El poema “Cuando yo no era poeta” pertenece al libro El molino y la higuera (1993), el último publicado en vida por Jorge Teillier. En él aparecen varios tópicos de su poética y ha llegado a ser uno de sus textos más conocidos y representativos: uno de sus “grandes hits”.
Sin embargo, me parece interesante mostrar un aspecto esencial pero ignorado: que no se trata de un poema original en el sentido habitual del término, sino que es una versión muy libre de un texto del poeta belga Christian Dotremont. El hallazgo se lo debo a Nadine Dejong, quien me enseñó, hace unos diez años, el poema del fundador del grupo Cobra.
A partir del paralelo entre ambos poemas no sólo es posible ver la “cocina” literaria de Teillier, sino reparar en ciertos reemplazos y equivalencias claves: la relación entre el deslumbramiento ante una quinceañera y la poesía, la memoria como fuente poética, el asombro como seducción.
Recordemos el poema de Teillier:
Cuando yo no era poeta
Cuando yo no era poeta
por broma dije era poeta
aunque no había escrito un solo verso
pero admiraba el sombrero alón del poeta del pueblo.
Una mañana me encontré en la calle con mi vecina.
Me preguntó si yo era poeta.
Ella tenía catorce años.
La primera vez que hablé con ella
llevaba un ramo de ilusiones.
La segunda vez una anémona en el pelo.
La tercera vez un gladiolo entre los labios.
La cuarta vez no llevaba ninguna flor
y le pregunté el significado de eso a las flores de la plaza
que no supieron responderme
ni tampoco mi profesora de botánica.
Ella había traducido para mí poemas de Christian Morgenstern.
A mí no se me ocurrió darle nada a cambio.
La vida era para mí muy dura.
No quería desprenderme ni de una hoja de cuaderno.
Sus ojos disparaban balas de amor calibre 44.
Eso me daba insomnio.
Me encerré mucho tiempo en mi pieza.
Cuando salí la encontré en la plaza y no me saludó.
Yo volví a mi casa y escribí mi primer poema.
El poema de Dotremont se titula “L’art d’être visible” y fue publicado junto a “Les Grottes du Tendre” en la revista Les Quatre Vents, nº 8, Paris, 1947. Ese número de la revista está dedicado a “Le langage surréaliste” e incluye textos de Duchamp, Breton, Artaud, Arp, Péret y Leiris, entre otros. También aparece en la edición de las Œuvres poétiques complètes de Dotremont (Mercure de France, 1998, pp. 167-168), que es la fuente que usé para traducirlo. Mi traducción es la siguiente:
El arte de ser visible
1
Quince años después de encontrármela, me convertí en cantante de la Ópera Cómica.
Acabo de mentir: nunca la conocí.
Pero una mañana ella vino a verme y me dijo que sí.
Ella tenía quince años.
2
La primera vez que se lo dije, ella andaba con una amapola en la mano.
La segunda vez, una rosa en el pelo.
La tercera vez, una violeta entre los labios.
La cuarta vez, se lo dije a una amapola, a una rosa, a una violeta, y desde entonces ya no se lo dije a nadie.
Ella tenía el arte de ser visible, a pesar de la realidad y la realidad, a pesar de nuestras categorías.
3
Ella había traducido a Gérard de Nerval en su lengua.
Yo le di lingotes de tinta, ella me dio barriles de relámpagos.
Era un primor.
Medias de mil quinientos francos.
La vida era dura en ese tiempo.
Nada le di — me lo devolvió cuando se fue.
4
Los ojos como revólveres de encanto.
Mi corazón estaba excesivamente conmovido.
Una dama de quince años que bajaba en patines por la calle Tiquetonne.
Se acabó: ya no la conozco.
Pero ella es perversa y ayer me la encontré. Le dije buenos días.
Desde ayer la memoria me huele a frutillas.
(L’art d’être invisible // 1 // C’est quinze ans après l’avoir rencontrée que je suis devenu chanteur à l’Opera-Comique. / Je viens de mentir : je ne l’ai jamais connue. / Mais voilà, un matin elle est venue chez moi et elle m’a dit que si. / Elle avait quinze ans. // 2 // La première fois que je le lui ai dit, elle portait un coquelicot dans la main. / La seconde fois, une rose dans les cheveux. / La troisième fois, une violette entre les lèvres. / La quatrième fois, je l’ai dit à un coquelicot, à une rose, à une violette, et depuis je ne l’ai plus dit à personne. / Elle avait l’art d’être visible, en dépit du réel et du réel, en dépit de nos catégories à nous. // 3 // Elle avait traduit Gérard de Nerval dans sa langue. / Je lui ai donné des lingots d’encre, elle m’a donné des barils de foudre. / Elle était chouette. / Des bas à quinze cents francs. / En ce temps-là, la vie était dure. / Je ne lui ai rien donné — elle me l’a rendu quand elle s’en est allée. // 4 // Les yeux comme revolvers de charme. / J’avais le cœur excessivement touché. / Une grande dame de quinze ans qui descendait la rue Tiquettone en patins à roulettes. / C’en est fait: je ne la connais plus. / Mais elle est perverse et hier je l’ai rencontrée. Je lui ai dit bonjour. / Depuis hier, j’ai la mémoire qui sent la fraise.)
en Onda corta, septiembre 2012
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