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El silbato del conductor
es un guijarro
cayendo al pozo gris de la tarde.
El tren parte con resoplidos
de boxeador fatigado.
El tren parte en dos al pueblo
como cuchillo que rebana pan caliente.
Los vagabundos quedan mirando
a los niños que corren entre castillos de madera.
De las chozas dispersas a lo largo de la vía
salen mujeres a recoger carboncillo entre los rieles,
otras reúnen la parchada ropa
crucificada en los alambres
tendidos en los patios llenos de humo,
y algunas inmóviles y serias como grandes sandías
recogen en los umbrales el lerdo sol de fines de otoño.
Santiago-Lautaro, 1963
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