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martes, 7 de mayo de 2019

«Palabras para Isabel, Argonauta de la Tierra», de Jorge Teillier







Escrito para la presentación 
del poemario Pubisterio (1990), de Isabel Gómez





sábado, 11 de septiembre de 2010

"La Unidad Popular y el fin de un mito", de Jorge Teillier





Empiezo a escribir pensando en el Otoño, grávido de semillas y futuro. Y me gusta escribir Otoño y Esperanza con mayúsculas, porque este tiempo es para reflexionar en la Primavera que viene, cuando confío en saludar el triunfo de Salvador Allende con brazadas de aromos, así como en 1838 se saludó el triunfo de Pedro Aguirre Cerda. “El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su nulidad, su carencia de sensibilidad poética probaría chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética”, escribía César Vallejo en 1927. Aun cuando el espectáculo de una elección presidencial tome aspectos neurotizantes y a veces circenses, que no pueden menos que disgustar, considerada en su profundidad es un compromiso ineludible para el escritor que no deja de ser un ciudadano, y que comparte el destino de su pueblo. Recuerdo que en 1952 yo fui allendista, y los allendistas en el Liceo de Victoria nos contábamos con los dedos de la mano. En mi pueblo natal obtuvo 45 votos Allende en 1952, en 1964 fueron 1500, pese a todas las dificultades de la campaña en la zona de Cautín, una de las más dominadas por el latifundio. Del Frente del Pueblo a la Unidad Popular hay una línea inquebrantable, ascendente, una corriente impetuosa que lleva a nuevos destinos. “The people go on”, como dice Carl Sandburg. Hace unos meses recuerdo que con amigos poetas saludamos con emoción el hecho de que Pablo Neruda fuera proclamado candidato a la Presidencia por el Partido Comunista, que reconocía al vate como el exponente máximo de sus filas, cristalizador de la inteligencia y la sensibilidad del pueblo. Neruda y luego Salvador Allende son candidatos humanistas, contrapuestos al frío ingeniero que representa la Derecha.



DE “EL PALETA” A “DON JORGE”


Por lo demás, Jorge Alessandri es un político neutro, que no tiene otra imagen que la proporcionada por su fuerte propaganda. En 1958 se le dio un carácter populachero y se le llamaba “El Paleta”, su eslogan era “Se la puede”. Ahora ya no se puede recurrir a esa simpleza y entonces es “Don Jorge”, el hombre austero, el hombre de los “pensamientos” que no son nada más que perogrulladas. Se pretende mostrarlo como un ente arquetípico, “El Padre” o más bien dicho “El Patrón”. Para quienes forjan esta imagen, el pueblo es sólo objeto de menosprecio, una masa que no puede pensar ni bastarse a sí misma, evidentemente menor de entendimiento y de edad. La imagen de la demagogia de derecha en todo el mundo, la de un Oliveira Salazar, el sanguinario dictador “tecnócrata” e “independiente de los partidos políticos”. Justamente al revés de un candidato popular, que es el aglutinante de la lucha que cada trabajador debe dar para mejorar su situación y la del país. La Derecha pide sumisión; la Izquierda, conciencia. La Derecha comete un profundo error psicológico: el arisco solterón de la calle Phillips no puede dar de modo alguno la imagen del “Padre”, y es, además, en esencia “antichileno”. El hombre de la galleta y el agua mineral si ser apolíneo tampoco es dionisíaco: se moriría de indigestión con sólo leer la Epopeya de las comidas y bebidas de Chile de Pablo de Rokha. Es antidionisíaco y antiheroico, no se le puede comparar en absoluto con un Balmaceda, capaz de dar la vida por su causa. Se equivocan además quienes creen en el mito del “alessandrismo”. Arturo Alessandri encarnó los anhelos de la clase media y el pueblo en 1920, pero fue arrojado al desván de la historia cuando se transformó en un “parvenu”. Su sucesor Gustavo Ross (de mucha similitud con Jorge Alessandri) fue derrocado el 38, y Fernando Alessandri en 1946. Los pueblos no se alimentan de mitos y de palabras: Winston Churchill fue derrotado por los laboristas ingleses en 1945 y el mismo De Gaulle tuvo que retirarse a su pacífica aldea. No hay hombres providenciales ni enviados. En este momento la Unidad Popular a través de su candidato cristaliza la evolución histórica del pueblo chileno, que podemos hacer arrancar de 1812 cuando José Miguel Carrera da forma violenta al ideario de la Independencia política en contra de la oligarquía representada por los “Larraínes” (como lo reconoce el propio historiador reaccionario Jaime Eyzaguirre).



COHERENCIA HISTÓRICA

Una línea que va de Carrera a Portales, enemigo del librecambismo –pieza fundamental de la economía liberal y cosmopolita-, y primer prócer que denuncia el peligro del imperialismo estadounidense, y que continúa en Balmaceda, derrocado por intentar recuperar las riquezas nacionales. La Derecha actual quiere adueñarse de estas figuras a las cuales en su tiempo repudió. Muy bien lo dijo Joaquín Edwards Bello: “El Alessandri de 1920 como el Balmaceda de 1891 no fueron gratos a la clase que le hizo una estatua”. Los mismos ataques recibidos por el revolucionario Alessandri del 20 los recibió Allende el 64 y los sigue recibiendo el 70. “La trama peruano-bolchevique” era el titular de El Diario Ilustrado del 31 de agosto de 1920 (ahora cierto magazine denunció “la unidad moscovita”) y el 9 de mayo en el mismo Ilustrado se declaraba: “Alessandri amenaza con la revolución social, la ruina y el trastorno a la usanza rusa”. En los círculos bancarios circulaba la siguiente consigna: “Si quiere guardar la mitad de su fortuna, gaste la otra mitad contra Arturo Alessandri”. Contra cualquier cambio en las estructuras político-sociales ha habido campañas del miedo y muy bien la palpamos en 1964. La experiencia hará, sin duda, que esta campaña sea derrotada en 1970. Contra esto las fuerzas de la Unidad Popular deben apelar a recursos nuevos y audaces. Quiebra del esquematismo de lenguaje que a veces sufren nuestros políticos (en este sentido nos parece que el discurso de Pablo Neruda al recibir la candidatura presidencial fue ejemplar en el sentido de renovación), y quiebra del molde tradicional de las campañas electorales, como es el caso de la reacción de los trabajadores que desenmascaró y redujo a sus verdaderas proporciones al candidato de la Derecha en la provincia de Concepción, tan audaz y profunda como la próxima primavera y con su misma certeza esperamos el triunfo de la Unidad Popular y la quiebra para siempre de uno de los mitos más nefastos para la historia chilena, junto a la reafirmación de tareas ya iniciadas por los Padres de la Patria.










en Plan (n.48), mayo de 1970











jueves, 15 de abril de 2010

"Variaciones sobre la noche", de Jorge Teillier







“He sido un conocido de la noche. He salido a pasear bajo la lluvia y he vuelto bajo la lluvia. He ido más allá de la luz más lejana de la ciudad. He contemplado la callejuela más triste de la ciudad. He pasado junto al sereno que hacía su ronda...” Entre estos conocidos, de los cuales habla el gran poeta norteamericano Robert Frost (el predilecto de John Kennedy), sin duda los más fieles los poetas y escritores. La noche es la gran compañera de la mayoría de ellos, aún cuando por supuesto no faltan excepciones como las de Ramón Gómez de la Serna, el cual prefería madrugar para ver aparecer el alba antes de empezar a escribir, y nuestro Joaquín Edwards Bello que en una de sus crónicas se autodeclara “chiflado” porque le gusta estar durmiendo a las diez de la noche, y levantarse temprano para dar una vuelta descalzo por el pasto o regar un árbol. Pero basta decir “la noche” para verla junto a Francois Villon en el París de cellisca y rondantes aullidos de lobos, cuando el mal colegial y gran poeta salía con sus compañeros a robar las enseñas de las posadas, basta nombrarla para tener junto a nosotros al pálido Edgard Allan Poe yaciente en ella en una calle de Baltimore, después de amarla tanto como Dupin, su personaje (el precursor de Sherlock Holmes) que no soportaba la luz del día y vivía iluminado por bujías en una casa de persianas eternamente cerradas.

El romanticismo practicó el culto nocturnal, a partir del melancólico Young que conmovió a Europa con sus Noches. No hubo poeta romántico que no la cantara o exaltara como la faz verdadera de la vida. Y no es raro que, como reflejo, el siglo diecinueve llegara a estas playas portando también su cargamento nocturno. Pues la vida noctámbula comienza en Santiago casi al fin de la Colonia, hacia 1808, según cuenta José Zapiola en sus Recuerdos de Treinta Años. En ese tiempo se instalaron los primeros Trucos como se llamaban los cafés (uno estaba instalado en el Portal Fernández Concha), en donde desde mediodía a cualquiera hora de la noche se jugaba al naipe (o sea, al monte, la malicia, el mediator, la báciga, etc.). El billar se introdujo hacia 1820. Los espíritus más festivos pasaban el Mapocho para acudir a las casas de fonda y chinganas en donde campeaban música y baile. En 1884 se inauguró un establecimiento que estaba abierto toda la noche. Era el Hotel Central (Merced esquina de San Antonio) que tenía un restaurant en la parte baja. Cerrado éste por las autoridades el más popular fue el Café de la Bolsa, en donde, según cuenta Vicuña Cifuentes, se bebía preferentemente (y en copas de plaqué provistas de correspondientes bigoteras) un ponche llamado Tomayeri (abreviatura de Tom y Jerry). El estremecimiento finisecular alargaba las noches santiaguinas antes de despertarse a un nuevo siglo. Entonces surgió el primero de nuestros poetas malditos, el baudeleriano Pedro Antonio González (“quizás soy un mago maldito”, decía de sí mismo), paseante solitario, bebedor solitario de los bodegones de la Chimba, en los cuales el tinto se transformaba para él en “ardiente Falerno”, y las pobres y desarrapadas mujeres de la vida en hetairas (“Vírgen báqueica y tísica, bebe”). De él escribió Francisco Contreras: “Solía vérsele a veces por las calles errando solitario apoyado en su bastón, descuidado el traje, el cigarrillo en los labios, un libro bajo el brazo como persiguiendo intangibles visiones del aire con la mirada siniestra de sus ojos divergentes”. En la primera década de este siglo un grupo de poetas concurría al “Cola de Mono” situado en San Diego con Plaza Almagro. Otros a la llamada “Piojera”, gran expendedora de la nacional chicha baya, situada en calle Zañartu. Y los más encopetados concurrían al restaurant de “Papá Gage” en calle Huérfanos, al “Coppola” de Agustinas con Miraflores, a la “Confitería Palet”, de la calle Estado. Pero, simplemente, era corriente que los jóvenes poetas de ese entonces recorrieran las calles bajo la dudosa luz de los mecheros de gas, conversando y recitando hasta la llegada del alba.

Extraños fantasmas entregó la noche santiaguina la llamada Generación del Año 20. El más típico fue Alberto Valdivia, más conocido como “el cadáver”, precoz y extraordinario poeta consumido por la morfina, que recorría los bares con su violín al brazo. Homero Arce en un reciente artículo sobre el poeta Rosamel del Valle recuerda los cenáculos de la que fue (tal vez) la más bohemia de las generaciones: “El Jote” donde había buenos platos por sólo cuarenta centavos, “El Hércules”, “La Bahía”, los bares alemanes con orquestas de ciego de San Pablo y Esmeralda, un poco más tarde el “Black and White”. Y la “Ñata Inés” de calle Eyzaguirre en donde, según se cuenta, el adolescente Neruda, llegado de la noche oceánica poblada de ladridos y de coigüillas de Temuco, dejaba en prenda de pago su capa heredada del padre ferroviario. Coetáneamente, transnochaban también –pero sólo tomando café con leche– en “Los Inmortales” Manuel Rojas, González Vera, Silva Castro y otros no devotos al más popular entre los chilenos de los dioses olímpicos.

También se desplazaron hacia San Diego muchos de los integrantes de la Generación del 38. Uno de ellos, el más extraño y prometedor de todos (para hablar en lenguaje deportivo) Héctor Barreto, personaje lunar que vivía viajes imaginarios sin salir días enteros de su lecho, y que dejara antes de los diecinueve años cuentos de una imaginación inusitada en la narrativa chilena, fue muerto a la salida del Café Volga por un grupo de nazistas el año 1937. Pero de esa generación, el más notable de los “conocidos de la noche” fue sin duda Teófilo Cid, el poeta y escritor que de dandy del Ministerio de Relaciones, pasó a ser –según el decir de Gonzalo Rojas, su compañero en poesía– “el lobo estepario de las noches santiaguinas”. Teófilo Cid, hombre de desusada cultura, llevado de una irresistible animadversión a un medio donde impera la mediocridad prefirió inmolarse en la noche, como un budista en las llamas, antes que aceptar los convencionalismos. “Hay estrellas en tu nombre/ Cuando una lenta espera me domina/ con su atroz desesperanza” le escribía a la noche. Consumido por ella murió en 1963, no sin pronosticar antes que más de alguien en sus funerales diría que “había muerto el último bohemio”. Yo mismo –nos decía– he asistido al entierro de una infinidad de “últimos bohemios”. Sin duda, los escritores (corriente universal de estos días) han tomado conciencia de ser trabajadores de un oficio, y se cuidan de cumplir horarios regulares y llevar una vida de orden. Sin embargo, habrá siempre un último bohemio, habrá siempre quien se acode a los mesones de los bares abiertos toda la noche, habrá siempre quien salga andar bajo la lluvia y vuelva bajo la lluvia y vaya más allá de la luz lejana de la ciudad, sabiendo que un reloj luminoso proclama que el tiempo no es verdadero ni falso.













en Viaje, Santiago, marzo de 1972 (N°460).













jueves, 26 de noviembre de 2009

"El agua bajo los puentes", de Jorge Teillier






Los días festivos de la Capital muestran un panorama poco alentador para quien es más o menos sedentario y no quiere salir fuera de los límites urbanos de paseo, ni tiene (¿quién no es un modesto empleado público entre los poetas?) mayores medios de movilización ni dinero. Entre la Quinta Normal, sede de los araucanos que van a mostrar su tenida azul marino y sus zapatos amarillos y una bicicleta nueva mientras el Ejército de Salvación y la Iglesia Católica se disputan sus almas y los innúmeros charlatanes sus bolsillos, entre la Quinta Normal y el Zoológico, elijo este último. Melancólico contemplar de leones, tigres y pumas en sus míseras jaulas, constatación que buscamos siempre nuestra semejanza: el público se agolpa frente al terreno en donde una pareja de chimpancés se toma la mano como adolescentes en el cine, y luego se rascan mutuamente como dos ancianos. Y el lento paseo del señor elefante, “de pantalones arrugados”, al que saludamos con un poema de Eliseo Diego:


El Circo

Y vimos al pacífico elefante
alzar su vieja trampa incomprensible
junto a las detenidas nubes blancas.
Y vimos al pacífico elefante.

Allí como una letra tosca y pura
que desborda el cuaderno de la infancia
-fino cuaderno, lujo de la noche-
nos ilustró la extraña lejanía

de las palmas grabadas y el silencio
que va creciendo como el humo pobre.
Allí como una letra tosca y pura
nos querías, justísimo elefante.



II

Cerca de mil poetas habitan aproximadamente nuestra República literaria, sin contar quienes requieren a las Musas sin hacer públicas sus atenciones. También hay ex poetas que no quieren ni siquiera acordarse de que una vez publicaron un libro, y dicen que es de “otra persona”, aun cuando haya sido un buen libro, el caso de Omar Cerda es un ejemplo. Existen otrosí los “guaripoetas”, como los llamaba el finado Jorge Sanhueza, los tipos que mañosamente, refrotando lecturas, pueden de pronto hacer pasar gato por liebre, escribir entre comillas, contar desventuras conyugales, rimar filosofía o entonar loas a la Revolución. Un orden muy especial es el de los poetas inéditos. El Decano de ellos no es como pudiera creerse Eduardo Molina Ventura conocido también por Diógenes Linterna, sino Juan Florit, a quien encuentro casualmente a la hora de un aperitivo (es decir, una cerveza) en la barra de un negocio, y me cuenta que a los casi sus setenta años de edad le publicarán un libro de poemas en Argentina. Florit siempre ha sido más bien internacional, nació en Mallorca y en 1927 figuró en una sonada Antología de Poesía Latinoamericana, hecha por Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges y Alberto Hidalgo. Antología muy reprobada por los críticos oficiales de la época. –“‘Este Florit no cale un pit’ escribían al pie de una caricatura mía”, me dice. Entonces, brindamos por Percy Baltimore “cuyo recuerdo está izado en el mástil más alto/cofa de gaviotas y mirador de Percy”.



III

Viajo por el Mississippi un sábado por la tarde en compañía de Mark Twain, siempre lleno de vida y encantador con su Vida en el Mississippi, aun cuando de pronto su humor está algo trasnochado, pese a sus observaciones agudas, como aquella en la cual constata que veinte años después de regresar a su aldea, halló que las mujeres buenas estaban notablemente envejecidas, lo que no les ocurría a las obras. Una palabra me llena de recuerdos: “lagniappe” o “lawnny-yap”. La escuchó dice MT, en New Orleáns, 1881, y la señala como de origen hispánico, al igual que la costumbre que designa. Se trata de “la llapa”, que yo alcancé aún a pedir a los almaceneros de la esquina. La llapa, que tal vez sobreviva en estos tiempos en que sólo se da de menos, en algún rincón de provincia, junto a las victrolas a cuerda y la bandera blanca que anuncia el pan fresco.



IV

El poeta Rolando Cárdenas (conocido a veces por “El Embunche”) no gusta hablar. Prefiere tocar guitarra, oír a Mojica y Tito Schipa, dirigir trabajos de autoconstrucción en Renca o visitar algunas posadas de los caminos durante largas horas. Me dice que cuando sale, deja en casa la meditación, la inteligencia y la poesía. Pese a su teoría, me lee su último poema “El Fantasma del Faro Evangelista” transformándose por un momento en colombiano (“si leo me lees y viceversa”). Un largo poema épico sobre la región del sur donde pese a todo su tiempo santiaguino sigue residiendo. Por supuesto, no tiene editor, y el fantasma corre el riesgo de permanecer inédito.









en Plan (n.25), 31 de mayo, 1968.









viernes, 11 de septiembre de 2009

"Conversación 'beat' con Allen Ginsberg", de Jorge Teillier





Para encontrarnos con Allen Ginsberg recurrimos al azar, que parece seguir siendo el mejor medio para reunirse con un poeta. Así fue como al pasar un mediodía frente al Hotel Panamericano entramos a preguntar por el líder de la “beat generation”. Mientras nos comunican que debe partir de un momento a otro a Concepción, lo vemos aparecer y nos acercamos a saludarlo. Su aspecto varía entre el de predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano: frondosa barba, melena, desaliñado atuendo y un equipaje consistente en un gran bolso de buhonero y una caja de cartón.

Conversamos en castellano, que Ginsberg habla en forma bastante fluida. Nos explica que lo aprendió durante sus viajes por el Caribe, cuando era marinero mercante, y en su estadía por varios meses en México (Chiapas y Yucatán). Al poco rato, para ilustrar mejor sus palabras, abre la caja de cartón que nos había intrigado, y nos muestra una serie de libros de nuevos poetas y prosistas norteamericanos, y algunas revistas y folletos que nos regala, como un predicador que viene a dejar su Evangelio al sur del Trópico de Capricornio. Es característica, nos parece, en Ginsberg, una actitud de avidez y curiosidad que se exterioriza en un afán de conocer cosas nuevas (apenas llegó a Santiago partió al Zoológico, en donde se hizo amigo del oso hormiguero, y luego visitó el café “Bosco”, en donde trabó amistad inmediata con algunos poetas), o de hacer proyectos como el de estar varios meses en Chile, y luego atravesar a pie la Cordillera. Podríamos llamarlo, sin temor al modismo, un “angurriento”, calificativo criollo que quizás le sería grato, pues durante la charla se autocalificó de “roto choro”.

Nos sorprende la destreza con que Ginsberg amarra nuevamente su equipaje. Nos explica que esto se debe a que durante un tiempo fue dependiente de almacén. Actualmente ha vivido gracias a sus ingresos que le proporciona su libro Howl (8 ediciones y más de 40.000 ejemplares vendidos desde 1956. Recordemos que además en Chile hay una edición de este poema traducido por Fernando Alegría). Además, ha grabado en disco sus poemas, y hace clases de composición en un colegio de San Francisco.

Así ha llegado al éxito terreno este poeta, a los 33 años, después de vivir y escribir en el infierno –como dice William Carlos Williams en el prólogo de Howl– y recorrer un vía crusis en el cual quedaron su madre Naomi, muerta en un Hospital de alienados, y su amigo Carl Solomon, encerrado actualmente en un Hospital de alienados. Su libro –conviene recordarlo– fue perseguido por la policía en nombre de la moral, lo que lo hace emparentarse con Baudelaire y Henry Miller.

De su conversación, asaz fragmentaria, recordamos algunas afirmaciones:

- Mi maestro es el gran poeta William Carlos Williams. Él renovó la poesía norteamericana, rompiendo con la retórica tradicional, al escribir versos medidos de acuerdo a la respiración y no al acento. Completó la revolución iniciada por Whitman, pues Williams escribe en versos cortos, al contrario de los versos de gran aliento de Whitman.

- Admiro profundamente a Jack Kerouac (nuevo Buda de la prosa americana). Su último libro de poemas México Blues es maravilloso. También admiro al prosista William Seward Borrouhs, autor de Naked Lunch, y a los poetas Gregory Corso (autor de Gasoline, John Wieners, autor de Hotel Wentley Poems), y al poeta católico Phillip Lamatia. (Al referirse a este último, Ginsberg nos dice que no es un católico muy ortodoxo, pues su mayor deseo es ser papa. Por su parte, Ginsberg nos dice que a él no le gustaría ser nadie, ni siquiera Ginsberg).

- Mi amigo Carl Solomon permanece aún en el manicomio. Está empeñado en demostrar que es mucho mejor estar enfermo que sano. Lleva cuatro años en esta broma.

- Casi nunca me interesan las novelas. Leo principalmente prosa lírica, escrita de una manera espontánea, y poemas. Tampoco me interesa el género de la “science–fiction”.

- Detesto la política cuando veo que las grandes naciones no hacen más que armarse. El verdadero camino de la salvación es el de transformar el alma de los individuos.

- Me gustaba Fidel Castro, pero me parece mal que haya prohibido fumar marihuana.

Sobre el tema de los narcóticos, Ginsberg demuestra sentir extraordinario interés. Averigua cuáles se pueden encontrar en Chile. Le recomendamos el chamico (“datura estramonio”) que V. P. Rosales señala en su Historia como estupefaciente usado por los mapuches durante sus ceremonias mágicas.

Ginsberg demuestra especial interés por indicarnos que él y los miembros del Grupo de San Francisco, además de otros muchos jóvenes poetas de EE.UU. están empeñados en escribir en forma “espontánea”, sin limitaciones retóricas. Así el último poema largo de Ginsberg “Kaddish” dedicado a la memoria de su madre, fue escrito en una sola noche; John Wieners escribió sus poemas del Hotel Wently como una especie de diario de vida. Le indicamos a Ginsberg que hay cierta similitud con la escritura automática preconizada por el surrealismo, pero él la niega. De todos modos, es evidente cierta semejanza. Hay similares procedimientos de ataque a la literatura y al modo de vida oficial, y es así como mientras los surrealistas editaban “la revista más escandalosa del mundo”, Big Tagle, revista de la cual es uno de los directores Allen Ginsberg fue confiscada por escandalosa de acuerdo a una orden judicial. Por otra parte, hay mucha admiración por Antonin Artaud –Michel Mc Clure ha publicado un libro de poemas en su honor recientemente–, y por Jacques Prévert, especialmente en su primera época.

Una modalidad original de estos poetas es la de unir la poesía a la música de jazz. Kerouac y Ferlinghetti la iniciaron, grabando poemas con singular éxito.

Es interesante el interés existente en el grupo de Ginsberg por lo latinoamericano. En el último número de la revista Yugens se publica un poema de César Vallejo, con una nota en la cual se dice que es el mayor de los poetas de Sudamérica. Se anuncia para este año la publicación de los Antipoemas de Nicanor Parra, por City Lights –la misma editorial que publicó Aullido (Howl). Cuando triunfó la revolución cubana, varios poetas, Kerouac entre ellos, publicaron un homenaje colectivo a Fidel castro. Mientras conversábamos, llegó Lawrence Ferlinghetti, quien nos entregó un poema dedicado a pedir la renuncia de Eisenhower.

Anunciar que va a partir el bus que llevará a Los Cerrillos a los poetas. Ginsberg se despide, anunciándonos que volverá a Santiago por algún tiempo. Se echa su bolso al hombro, y parte a difundir al sur de Chile el evangelio de la “beat generation”.






en Ultramar, Santiago, N°3, de abril de 1960












jueves, 23 de octubre de 2008

"La otra cara de la prosa", de Jorge Teillier





En un encuentro de Escritores Americanos realizado hace unos pocos años en Concepción, Allen Ginsberg declaró que era urgentemente necesario importar algunos kilos de marihuana para los escritores chilenos a fin de que despertaran su dormida percepción. Naturalmente, ésta era una de sus acostumbradas bromas para “asustar burgueses”, pero siempre pensamos (dejando a un lado la marihuana, por supuesto) que tenía algo de razón el poeta beatnik. Lector asiduo y en cierto modo obligado de la prosa de nuestro país, suelo echar de menos, como rasgo fundamental, esa agudeza de percepción que caracteriza a los escritores que ven más allá de las apariencias, que “se atreven a abrir las puertas ante las cuales todos pasan de largo”. Pienso que a través de nuestra narrativa sólo se presenta fundamentalmente la faz mediocre de la realidad, no se hace un esfuerzo por superar la vida cotidiana mostrando la otra cara de la realidad, aquella que vemos en las obras de un Bradbury, Truman Capote, Julien Green, Julien Gracq para nombrar a unos pocos. En cambio, los poetas han logrado traspasar la barrera del convencionalismo y su voz es por ello más universal. No sólo lo digo yo, lo ha dicho un novelista y crítico, Fernando Alegría, el cual exalta la audacia de nuestra poesía y señala que “Chile cuenta con una de las novelísticas más conservadoras de América” (en la revista venezolana Zona Franca, noviembre de 1966). Me parece que en la polémica desatada en torno a la situación de la novela chilena, se hace demasiado caudal en la precariedad de elementos técnicos usados por nuestros novelistas. Jaime Valdivieso lo ha señalado bien al lanzar a la palestra a Carlos Sepúlveda Leyton, su “caballo de batalla,” desde que lo revalorizara en Un asalto a la tradición (1962); no es la falta de estructura novedosa la debilidad de la novelística del país. (Un pelo de la cola, para hacer una observación a Valdivieso: Kafka era conocido antes de 1938 en el ámbito hispanoamericano a través de traducciones de la Revista de Occidente). Por lo demás, considero que la novedad estructural, el uso de distintas técnicas no es señal de modernidad. El convencionalismo puede estar en el uso de trucos, de la técnica por la técnica. Kazantzakis, Sholojov, Laxness, Carson McCullers son ejemplos de autores que no han precisado de técnicas novedosas para realizar obras maestras.

En la novelística americana actual de moda, se puede ver mucho de pastiches de procedimientos de Joyce y Faulkner, sin que a veces tengan nada que ver con el espíritu de lo tratado.

Si consideramos una mirada a la literatura chilena que se puede llamar “oficial”, instituida así por críticos y profesores, prácticamente se ve un espíritu chileno que vendría a ser el señalado como típico por Encina: falto de imaginación, pacato, gris. Pareciera no existir el ensueño, la fantasía, la apetencia por lo desconocido que ha impulsado al hombre hacia la conquista del Cosmos o del interior del yo, o a pasar del otro lado del espejo presentado por la realidad. (Estoy hablando, por supuesto, recargando líneas para destacar más una tesis. Autores como Manuel Rojas, Rubén Azocar, Francisco Coloane, no dejarán de ser significativos desde cualquier ángulo de consideración).

En la valiosa Antología del cuento chileno realizada por el Instituto de Literatura Chilena, esta situación que describo se presenta particularmente clara. Sólo tres autores sobrepasan los marcos de un realismo convencional: Hernán del Solar, Diego Muñoz y María Luisa Bombal. A esta última se le asigna haber asimilado antes que nadie influencia surrealista. Me parece que tal lugar correspondería a un Rosamel del Valle con su País blanco y negro (1929), y que la Bombal tiene más bien influencias de Neruda, Jules Supervielle y la Woolf. Sin embargo, como en un desierto, existe un río escondido de una prosa chilena diferente que merecería un serio estudio, más allá de estas simples y volanderas indicaciones.

Se cumplen cuarenta años de El habitante y su esperanza, considerada en su tiempo un acertijo, y que en verdad reducido a términos lineales tiene una clara anécdota. En unas pocas páginas está viva la vida de un pueblo sureño más que en trescientas páginas de muchos criollistas. Ya lo señaló una vez Volodia Teitelboim comentando la insuficiencia de Ventarrón, de Lomboy, frente a la novela de Neruda, ambientadas en parajes similares. Recordemos otra obra paralela en tiempo a la de Neruda: La mano de Sebastián Gaínza, de Tomás Lago, sombrío y acechante relato escrito en novedoso y ajustado estilo que hace deplorar que el escritor no reuniera en un volumen su obra (tampoco se han reunido África y Una mujer, las extrañas novelas de Alberto Rojas Giménez). En 1929, Rosamel del Valle publicaba País blanco y negro, que quiebra la rutina de la prosa y hace aparecer un Santiago transformado por los sueños y el amor, recordando Nadja, de André Bretón. Tampoco ha sido valorizada la obra en prosa de Vicente Huidobro, iniciada con el fastuoso Mío Cid (1931), al que en 1934 Alejo Carpentier consideraba una gran obra. Y recuerdo que Sátiro era considerado por Anderson Imbert como un antecedente de Lolita. Permanece olvidada de nuestra historia literaria oficial la figura de Juan Emar, de tan desenfrenado, rabelesiano y singular humor, sobre todo en Miltín (1934). En el crucial año 38, Miguel Serrano publica la Antología del verdadero cuento en Chile, encabezada por un “Prólogo” que es un verdadero desafío al realismo imperante. Como reacción, aparecerá luego la Antología del nuevo cuento, de Nicomedes Guzmán. Para Miguel Serrano, en Chile no habían existido cuentistas, sino simples narradores, así como eran simples narradores Bret Harte, Gorki, Maupassant, Baldomero Lillo. Llamaba a escuchar a la nueva generación (Serrano y Lafourcade han sido inventores de generaciones en nuestro país), pidiendo que cesaran de hablar “...el político radical de los banquetes, el amargado de las siete de la tarde; todo ese desfile oscuro de chilenos aún hundidos y aplastados”. Por lo demás, Miguel Serrano no ha cesado en sus denuestos contra nuestra prosa: “Me parece que la novela chilena actual no vale nada. Es un culto a lo feo”, expresó recientemente en una entrevista.

Dentro de la llamada (por comodidad) “generación del 38” no ha sido suficientemente considerada la obra en prosa de Braulio Arenas, aun cuando hasta Alone declaró que la nouvelle Adiós a la familia significaba el adiós a la vulgaridad dentro de nuestra narrativa. Yacen olvidados los cuentos que Teófilo Cid -quien tan dramáticamente fundió vida y poesía- publicara en 1942: Bouldrud. Inseguridad del hombre, de Anguita, recibió un clamoroso silencio. Tampoco se ha justipreciado la obra de Juan Tejeda -que tan hondo suele calar en nuestro mundo burocrático y alcohólico. Solamente los autores que he nombrado casi de paso configuran un mundo a través de otra manera de verlo. No es casualidad que la mayoría sean poetas, como lo es Luis Oyarzún en Los días ocultos. Se debe lamentar que Pablo de Rokha no entregara su Clase media, de la cual sólo publicó unos capítulos en la fenecida revista Multitud, y que N. Parra no prosiguiera la veta de sus “anticuentos”, como el publicado en la Revista Nueva (1937). El mismo Parra expresó que nadie ha reparado que él es uno de los precursores de la “anti-novela” actual.

Creo, pues, que existe otra cara de nuestra prosa, aún no suficientemente conocida, nacida de una “caza espiritual” y no de un afán de hacer literatura. Y no se entienda esta exposición como un reclamo contra el realismo imperante. “Entrar en lo irreal -ha dicho Michel Carrouges- no es sino una manera de penetrar en el corazón de lo real.”









en La Nación, 14 de mayo de 1967, p. 4.












miércoles, 9 de julio de 2008

"Romeo Murga, poeta adolescente", de Jorge Teillier






I

El personaje


En la Generación poética del año 20, Romeo Murga nos parece el ángel guardián que llega a la casa de la poesía por sólo un instante, la ilumina silenciosamente con una linterna, y luego desaparece. Si, el ángel guardián al lado de aquel ángel caído que era Alberto Rojas Giménez, y del ángel perseguido: Joaquín Cifuentes Sepúlveda, aquel que llevaba escrito "mala estrella en caracteres misteriosos en los repliegues de la frente" [1].

Nacido en 1904, en Copiapó, el 18 de junio, muere Romeo Murga en la villa de San Bernardo el 22 de mayo de 1925. Como el lector puede deducir, nuestro poeta no alcanzó a vivir veintiún años. Dejando de lado el ejemplo clásico de Tomás Chatterton, suicida a los dieciocho años, o Medardo Ángel Silva, suicida a los veinticuatro, encontramos en estas latitudes americanas sólo dos casos semejantes de poetas muertos tan precozmente, cuando todo hacía anunciar una futura gran obra: el argentino Francisco López Merino y el uruguayo Andrés Héctor Lerena Acevedo [2], con los cuales está emparentada singularmente la voz poética de Murga.

Cuando para conocer la imagen terrena del poeta acudimos a sus coetáneos, nos impresiona como uno de aquellos seres de los cuales habla Maurice Maeterlinck en El Tesoro de los Humildes, llamándolos “los advertidos” y a quienes caracteriza de la siguiente manera: "Los conocen la mayor parte de los hombres, y los han visto la mayoría de las madres. Son indispensables como todos los dolores, y aquellos que no se les han acercado son menos dulces, menos tristes y menos buenos...". Y más adelante: "A menudo no tenemos tiempo de advertirlos, se van sin decir nada y permanecen desconocidos para siempre. Otros se demoran un poco, nos miran sonriendo atentamente, y hacia los veinte años se alejan con rapidez, como si vinieran a descubrir que se equivocarían si permanecieran pasando su vida entre hombres que no le conocían... Están casi al otro extremo de la vida, y se siente que al fin tendrán su hora de afirmar una cosa más grave, más humana, más real y más profunda que la amistad, la piedad o el amor; una cosa que aletea mortalmente en la garganta, y que se ignora y que no ha sido jamás dicha; y que ya no será posible de decir, pues tantas vidas se pasan en el silencio".

La hermana de Romeo Murga, Berta –depositaria de sus poemas por veintiún años, hasta que los publicara en 1946–, escribió que siempre ella y su madre tuvieron conciencia de que Romeo Murga era un poeta y vivieron en la devoción hacia él [3].

"Un visitante de un planeta de sueños que sólo ha descendido a la Tierra para caminar con los ojos vendados o perdidos". Con estas palabras lo caracteriza Elías Ugarte Figueroa [4], que fuera alumno suyo en el Liceo de Quillota.

En medio de la efervescencia de sus años universitarios, plenos de algarabías estudiantiles, huelgas, discusiones de nuevas ideologías, furiosas polémicas literarias, permaneció siempre al margen, en silencio. Así lo recuerda González Vera: "Romeo Murga, alto, magro, de sombrero alón, nunca entreabrió los labios. Las pocas palabras que podía juntar las ponía en sus versos" [5]. Su aspecto físico era correspondiente a lo que –convencionalmente, por cierto– se estima que debe ser un poeta: "Alto. Excesivamente delgado. De rostro moreno, pálido y de ojos verdes. Hablaba poco, reposadamente. Preocupado de algo que no era de este mundo" [6].

Quizás esta actitud no era enteramente instintiva. Elías Ugarte en su artículo ya citado dice que Murga pensaba en los consejos del místico alemán F. J. Alexander, al cual leía: "Si sientes maravillosos estados de espíritu, permanece silencioso, no sea que por hablar les restes intensidad. Custodia tu sabiduría toda y todas tus realizaciones, como el ladrón custodia sus posesiones. Debes conservarte a ti mismo y cuando hayas practicado el silencio durante algún tiempo, estando demasiado lleno, rebosará tu corazón, y te convertirás en un tesoro y en una fuerza para los hombres". Pero la muerte incorporó demasiado prematuramente a Romeo Murga a su sociedad secreta, sin dejar que ese mensaje entero alcanzara a ser pronunciado, después del periodo de atesoramiento. Sin embargo, por una excepcional precocidad de concentración expresiva, sus versos sobreviven. Y para quienes lo conocieron, también su imagen terrestre, pues, como dijo Eugenio González: "En la persistente primavera de su recuerdo palpita, confundida, toda nuestra juventud" [7].



La vida breve de un poeta

Como ya lo estampamos, Romeo Murga nació en Copiapó, ciudad en decadencia a principios de siglo, melancólica, añorante de un pasado de fábula, convaleciente para siempre de la fiebre de plata de Chañarcillo y tantos otros minerales. Algo de esta tranquila decadencia debió haber impregnado los primeros años de Romeo Murga, algo melancólico y triste que conservaría durante toda su breve vida.

Cuidado por su madre y por su hermana mayor, Berta, creció en un ambiente ordenado y tranquilo, como una especie de Sinclair de sus primeros años, ese personaje de Demian. Pablo Neruda habló alguna vez de esa infancia de su amigo: "En todas partes el poeta es el niño entristecido que no habla... así veo a mi amigo el poeta Romeo Murga en una casa blanca, la madre que cosía y callaba... y ese niño solitario y dormido / atravesando en silencio las piezas anochecidas" [8].

Estudió en el Liceo Alemán de Copiapó, y después realiza el viaje bautismal de todos los adolescentes provincianos a Santiago. Llega a la Capital en marzo de 1920 y luego estudia pedagogía en Francés, en el viejo local del Instituto Pedagógico, ubicado en calle Cummings. "En el cuadrilátero de corredores que se formaba, en aquel tiempo, en el Instituto Pedagógico, se paseaba con Eugenio González, Pablo Neruda, Armando Ulloa, Rubén Azócar, Eusebio Ibar, Víctor Barberis, Yolando Pino Saavedra", dice Norberto Pinilla. Y agrega: "En el Liceo Nocturno Federico Hanssen tuve ocasión de intimar con Romeo Murga. Era silencioso; su conversación, tranquila; su conducta, correcta; su trato, afable" [9].

Alguna vez vimos una ya borrosa fotografía de esos tiempos en la cual aparecen en el escenario de una sórdida pieza de pensión los poetas adolescentes Romeo Murga y Pablo Neruda, quizás en esa calle Maruri, cuyos crepúsculos empezaba a descubrir Neruda, cuya alma se transformaba entonces en un "carrusel vacío" [10].

Pronto empezó a publicar sus primeros versos en revistas de la época, sobre todo en Claridad, en Educación y Cultura, en Zig–Zag, no sólo poemas, sino también traducciones de autores franceses y críticas de libros.

En el lenguaje cursi (y encantador, añadiremos) de esos días, el prologuista Norberto Pinilla expresa que por esos días a Romeo Murga: “...el dorado pájaro de la gloria le cantó sus dulces trinos." Quizás uno de estos trinos más notables fue el primer premio en el Elogio a la Reina de la Primavera que obtuvo en las fiestas de 1923 Romeo Murga, con su "Poema de la fiesta" [11]:

        Hay un ciclo sin nubes, de azul sonrisa inmensa
        ardiente y vasto cielo sobre la tierra ardiente.
        En este luminoso cielo de Dios, destella
        la cabellera rubia de un sol adolescente.

Nos complace el pensar en aquellas fiestas memorables, en las cuales tantos poetas empezaron a hacerse famosos. Ya Neruda en 1921 había desplazado, encabezando a los "novísimos", como se decía entonces, a los habituales ganadores de concursos primaverales, como Roberto Meza Fuentes. Junto a la farándula, la poesía reinaba brevemente [12]. El poema premiado aparece como un pequeño libro (similar al que publicara Neruda "Canción de la Fiesta") y junto al poema de Murga, aparece uno de Víctor Barberis [13]. Así nuestro poeta iba tomando notoriedad entre los cincuenta poetas de menos de veinticinco años que rodeaban la Federación de Estudiantes, al decir de González Vera. Su vida se desarrollaba entre "amar, leer y escribir" [14]. En el Santiago de la década del 20 paseaba Romeo Murga con sus amigos poetas, compartiendo esa negra miseria "decente" de nuestra pequeña burguesía. Pablo Neruda ha recordado a Romeo Murga vestido siempre con un traje negro muy cepillado pero ya hecho hilachas, muy digno, muy pobre. "Toda una generación, dice Neruda, fue consumida por las pensiones. Recuerdo a Armando Ulloa, también muerto de tuberculosis...” "Romeo Murga era altísimo, con una cabecita de niño, muy pequeña allá arriba... silencioso entre los extraños, tenía un gran sentido del humor, y sabía reírse, como todos nosotros..." [15].

Se titula tras correctos estudios, de profesor de Estado en la asignatura de Francés en el Instituto Pedagógico y es nombrado profesor en el Liceo de Quillota (1924). Así, nuestro poeta abandona la ciudad y vuelve de nuevo a esa provincia donde: "La monótona vida provinciana / rueda olorosa, tímida, inocente; / llora un cantar, rezonga una campana / y las tardes se apagan mansamente" [16]. Atrás queda la vida de Santiago: esas noches en el Zum Rheim y el Teutonia, en el Jote; las noches de las cuales es reina Hortensia Arnaud; el torbellino de Claridad y la Federación de Estudiantes; las luchas estudiantiles cuando Schnake y Eugenio González son expulsados del Pedagógico; el sospechoso ruido de sables que la oficialidad descontenta empieza a hacer; las prédicas de los anarquistas; la vida literaria con sus encuestas, donde Edwards Bello declara que "Jorge Cuevas es mi autor preferido" y el auge de la nueva generación, con la consagración de Neruda, después que (entre otros) Pedro Prado declara que su obra "se eleva como un surtidor entre la de sus coetáneos", y que va a mostrar su vitalidad en la antología Nuestros Poetas, de Armando Donoso. Romeo Murga, tras el intervalo santiaguino, vuelve a la provincia. A la calma de Quillota. En el Liceo, lo recuerda su alumno Elías Ugarte: "Me parece estarlo viendo en los recreos, con los ojos fijos en el enorme pimiento que ensombrecía el patio de la escuela". Fue su alumno allí también el futuro poeta y novelista Luis Enrique Délano y Rector del Liceo era el escritor Darío Cavada. Este profesor poeta, "alto, delgado, de rostro moreno pálido, de ojos verdes" vivía más que para la pedagogía, para el amor y para los libros. "Tal vez le faltaba carácter y energía para maestro", señala su alumno Elias Ugarte [17].

En Quillota empieza ya a sentirse enfermo. Se traslada, cuidado por su familia, a San Bernardo. De esa época es uno de sus últimos poemas, en donde dice:

        Mi madre está diciendo que me muero de fiebre.
        No es verdad. Voy viajando por ciudades remotas.
        Quizás dentro de poco mi espíritu se quiebre
        por este mar donde llevo mis alas rotas
[18].

No se considera enfermo de una simple tuberculosis (por lo demás, el flagelo clásico de los poetas) sino que se asimila al albatros cantado por su maestro Baudelaire. Era grande y noble ave, espejo de la poesía, que con sus alas rotas se asemeja al poeta que quiere abandonar un mundo en donde no tiene cabida (no nos imaginamos a Romeo Murga como un digno y correcto profesor) y como un nuevo Ícaro, por acercarse al sol termina por caer al mar. En este caso "el mar de la muerte" [19]. El mar de la muerte esperaba a Romeo Murga en la apacible San Bernardo.

Cuidado sin descanso por su madre y por su hermana Berta, la cual veintiún años cabalísticos después de su muerte publicara sus poemas, Romeo Murga fue al encuentro de su muerte. No la deseaba, pero la aceptó. En la pura, fría y simple luz de las últimas horas, su serenidad se hizo mayor, se mostró aun más como él mismo. Su hermana cuenta que esperó tranquilamente su fin, tomó sus últimas disposiciones y dictó sus últimos versos. Una muerte digna de un poeta, en suma. Murió en un tibio día de otoño, esa estación que tanto amaba, antes de llegar a la mayoría civil de edad, igual a uno de esos predestinados de los que habla Maeterlinck.

Su muerte apenas encontró eco en una pequeña nota necrológica en Claridad: "Era un poeta y eso bastaba. ¿Qué más?". Dicen así, quizás con cierta razón. ¿A quién le pueden importar mucho también los poetas y los versos en esta época, diríamos, cuando los altos cohetes cruzan el espacio?

Sería un poeta quien lo recordaría bellamente, melancólicamente también, por cierto. Ángel Cruchaga, en uno de sus "Poemas del pueblo de San Bernardo” [20]:

        Aquí vino a morir Romeo Murga,
        pálido joven de cristal herido.
        Aquí oyó un horizonte
        de pájaros creando la mañana;
        y entre sus manos la canción caía
        como cálida esencia derramada.




II

La poesía chilena hacia 1920


Cuando Romeo Murga empieza a publicar hacia 1922 sus primeros poemas, incorporándose a los "nuevos" –como se llamaba a los jóvenes de esa época– los poetas chilenos de mayor influencia y reconocidos como maestros eran Pedro Prado, que ya había publicado sus grandes poemas de Los pájaros errantes y La casa abandonada (era, además, el poeta favorito de Murga, según testimonio de su hermana Berta), y Gabriela Mistral. Los más populares y los más recitados (en esos tiempos se practicaba, al parecer, la declamación en casi todos los hogares) eran el tribunicio Víctor Domingo Silva y Daniel de la Vega, que empezara a cantar a la provincia, cursi y sentimental.


Ya hemos estampado en otra parte de este ensayo que Vicente Huidobro, pese a haber sobrepasado la docena de libros publicados, era escasamente considerado en Chile. "Hasta 1920 nada sabíamos del Creacionismo", dice Rubén Azócar en el prólogo de su antología Poesía Chilena Moderna. La influencia de Huidobro se empieza a hacer sentir después de 1930, y sin duda alcanza su culminación hacia 1935-40.

Junto a Vicente Huidobro, en lo que llamaremos con un término sin duda demasiado generalizador, vanguardia poética, se hallaba Pablo de Rokha que conmueve el ambiente con Los Gemidos (1920-22). Otros poetas menores, luego, empezarían a incorporar elementos tomados ingenuamente, nos parece ahora, del futurismo, como algunos versos de Loopings de Juan Marín: "anatomía deshecha / como un cuadro de Picasso / prisionera doliente de nuestra civilización / los marineros rubios te levantan / con sus risas de whisky / con sus brazos de sport. O.K. OK."

Se podría también distinguir como una novedad la aparición de un grupo de poetas, encabezados por Salvador Reyes (con su Barco Ebrio, 1923), que buscan motivos en el exotismo de los grandes viajes, las lecturas de Lord Dunsany, Farrére, Mac Orlan.

Naturalmente, este escuetísimo panorama es sólo una introducción para situar la poesía de Romeo Murga, que aparece en el grupo que ya hemos señalado varias veces: aquel encabezado por Pablo Neruda, y en donde está Rojas Giménez, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Armando Ulloa, Víctor Barberis, Rubén Azócar, y un poco más tarde, Gerardo Seguel, Tomás Lago, Luis Enrique Délano, Samuel Letelier Maturana, Antonio Rocco del Campo. Un grupo de poetas que en su mayoría conservan un tono de exacerbado romanticismo, con una dicción elegíaca y melancólica, preocupados de cantar en forma directa y sentimental –poesía hecha de sentimientos, no de razonamientos–, y cuyo más alto exponente en este sentido es (creemos, junto a Neruda de sus primeros libros) Romeo Murga.

Sobre la posición poética de Murga nos ilustra un artículo que con el titulo de "Divagaciones sobre Poesía" publicara en Claridad [21]. Allí plantea su divergencia frente a las nuevas tendencias poéticas, que asimila notoriamente al futurismo de Marinetti (al parecer, todavía se desconocían las experiencias surrealistas nacientes, y la última palabra de la vanguardia poética eran los postulados de Marinetti). Murga no niega que pueda cantarse la belleza del avión o del automóvil, pero protesta ante la tendencia a englobar toda la poesía ante la exaltación de los progresos físicos del nuevo siglo. Nombra como poetas cardinales a Baudelaire y sobre todo a Verlaine, a quienes considera los más altos representantes del verdadero espíritu poético, que sobrepasa las épocas y las modas, expresando los temas llamados eternos: el amor, el dolor, los celos, la muerte, etc. Sobre la técnica poética hace también acotaciones interesantes, señalando como paradigma a Verlaine de una poesía aliada a la música de la palabra; y frente a las nuevas tendencias que la destruyen con un extremado versolibrismo, protesta contra la disolución de las formas.

La lectura de este artículo cauto y medido, en que con notable exactitud define su programa poético, Romeo Murga (recordemos que el poeta tenía apenas diecinueve años) nos confirma en nuestra opinión que el poeta (junto al grupo que tratamos) todavía no hace sino mantenerse en una línea poética que no difiere fundamentalmente de la línea antimodernista de los poetas chilenos con representantes como Gabriela Mistral, Angel Cruchaga, Max Jara (admirado particularmente por Neruda), Carlos Mondaca. Su particularidad, en el caso de Murga, consistirá en una fusión admirable de continente y contenido, en una expresión aún no alcanzada hasta ese momento, del espíritu de una adolescencia melancólica.

Sobre la orientación poética de Murga nos guía también el conocimiento de un artículo que escribió sobre Crepusculario de su amigo Pablo Neruda [22]. En el citado artículo expresa que Neruda "ha buscado los grandes temas eternos y a todos les ha dado originalidad"; luego, indica que "ha vivido mucho, y en consecuencia ha sufrido mucho" (palabras que podrían aplicarse al mismo Murga. Y es notable observar cómo indica que ha vivido mucho un poeta que tiene sólo diecinueve años. Bien que la vida de un poeta alcanza una intensidad, que hace caber en breve lapso experiencias largas). Si resumimos nuestras observaciones, vemos cómo Murga está ubicado junto al grupo que se reunía alrededor de Claridad en una línea definidamente romántica (casi lo diríamos en el sentido al uso de sentimental), ajena a la experiencia de vanguardia poética, que sigue la corriente de los maestros del siglo XIX de la poesía francesa. Y he aquí un fenómeno digno de estudio aparte, y que ahora sólo podemos tocar tangencialmente: que la influencia de la poesía española contemporánea es casi nula en el grupo de poetas que estudiamos, que en cambio admira a Baudelaire y Verlaine. Vemos esta predilección por lo francés en Romeo Murga particularmente, que traduce a Paul Fort (traducido anteriormente por el poeta Enrique Ponce, 1916); Charles Nodier, Henri Barbusse, Anatole France, Marcel Schow. Entre los poetas contemporáneos de la lengua, Romeo Murga sintió especial predilección no por un español (ya que Garcilaso, como de sobra se sabe, es renacentista) sino por el gran Rubén Darío, como lo indica Norberto Pinilla [23]. La influencia de los poetas españoles contemporáneos que había sido fuerte en la generación anterior a la de Murga a través de Juan Ramón Jiménez, y de un poeta menor como Andrés González Blanco (que influye, sobre todo, en Daniel de la Vega), volverá sólo una década más tarde con García Lorca, cuyo ejemplo provocó una invasión de "guitarreros" en la poesía chilena.




Poesía de Romeo Murga

La obra de Romeo Murga es, naturalmente, escasa. Los pocos años de vida del poeta impidieron que llegara a realizar toda su tarea poética.

Su obra fundamental es El canto en la sombra, publicado por su hermana Berta en 1946. En vida, alcanzó a tener entre sus manos un pequeño opúsculo: El Libro de la Fiesta, del cual ya hemos hecho mención. En 1955 en los cuadernillos "Hacia", publicados en Antofagasta, bajo la dirección de Andrés Sabella apareció Clara Ternura, un conjunto de poemas en prosa, que creemos no agregan mucho a su obra, e incluso a veces parecen borradores de sus poemas. Sin embargo, presentan un interés biográfico, y allí aparecen evocaciones de su infancia, del pueblo, de las Fiestas de la Primavera, en una prosa clara y simple, de ritmo lento.

Sin duda, Murga fue un intenso trabajador, pues aún quedan inéditos dos de sus libros: Voz clara y Alma (del cual se hizo una selección, que es Clara Ternura). Además, publicó varios artículos y traducciones de autores franceses: Andrea Chenier, Barbusse, Anatole France, Paul Fort, Charles Nodier, uno de los primeros románticos, cuyo poema "Elle était bien jolie" resulta, al ser traducido, curiosamente murguiano:

        Era bella, muy bella, cuando por la mañana
        iba hollando su blanco jardín de maravillas,
        buscando en los panales las abejas sencillas,
        y del florido parque la senda más lejana.

La poesía de Murga ha llegado a nosotros principalmente gracias a la edición de El Canto en la Sombra. Por este motivo, al analizar su obra, nos referiremos en especial a este libro. Más que experiencias, ya lo hemos dicho, Romeo Murga tuvo sentimientos. En su obra, vida y poesía no se separan: esta última es plasmación de la primera. Se ha dicho por quienes lo conocieron que Romeo Murga era un hombre sereno, silencioso. Su poesía responde a esta descripción: casi toda ella escrita en verso solemne, digno, medido, que contrasta con la soterrada pasión o exaltación que encierra. En la vida de Romeo Murga el amor ocupó el primer lugar, lo habrá de ocupar asimismo en su poesía:

El mismo cuida de advertirlo, diciendo:

        Toda mi poesía, oh Amada, no es más que eso:
        el vasto nombre ardiente de amor con que te llamo.
        Estás en mis cantares, bella y eterna y sola,
        mostrando tu divino modo de ser hermosa.
        ¡Las que se inclinen sobre mi río de canciones
        sólo verán al fondo tu imagen temblorosa!

        ...
        Si tú eres amorosa canción rubia y humana,
        mi voz no es más que el eco triste de esa canción...


("Mi voz no es más que el eco" de El Canto en la Sombra).


De los treinta y un poemas que componen El Canto en la Sombra, dieciséis están incluidos en la sección llamada "Mujer, eterno estío". Igualmente, la mayoría de sus poemas en prosa están consagrados al tema del amor. La poesía para nuestro autor será especialmente el canto de la o las mujeres amadas. El poema nace inconteniblemente ante la amada, es la manera más secreta y verdadera de dirigirse a ella, la poesía es una clara llamarada. Actitud sensual, característica, por lo demás, de gran parte de la poesía hispanoamericana de aquella época.

La particularidad de la poesía erótica de Romeo Murga la constituye una lucha constante entre la sensualidad y la castidad: cada caída (en el sentido cristiano) aumenta luego el sentido de culpa, como era característico –se sabe– de Paul Verlaine, uno de los maestros poéticos de Murga. Como él, Murga ruega a Dios y a los santos, para que lo ayuden a salvarse. Escuchémoslo, un poco:


        Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
        que envuelve la lujuria con sus llamas malditas.
        Cuando la carne mata todo el goce que encierra
        en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita.

        Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
        que fueron tentación para la frágil Eva;
        y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
        que cada día fueron por una senda nueva.



(De "Invocación", en Cantos en la Sombra)


O bien en su "Oración a San Luis":


        Mi oración, San Luis de Gonzaga,
        llegue hasta tu virginidad.
        Con tu divino aliento, apaga
        mi hoguera de sensualidad.

        Tú, San Luis, que nunca supiste
        del hondo deseo saciado;
        tú, San Luis, que jamás mordiste
        la dulce fruta del pecado;

        y que ahuyentaste la lascivia
        con tu virtud santificada,
        y que nunca probaste la tibia
        caricia de la carne amada;

        dame tu gracia transparente,
        y hazme puro como tu voz,
        sin mi pasión de adolescente
        y lleno de gracia de Dios.



Frente a las mujeres mantiene Romeo Murga un dualismo que se manifiesta luego en un amor hacia, por una parte, "las que nunca deshojó como rosas" y, por otra, a aquella como la protagonista del poema "Gracias": "la inquieta, la de este pueblo quieto, con quien vivió": "esa noche de amor corta como un instante"... "la de los rojos besos interminables".

Este dualismo tiene claros antecedentes en la actitud de Baudelaire oscilando entre el tenebroso amor hacia Juana Duval o el platónico a Madame Sabatier; o Francis Jammes, el que en uno de sus poemas se declara "amante de las putas y de las niñas claras". En todos ellos hay una represión de origen cristiano, provocadora de un constante conflicto.

Esta actitud de Murga hace que para él resulte el amor (utilizando una expresión de la Mistral) "un amargo ejercicio". En uno de sus poemas ("Con baja y lenta voz") se lamenta de no haber: "Amado siempre desde lejos". Y en uno de sus poemas en prosa declara:


        Nunca gocé de su intimidad, por suerte. La intimidad habría destrozado mi amor, como me ha destrozado tantos otros. Lejos de su presencia, yo divinizaba su vida sencilla, aureolada de romanticismo provinciano. La llevaba en mi mismo, como un eco, como un perfume, como un dulce pensamiento de felicidad. Por eso, Ella vive más alta que todas en mis recuerdos; cubre, como un vasto cielo puro, mi pasado inocente, y se prolonga infinitamente en todos los caminos que recorro. Por eso tiene sobre las demás mujeres de mis recuerdos la vaga superioridad de lo ideal, de lo que casi fue y todavía espera ser. Por eso es Ella, entre ellas.



(De "Atolondradamente, vivía su adolescencia", en Clara Ternura).



No es quizás por causalidad que se nos viene a la memoria el nombre de la Mistral. Pero más que ella, hay cierto acercamiento de Romeo Murga a Ángel Cruchaga Santa María, alabador también de la mujer lejana e inaccesible: "Era tu amor el único digno de hacerme triste / se me volvió una llaga eterna tu belleza"... o "Tú que eres pura y clara / como si eternamente el Cristo te mirara". ("En el éxtasis"). Un poema esencialmente instructivo sobre la concepción del amor en Murga lo da su poema "Lejana", justamente incluido en numerosas antologías, y quizás el más difundido de los poemas de Romeo Murga:


        Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
        eres tú, toda llena de cosas lejanas.
        Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
        como el polvo que dejan atrás las caravanas.

        Amas la lejanía y temes la lejanía.
        No has soñado jamás con la paz de tus lares.
        Tienes el gesto claro y la blanca osadía
        de las velas que parten hacia todos los mares...

        Todo camino sabe de tu huella. Los montes
        y el viento te desean. Tú –sin saber, acaso–
        reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
        como sobre un regazo.

        Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
        a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
        Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
        yo no podría detenerte.

        Me quedaría inmóvil. No me querría asir
        a tu pálida veste de ensueños y azahares;
        sólo por la tristeza de mirarte partir
        como una vela blanca hacia todos los mares...




(De El Canto en la Sombra).


Se ha hablado de la similitud evidente de tono entre los primeros poemas de Neruda y los de Romeo Murga. Creemos que no será ocioso detenerse en este punto un momento. Como ya lo hicimos notar en el estudio sobre la poesía de Rojas Giménez, todo el grupo de poetas que se reunía alrededor de la Federación de Estudiantes del año 20 y de Claridad presenta una constante común, en temas y tonos. Más estrecha que la relación entre Rojas Giménez y Neruda es la de Murga y Neruda. ¿Acaso no podríamos leer estos versos como versos de Crepusculario o de los Veinte poemas?:


        Todo yo fui un camino que tú hollaste, al acaso
        Todo yo fui un camino y sobre ese camino
        no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos.

        ...
        Tú eras la que hubiera podido ser un día
        amadora de todas las horas del amado.

        ...
        Y hasta la tierra en sus surcos profundos
        tiembla de gozo como una mujer.
        
...
        Brillan las estrellas. Sollozan los álamos.
        Al extremo del camino se ven las casas
        que aguardan al desesperado.
        Y llega, de lejos, el canto.


Incluso, hay un poema de Murga: "Cuando seamos viejos", que parece ser la contrapartida del "Nuevo soneto a Helena", de Neruda.

Ambos amigos quizás trabajaron juntos sobre un mismo tema. Citaremos como ejemplo el "Poema de la ausente", de Neruda y "Ausencia", de Romeo Murga.
Citaremos sólo algunos fragmentos de este poema en prosa, de Neruda:


        A ti este arrullo, Pequeña, donde estás, donde vayas. Caliente río trémulo, la ternura moja mi voz, mi voz que te nombra. Un hueco aquí entre mis dos brazos... eso eres, Pequeña. Te llamo y mi voz arrastra, pero la oyes...


Y de Murga:


        Veinte ciudades de hombres me separan de ti,
        pequeñita que llenas mi corazón tan grande.
        Entre nosotros dos, la distancia enemiga
        aleja nuestros cuerpos ávidos de estrecharse.
        Estás ausente tú, la que no ha muchas tardes
        se ceñía a mi cuerpo con amoroso lazo;
        la que llenó de amor con su carne aromada
        la trémula oquedad que le hicieron mis brazos.



Sin embargo, existe entre Neruda y Murga una diferencia de fondo. La poesía de Neruda presenta desde sus comienzos un tono desesperado y rebelde, una sensualidad casi vegetal o pantanosa, una vitalidad que son ajenas al espíritu de Murga. Este mismo dinamismo nerudiano hace que rompa cada vez más con las formas, que entre en contradicción de estilos, contradicción que se resuelve en nuevas formas y dicción. Al revés, nos parece que Murga tendía más bien a un ahondamiento en el mismo estilo, una depuración expresiva a partir del estatismo. Pero el campo de las conjeturas es demasiado vasto. Lo que se debe tomar es la obra que nos llegó de Romeo Murga, y no la obra que pudo realizar.

Volviendo al tema amoroso, esencial en la obra de Murga, estimamos en especial su poema "Y morirás un día", en el cual se plantea como todo poeta de verdad, el problema de la supervivencia del amor sobre la muerte, y la consideración de que el amor y la muerte son, en verdad, hermanos gemelos.

Dignos de nombrarse son dos poemas: "La niña rubia" y "Morena", ambos realizados con un sabio tratamiento técnico.

"La niña rubia" está escrito en octosílabos que acentúan la claridad cromática, la impresión de levedad que requiere el tema:


        Melena como el sol de rubia,
        cuerpo de dulces líneas claras,
        rostro risueño y de ojos puros
        como el cielo que ella mirara;
        toda luz, de aurora y de oro
        por los anchos caminos va,
        y entre la claridad del día
        pasa como otra claridad.



Este poema, bañado de luz, contrasta con el tono grave y nocturno de "La morena", donde cambian incluso las vocales, primando las a y las o.


        Morena como el sueño, como la sombra y como
        la cara eternizada de la tierra morena.



Es necesario considerar que en ocasiones Murga no lograba superar un lenguaje gastado poéticamente, y cae en formas de expresión ya hechas; sin lograr transmutar su sentimiento –como lo hace muchas veces– en su tono personal, intransferible, que puede iluminar las palabras más simples, como las que usa habitualmente: soledad, ausencia, canto, camino, arroyo, agua... o esos colores simples y puros, como los de los pintores prerrafaelistas: oro, azul, blanco, amarillo... Sí, a veces nuestro poeta no logra la transfiguración del lugar común en poesía. Así:


        Te esperé esa tarde nublada;
        vino la lluvia y no viniste.
        Cayó una sombra acongojada
        sobre mi gran ensueño triste.
        Vino la llama no esperada
        y no viniste.




("La lluvia y tú").

O:


        Pero al hallarnos fuimos como dos barcos locos
        que se cruzan en medio de la mar.
        Tus ojos me miraron, te miraron mis ojos
        y ya no nos veremos nunca más.



Como reacción tal vez contra la agitación de la época, al tenso ambiente de los años del 20, la poesía de Romeo Murga se hace contemplativa, y el poeta anhela llevar una vida que llamaremos bucólica, exalta esa vida. Es un fenómeno que ha afectado a muchos poetas en épocas análogas, recuérdese el ejemplo de Luis de León, cabalmente analizado por Dámaso Alonso. El volver a la tierra es un cauce de evasión para Murga, como lo es para varios poetas de su generación: citemos a Ulloa, Barberis (que reside largos años en provincia) y Joaquín Cifuentes Sepúlveda, de quien podríamos citar estos versos del "Adolescente sensual":


        Mi abuelo fue labriego. Yo también quiero serlo.
        En el campo conozco que me mejoro mucho.
        ¿Será porque en los pueblos hallo junto a tu imagen
        la imagen de mi negra vida de trotamundos?



La provincia es mirada como una entidad incomparable por Romeo Murga, que traslada al poema las virtudes de un medio comarcano, del cual se espera la salvación:


        Sería una casa rústica, y a su espalda una ancha
        huerta perfumada. Allí terminaría mi mundo
        Hablaría casi sin nostalgia de los viejos caminos, de
        las ciudades, de los barcos.



(de "Sería una casa rústica" en Clara Ternura).

Romeo Murga loa a "las buenas gentes del campo", entre quienes (sin decirlo explícitamente) se adivina que él quisiera vivir, porque:


        No hay inquietud que en sus almas florezca,
        no hay ilusión que los vende los ojos.
        Aman con clara ternura lo humilde:
        gleba y maleza, guijarros y abrojos.



Creemos que el poema que describe mejor su estado de ánimo frente al paisaje, su deseo de alejarse de las ciudades es "El viaje", que nos parece también quizás el mejor de los poemas de Romeo Murga (al lado de "Madres de los poetas", ese poema de estirpe baudelariana, impresionante muestra de madurez). "El viaje" parece escrito quizás en el mismo tren que lleva al poeta de la ciudad a la provincia, como aquel personaje de "El pintor Pereza", o aquel del famoso "Apunte", de Jerónimo Lagos Lisboa: "Parte el tren y el vocerío se dispersa. ¡Adiós poeta!" Con unos pocos trazos, Murga describe un paisaje escueto, de colores intensos y puros, donde en la lejanía se ven algunas figuras. El lenguaje es sobrio, el poema está hábilmente construido, y es digno de observar el recurso de la reiteración, que proporciona a la primera estrofa un tono más intenso, de mayor fuerza expresiva:


        Mi espíritu sonríe como un espejo claro
        que recogiera todos los tonos del paisaje.
        Voy buscando un rincón de soledad y amparo
        pero siento el deseo de eternizar el viaje.
        Voy buscando un rincón de soledad y amparo
        pero el paisaje enorme me da su emoción ruda.
        Mi espíritu sonríe como un espejo claro
        que copiara la imagen de una mujer desnuda.




(de "El Viaje", en Canto en la Sombra)

Para no hacer excepción a los poetas de su grupo, Romeo Murga es un personaje vuelto en numerosas ocasiones a la infancia (ese reino secreto, de propiedad personal): el paraíso perdido que suelen tener los poetas.

La niñez es vista como una época edénica, pura, hasta en el amor; que es claro, desarrollándose en un escenario preparado por la mano de Dios, expresamente casi para que pasee la pareja infantil:


        Fue nuestro amor de niños como un comienzo de égloga,
        lleno de sol, de paz, de horizontes inmensos.
        Dios doró aquel año, con amor, los trigales
        y embelleció de amor los soles y los vientos.



("Como una égloga" en El Canto en la Sombra).



Esta reminiscencia de una época edénica, no puede sino terminar en forma elegíaca. Se canta al irrecuperable "paraíso perdido", añorado como Franz de Galais, ese héroe de El Gran Meaulnes, añoraba su infancia aventurera.


        Se me ha muerto una vida mía,
        vida de juegos y alegría
        bajo el sol de los mediodías
        del verano;
        vida de risas transparentes
        y de beber en las vertientes
        con el hueco de nuestras manos.
        Haber podido hacer eternos los instantes
        de esa aurora perdida,
        y con los ojos húmedos y el corazón fragante,
        haber quedado niños, para toda la vida.




(de "Elegía en recuerdo de mi infancia", en El Canto en la Sombra).



Poesía del corazón, sin aderezos; evocación de la infancia, deseos de volver a esa provincia remota y cercana, en donde aún existe la pureza; todas esas características románticas natas las hallamos en Romeo Murga: ¿será reprochable a un poeta de no más de veintiún años? Su vocación era tan firme que ya a los ocho años escribía poemas –según testimonio de su hermana Berta. Su obra mejor, casi sin parentesco en la poesía chilena basta para darle un lugar preferente en la historia de nuestra poesía. Pese a las dificultades para transmitirlas, pese a los años en que su voz permaneció virtualmente inédita, no hay quien no escuche, entre los amantes de la poesía chilena, la voz de este adolescente que llega a conmover a gentes de tan distintas generaciones a las suyas.

La tisis –ese "mal del siglo" de nuestros años 20– nos privó, que duda cabe, de un poeta excepcional. Pero basta lo que alcanzó a decir. No dejará de ser oído. Y como verdadero poeta, "vate por encima de todo, ya lo señala Romeo Murga, al decir en una de sus estrofas:

        Mi voz ungida en suavidades
        irá a través de las edades
        como el rumor de un claro río.


Así sea.


En Atenea, Concepción, Nº395, del 01 de febrero, 1962.







Notas:

[1] Baudelaire, en su prólogo a su traducción de los cuentos de E. A. Poe.

[2] Francisco López Merino nació en Mar del Plata en 1904 y murió en 1928. Lerena Acevedo nace en Montevideo, Uruguay en 1898 y muere en 1922. Ambos sólo publican un libro en su vida.

[3] En “Evocaaón fraternal”, que prologa Clara Ternura, Ed. “Haga”, Antofagasta, 1955.

[4] En “Invocación al recuerdo de un gran poeta muerto”, Revista Atenea, sept/oct, 1946.

[5] González Vera en Cuando era muchacho (capítulo "La banda de Neruda").

[6] Elías Ugarte Figueroa, publ. cit.

[7] Del discurso de Eugenio González en la romería a San Bernardo, en homenaje a Romeo Murga. Zig-Zag, 7 de junio de 1935.

[8] "Figuras en la noche silenciosa. Infancia de los poetas", por Pablo Neruda. Zig-Zag, abril de 1923.

[9] Norberto Pinilla en su "Prólogo" al Canto en la sombra.

[10] En Crepusculario, 1923.

[11] Publicado en forma de libro junto a un poema de Víctor Barberis con el título de El libro de la fiesta, 1923.

[12] Sería interesante un trabajo acerca de las Fiestas de la Primavera en la poesía chilena. Además de Neruda, Romeo Murga, Barberis, podemos recordar entre los laureados de estas fiestas nada menos que a la Mistral y luego, Barrenechea, Oscar Castro, N. Parra, etc. Podremos comentar que difícilmente algún poeta nuestro no ha empezado su carrera ganando este premio, cantando a la Reina, por decirlo así.

[13] Víctor Barberis publicó luego, en minúsculo folleto, “El Poema de octubre”. Nacido en 1899, dejó de escribir poemas hacia 1926. En sus versos
se reflejaba la vida aldeana de esos años, con notable colorido y exactitud. Actualmente profesor de francés jubilado, espera su obra la justicia de una compilación y edición.

[14] Elías Ugarte Figueroa, publ. cit.

[15] Pablo Neruda, en declaraciones al autor de este trabajo.

[16] Daniel de la Vega, "Prólogo" al Bordado inconcluso, 1916. La acción de este poema se desarrolla en Quilpué, vecina a Quillota.

[17] Elías Ugarte Figueroa, publ. cit.

[18] Poema inédito.

[19] Pablo Neruda, en su poema de homenaje a Cifuentes Sepúlveda, "Ausencia de Joaquín".

[20] Ángel Cruchaga en "Poemas de San Bernardo", en Paso de sombra, 1938.

[21] "Divagaciones sobre poesía", Claridad, junio 9 de 1923, N° 9.

[22] "Crepusculario", comentario de Romeo Murga, Claridad, septiembre 15 de 1923, N° 15.

[23] En "Prólogo" al Canto en la sombra, 1946.




BIBLIOGRAFÍA

Obras de Romeo Murga


El Libro de la Fiesta, en colaboración con Víctor Barberis. Publicado por la Federación de Estudiantes. Contiene el "Poema de la Fiesta", premiado en las Fiestas de la Primavera. Publicado en 1925.

El canto en la sombra, con prólogo de Norberto Pinilla. La aparición de este libro había sido señalada por una nota de Claridad, de agosto de 1924, Nº124. Fue publicado tal como el poeta la dejó listo para las prensas, por su hermana Berta, veintiún años después de la muerte del poeta. Contiene 51 poemas, en 175 páginas. Editorial Tegualda, Santiago, 1946.

Clara Ternura, con prólogo de Andrés Sabella y una "Evocación fraternal", de Berta Murga Sierralta. Contiene 10 poemas en prosa. Cuadernillo Nº3 de las ediciones Hacia. Edición de 300 ejemplares. 16 páginas. Antofagasta, julio de 1955.

En el prólogo a El Canto en la sombra, Norberto Pinilla indica que entre los papeles del poeta se han encontrado notas y apuntes para los proyectos de un libro titulado Voz Clara. En su nota que precede a Clara Ternura, Berta Murga indica que esa publicación es una síntesis de Alma, obra que componía Romeo Murga desde 1923.

"Noticias Literarias", en Claridad, agosto de 1924, Nº124.

"A la muerte de Romeo Murga", poema firmado por Manzur. Iris, de Copiapó, 16 de octubre de 1925.

"Romeo Murga", artículo de Hersalí. Iris, Copiapó. 28 de junio de 1925.

"Romeo Murga", por Mario Vergara Gallardo. La Provincia, Iquique, mayo de 1926.

"Romeo Murga", en El Trabajo, Vallenar, 12 de mayo de 1924.

"Hora de Romeo Murga", Revista Letras, diciembre de 1928.

"Romeo Murga Sierralta", artículo en el Diccionario Histórico y Bibliográfico de Chile, por Virgilio Figueroa, 1931.

"Crónica del año. La poesía en 1923", El Libro de la Fiesta, comentado por Raúl Silva Castro. Claridad, diciembre 8 de 1923. Nº117.

"Romeo Murga Sierralta", por Hernán Sánchez Alister, en Revista Atacama, mayo de 1932.

"Romeo Murga", por Andrés Sabella. Millantún, Nº11, julio de 1943. Acompañada de algunos poemas de Romeo Murga.

"Invitación al recuerdo de un gran poeta muerto", por Elías Ugarte Figueroa. Atenea, septiembre de 1934.

"Romeo Murga", por Andrés Sabella. Últimas Noticias, 9 de junio de 1946.

"El Canto en la Sombra", por Ricardo Benavides. Atenea, marzo, 1947.

"Romeo Murga, poeta de ausencia", por Claudia Solar. Las Noticias de Victoria, 9 de marzo de 1953.

Nuestros Poetas, antología de Armando Donoso. Nascimento, 1925.




Otras publicaciones de Romeo Murga

Artículos:

"Divagaciones sobre Poesía", Claridad, junio 9 de 1923, Nº91.

"Cosas de Francia", Claridad, 14 de julio de 1923, Nº96.



Poemas (no incluidos en libros):

"Canciones" (Soledad y silencio, Evocación, Eva de todos los caminos): Claridad, julio 7 de 1923, Nº95.

"Canciones" (En ese hondo silencio, El último día), Claridad, Nº104, septiembre 8 de 1923.

"Poemas en prosa", Claridad, octubre 13 de 1923, Nº109.

"Sombras de mujeres" (La harapienta, La zagala), Claridad, Nº117, diciembre 8 de 1923.



Traducciones:

Como ya lo indicamos en el texto de nuestro trabajo, Romeo Murga realizó numerosas traducciones, publicadas en Claridad, Zig-Zag, y el periódico Iris, de Copiapó. Tradujo trabajos de: Anatole France, Marcel Shwob, Paul Fort, Andrea Chénier, Henri Barbusse y Charles Nodier.



Nota:

Romeo Murga ha sido incluido en las antologías de poesía chilena de Armando Donoso, Rubén Azócar, Hernán del Solar, Carlos Poblete, Carlos René Correa y Hugo Montes (Antología del Medio Siglo, Ed. Pacífico, 1955).












viernes, 27 de junio de 2008

"Dylan Thomas cuando era cachorro de artista", de Jorge Teillier






En un principio la tarea del poeta es recuperar lo irrecuperable. Recuperar los dominios perdidos, de la infancia y la juventud es el afán que guía a Dylan Thomas en dos libros en prosa que recién aparecen traducidos al castellano. Hablamos de Retrato del artista cachorro (The Portrait of the Artist as a Young Dog) y Con distinta piel, traducción bastante libre por cierto de Advertures in the Skin Trade.

El deslumbramiento ante la vida, el amor a la gente, las cosas, los más pequeños seres que sella la poesía de Thomas infunden también soplo vital a sus dos novelas. Y la pasión por el existir se mezcla con la atracción por la muerte cuya secreta presencia de todas horas el poeta siempre quiere revelar a la luz. La última fotografía de Dylan Thomas ilustra este doble impulso; en ella aparece el poeta lanzándose dentro de una fosa recién abierta que un otoño glorioso ha llenado de hojas en un cementerio rural de los Estados Unidos.

Nuestro encuentro con el artista cachorro se produce durante un viaje fantasmal que el pequeño Dylan hace a la granja de su tío, un borrachín que vende lechones para embriagarse los sábados. Y la palabra encantatoria del poeta hace revivir la granja y la casa con todos sus colores, olores, sonidos, y con sus extraños habitantes, como ese primo Gwilym que se parece a una pala, predica en un galpón en ruinas, y escribe lujuriosos poemas a muchachas, cuyos nombres cambia por el de Dios cuando sufre accesos místicos. Otro pariente que aparece en el episodio segundo del libro es el Abuelo, quien en rebelión contra la vejez, guía quiméricos carruajes por rutas invisibles.

Entre gente como ésa, y en el paisaje de Gales –situado como dice Mary Webb, "mitad en el país de las hadas"– crece Dylan Thomas, "minúsculo narrador de cuentos" –así se autodefine– y poeta. Poeta no tanto porque escriba versos desde los doce años, pues –claro está– ser poeta no consiste en escribir en líneas más o menos regulares, sino en poseer un don mágico que transforme lo visible en invisible: poner en libertad a la loca por la casa. Así, desde su niñez Dylan aprendió a convertirse a voluntad ora en un príncipe de las mil y una noche, ora en una gran músico, en un sabio excepcional, etc.

Este proceso alquímico de transformación de una realidad en otra culmina en el episodio de la iniciación amorosa descrito en Con distinta piel, cuando el joven Dylan, recién llegado a Londres encuentra en un restaurant a una muchacha, quien inesperadamente lo insta a desnudarse y sumergirse dentro de la tina de baño para realizar un acto de amor. Pero el poeta no puede consentir que una sala de baño sea el sórdido paisaje que asista al primer conocimiento de la mujer (hablamos en sentido bíblico) y por conjuro de su imaginación la tina se convierte en un riachuelo puro lleno de peces luminosos, se oyen cantar los pájaros, y la joven desvergonzada se torna en sirena que convence al amado (con nefastas consecuencias) de que el frasco de agua de colonia del botiquín es una botella de brandy.

La serenidad es para los viejos, pensó el joven Mr. Thomas. Por eso recorría incansablemente las calles y los caminos de Gales, como lo hacía en otro lugar de Gran Bretaña, cien años antes, el joven Mr. Charles Dickens. Sí, había que ser amante de la noche, recorrer la ciudad cuando todas las luces están apagadas, situarse bajo un puente viejo para oír los chillidos de las lechuzas y los relatos de dos desconocidos, quienes le cuentan cómo sus matrimonios fracasaron por una equivocación cometida "exactamente como los perros". Sí, había que conocer y amar a todos los habitantes del pueblo (y después conocer y amar a todos los habitantes de la tierra), amar con ternura y piedad infinita al amigo que en un día de paseo bajo un sol deslumbrante olvida mirar al mar porque no puede ver sino la imagen de su hermano muerto, a las viejas prostitutas que hacen una colecta para beber una ronda de ron, a las mujeres inaccesibles –cisnes de dos metros de estatura– que parecen recién salidas de una revista de modas. ¿Y quién sino un muchacho como Dylan Thomas podría reunirse con un trío de fracasados provincianos para escribir una novela en conjunto, que se llamaría Donde fluye el Tawe?

Somos testigos en un relato alucinante, "La vieja Garbo", de cómo se revela a Dylan Thomas el mundo que vive dentro de las paredes de vidrio de un vaso, y empieza a amar la cerveza "con su espuma blanca y viviente" y los bares como ese Fishguard donde se puede ver marineros tejiendo, y a donde lo lleva, en un primer periplo alcohólico, el achacoso Mr. Evans, director del diario del pueblo, quien es a Thomas como Mentor a Telémaco y Leopold Bloom a Stephan Dedalus, ese otro cachorro de artista, tan distinto al que nos ocupa ahora.

La última historia de las que integran el Retrato (y perdónesenos que contemos un libro como quien cuenta una película cualquiera), acontece durante un sábado caluroso, "falso y bonito como una pintura chata bajo un sol vulgar". Dylan se pasea aburrido por la playa, con dos libras en los bolsillos, en busca de mujer. La busca con remordimientos "pues un poeta debe vivir acompañado sólo de sus visiones" (¿no es verdad William Blake?), pero también es poesía encontrar a una muchacha de mal vivir en un bar, irse con ella y perderla absurdamente en un caserón donde voces de desconocidos se burlan del poeta que la llama sin esperanzas en un laberinto de puertas en la oscuridad. Y quizás esa muchacha sea el símbolo de la adolescencia perdida en ese desolado amanecer en el cual sin embargo el poeta ve la resurrección en la madera rota y el polvo. Escuchémoslo: "Entonces salió al vasto espacio, bajo las grúas inclinadas y las escaleras. La luz de la única lámpara mortecina, en su círculo herrumbroso caía sobre las pilas de ladrillos y la madera rota y el polvo que en un tiempo había sido casas, donde la pequeña y casi desconocida pero inolvidable gente del pueblo había vivido y amado y muerto y siempre, perdido".

Con distinta piel publicada en forma póstuma en 1955, fragmento inconcluso de una novela y continuación del Retrato, es la saga del muchacho provinciano que llega a la capital. Pero no es un provinciano cualquiera sino un poeta. Y puesto que la aventura es la poesía (o viceversa y la poesía es amiga del azar y enemiga del orden establecido, el viajero desgarra todas las direcciones que pueden serle útiles y conserva sólo la de una desconocida prostituta, pues el poeta espera no tanto dedicarse al periodismo, como dice, sino vivir de alguna mujer. Y el viajero al llegar a Londres se sienta en un bar a tomar cerveza, esperando que por gracia de la suerte alguien le ofrezca hospedaje. Naturalmente ese alguien llega, y se trata de un mueblista ebrio (Nuevo Mentor, nuevo Bloom) quien lo lleva a un cuarto inverosímil donde el recién llegado debe dormir en lo alto de una inestable ruma de divanes.

El "Comerciante en pieles" narra luego endemoniadamente cómo traba relación con la "fourmillante cité / cité pleine de réves", a través de su gira por tabernas y salas de baile en compañía de una trouppe excéntrica comandada por una temible vieja dueña de restaurante que se ha enamorado de Dylan. El libro queda inconcluso al amanecer cuando el poeta se ha sumergido en el más infernal de los tugurios. Como es propio de alguien que no hace distinción entre vida y obra, el final del libro llegó en 1953, cuando tras una gira similar por los bares de Greenwich Village, en una nevosa madrugada, víctima del delirium tremens, Dylan Thomas muere en un hospital. Pero naturalmente la vida no termina con la muerte, cuando la carne se ha hecho verbo como acontece con Dylan Thomas. Y siempre se podrá repetir con él: "la muerte no tendrá señorío".

Sí:

Y la muerte no tendrá señorío. / Aunque las gaviotas no vuelvan a chillar en sus oídos / ni las olas estallen ruidosas en las costas; / aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten / ya más la cabeza al golpe de las lluvias; / aunque estén locos y muertos como clavos / las cabezas de los cadáveres martillearán margaritas; / estallarán al sol hasta que el sol estalle, / y la muerte no tendrá señorío.

Así sea.







En Ultramar, Santiago, N°5 (junio de 1960), p. 3