Atardece. Se disuelven
las lejanas humaredas de los cerros.
Los gorriones picotean cerezas pasadas.
El tren de carga pasa
dejando una estela de carbón y mugidos.
“Si llueve con creciente va a llover siete días”.
Los rieles se alargan sin esperanza
mientras el tiempo se despoja de su máscara
y muestra su rostro secreto en la lluvia.
En la trastienda del almacén
alzan sus vasos de pipeño los amigos. En la plazuela
el forastero oye contar estrellas a los hijos del carpintero.
Y luego una ronda: “Alicia va en el coche, carolín...”
El pueblo se refugia en los ojos de ovejas que dormitan.
Antes de irse, el sol ilumina brutalmente
nuestro rostro condenado al fracaso.
Nuestro rostro
y los de quienes nunca conocerán la realidad,
dispersándose como el polvillo de los duraznos en los dedos
del viento. Jinetes perdidos, novias
que aún esperan en la capilla ruinosa, vagabundos
con la cabeza destrozada por las locomotoras.
El sueño hace señas con su linterna oxidada.
El Ángel de la Guarda ya no espera nuestro ruego.
Y vemos sin temor que se abre para nosotros
el país de la noche sin frontera.
las lejanas humaredas de los cerros.
Los gorriones picotean cerezas pasadas.
El tren de carga pasa
dejando una estela de carbón y mugidos.
“Si llueve con creciente va a llover siete días”.
Los rieles se alargan sin esperanza
mientras el tiempo se despoja de su máscara
y muestra su rostro secreto en la lluvia.
En la trastienda del almacén
alzan sus vasos de pipeño los amigos. En la plazuela
el forastero oye contar estrellas a los hijos del carpintero.
Y luego una ronda: “Alicia va en el coche, carolín...”
El pueblo se refugia en los ojos de ovejas que dormitan.
Antes de irse, el sol ilumina brutalmente
nuestro rostro condenado al fracaso.
Nuestro rostro
y los de quienes nunca conocerán la realidad,
dispersándose como el polvillo de los duraznos en los dedos
del viento. Jinetes perdidos, novias
que aún esperan en la capilla ruinosa, vagabundos
con la cabeza destrozada por las locomotoras.
El sueño hace señas con su linterna oxidada.
El Ángel de la Guarda ya no espera nuestro ruego.
Y vemos sin temor que se abre para nosotros
el país de la noche sin frontera.
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