Buen Francis Jammes, amigo del fiel perro
que escondíase de la muerte debajo de la mesa,
te ofrezco el frescor de un ramo de cerezas
que no ha marchitar jamás ningún destierro.
Patriarca de la barba florida, que conocías
los simples nombres llenos de poesía
de todas las muchachas y todas las aldeas
y de cuanto manjar en la despensa alardea,
yo te traigo leche que recién van a ordeñar,
trigales infinitos para tu claro mirar,
el rústico sendero de los vinos pipeños
y una era olvidada para acoger tus sueños.
Que el Burdeos de mis abuelos, por donde tú paseabas,
se abra como una col fresca en la huerta del lar,
y sea yo la sombra con la que contemplabas
los leños y las castañas que van a crepitar.
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