrado.
Hubo un desfile celebrando la caída de Berlín
y la Bomba Atómica era el fin de todas las guerras.
En un pueblo alojabas en casa de una tía y leías el “Pacífico
Magazine” con noticias de la Guerra del 14,
en otro viste que al atardecer la gente iba llevando sillas
para asistir a una función de cine,
en otro escuchaste a los músicos de la Banda Municipal tocar
“Titina” en un kiosco a punto de caer.
Días de descubrir las aldeas
como más tarde el sabor de cada bebida,
peligrosos como los cercos de alambre de púa en donde uno
puede enredarse al salir de caza.
Aldeas que he recorrido
por calles fangosas que llevan a las afueras.
Allí hay gente que muere sin haber visto nunca el mar.
Hay muchachos jugando fútbol.
Se cantan rondas que ya no se escuchan en las ciudades:
Yo me quería casar
con un mocito barbero.
Me sentaron en una silla
y me cortaron el pelo…
En el bar del Hotel estuve esperando las campanadas
que anuncian la llegada del tren.
Pero los nuevos amigos hicieron llegar nuevas botellas
Y allí estuvimos hasta el alba de los trenes de carga.
Una vez aguardando la llegada de un tren, bajo un aguacero,
me hice amigo de un pobre organillero.
El viento, el frío y la lluvia velaban con nuestra espera,
antes que subiéramos al carro de tercera.
Sí, he vuelto a los pueblos tantas veces
porque el tiempo me suele tener en su guarda.
Y siempre llego por calles barrosas a las afueras
donde los hijos de mis compañeros de curso
juegan el mismo eterno partido de fútbol.
2 comentarios:
Hola Juan Carlos,
Te escribo porque me interesa tu blog, sobre todo lo relacionado con trabajo poético de Jorge Teillier.
Yo mismo he iniciado una investigación en torno a su poética, por lo que me gustaría intercambiar impresiones y lecturas contigo.
Estoy en Santiago hasta el 29 de diciembre. Si te interesa charlar un café, escríbeme a javier.nunez.m@gmail.com
Saludos cordiales
Javier
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