jueves, 31 de enero de 2008

"Botella al mar", de Jorge Teillier




Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.






en CARTAS PARA REINAS DE OTRA PRIMAVERAS, 1985.







miércoles, 30 de enero de 2008

"Donde se relata el fin de esta historia", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Capítulo XIII de la serie "La Isla del Tesoro"




Tripulante Glorioso del «Junneau», se acerca la hora de los hornos y debemos persignarnos en La Posada del Diablo para que las ortigas no hieran nuestros huesos. Una amiga de la Isla de Nunca Jamás, parecida al Hada de los Sueños, se embarca para ésa, le lleva un recuerdo a tu hija, mi católica y morada ahijada: una hermosa siempreviva y a tu hijo, el Parlanchín de los Vigías, un Mapa de Morgan, parecido a la luz parda de las ballenas cuando es poblada por el cielo transparente de los tulipanes y recuerdos. Te recomiendo, enséñale a la niña, la Posada del Sol y la Luz de los Abismos. Ella toma fotos y sabe mirar las estrellas con sus ojos. Puede contarte cosas de estos veleros idos a pique en toda la extensión de las cenizas, mientras diabólicos grumetes se alimentaban de calaveras de cordero llevadas a domicilio. Cuéntame cómo viven los amigos y los feligreses en Chosica: en las iglesias, en los cementerios y en las Casas de los Locos, las feroces comisarías y todos esos lugares donde el viento hace de las suyas con la lluvia y la sombra de los ríos. A todos los amigos les envío abrazos en vez de frutas. Por aquí son muchos los que sueñan con «el cofre de aquel muerto» cuando los más fieros piratas repetían: «¡Viva el ron! ¡Viva el ron!» y estábamos de acuerdo. Ya poco queda por hacer por estas playas, lo presiento, (el diablo y la bebida harán el resto): leer a Rilke, Milocsz y al feroz Dylan Thomas siempre más alegre que nosotros, paseándose lleno de sueños en su vieja calesita y en el tiovivo de los niños con sus 18 vasos de whisky a cuesta. No dejes, viejo amigo, de amar los abedules del granuja Serguei Esenin o el alcohol quemado de las noches desasidas. Ya no resisto más el peso de la realidad y los extramuros de mi vida, como dicen los mendigos de mi pueblo. Adiós y buen viento, no dejes de escribirme, que la dicha sea con vosotros y que los fantasmas e mi alma crezcan como los trigos en el campo o en el peñasco amarillo del silencio. Aprende a beber como los jóvenes la amarga cerveza del exilio.

















martes, 29 de enero de 2008

"Tarde de buganvilias", de Jorge Teillier




Tarde de buganvilias. Hojeamos un álbum
como el viento hojea las encinas del parque.
Y aparece una niña que va hacia la glorieta
vestida como estampa haciendo rodar un aro.

Y tú no estás aquí. Ni en la destilería
donde ya nunca más gruñirán los toneles.
(Tú no sabes que aquí un día se jugó al diábolo
y relucía ufano el tren de trocha angosta).

La luna está en creciente. Otros irán a Marte.
Seremos pasajeros de un navío fantasma.
Un perro ciego viene a lamer tu mano.
Rieles, destilería, tarde de buganvilias.




* Poema perteneciente a la primera parte de PARA UN PUEBLO FANTASMA, publicado en 1978, sección que fue llamada "I. Nadie ha muerto aún en esta casa". Este poema también está contenido en HOTEL NUBE, siendo ambas versiones idénticas.

© Nota de Juan Carlos Villavicencio





lunes, 28 de enero de 2008

"Una ventana", de Jorge Teillier





Todas las nubes
me anunciaban que tú llegarías,
cuando despertaba para volverme
hacia la ventana de los sueños.
Pero tú debías extraviarte:
los pájaros se comían las migas
que sembré para señalarte el camino.
Alguien vestido siempre de negro te vigilaba
y quería transformarte en otra,
para que yo no te reconociera.
Hasta que de pronto nos encontramos
y la realidad hecha pompas de jabón
voló de retorno al país de la pureza.





* Poema perteneciente a la primera parte de MUERTES Y MARAVILLAS (de un total de ocho), publicado en 1971, sección que fue llamada "I. A los habitantes del País de Nunca Jamás".






domingo, 27 de enero de 2008

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier

Fragmento



IX



Atardecer vibrante de alas acogidas de regreso por el árbol.
Alas y campanas del Convento de San Francisco.
Por los poderes de la noche
el pueblo se transforma en otro pueblo.
Tú también tienes poderes:
transformas una piedra en un soldado,
una rama en un caballo.
Pero la noche es demasiado grande
y te da miedo ir a sacar agua al pozo.

Los muertos quieren dirigirse a ti
con los fríos peces de sus palabras.
Las alas de los tue-tué golpean las ventanas.
Hay que ofrecerles pan y queso:
ellos volverán a pedirlo
transformados en hombres.

Hay que decir:
“Martes hoy, martes mañana, martes toda la semana”.
Una estrella cae.
Alguien morirá.











sábado, 26 de enero de 2008

"Letra de tango", de Jorge Teillier





La lluvia hace crecer la ciudad
como una gran rosa oxidada.
La ciudad es más grande y desierta
después que junto a las empalizadas del Barrio Estación
los padres huyen con sus hijos vestidos de marineros.
Globos sin dueños van por los tejados
y las costureras dejan de pedalear en sus máquinas.
Junto al canal que mueve sus sucias escamas
corto una brizna para un caballo escuálido
que la olfatea y después la rechaza.
Camino con el cuello del abrigo alzado
esperando ver aparecer luces de algún perdido bar
mientras huellas de amores que nunca tuve
aparecen en mi corazón
como en la ciudad los rieles de los tranvías
que dejaron hace tanto tiempo de pasar.











viernes, 25 de enero de 2008

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier

Fragmento




12



El silbato del conductor
es un guijarro
cayendo al pozo gris de la tarde.
El tren parte con resoplidos
de boxeador fatigado.
El tren parte en dos al pueblo
como cuchillo que rebana pan caliente.
Los vagabundos quedan mirando
a los niños que corren entre castillos de madera.
De las chozas dispersas a lo largo de la vía
salen mujeres a recoger carboncillo entre los rieles,
otras reúnen la parchada ropa
crucificada en los alambres
tendidos en los patios llenos de humo,
y algunas inmóviles y serias como grandes sandías
recogen en los umbrales el lerdo sol de fines de otoño.








Santiago-Lautaro, 1963














jueves, 24 de enero de 2008

"Los dominios perdidos", de Jorge Teillier




A Alain-Fournier



Estrellas rojas y blancas nacían de tus manos.
Era en 189... en la Chapelle d'Anguillon,
eran las estrellas eternas
del cielo de la adolescencia.
En la noche apagaste las lámparas
para que halláramos los caminos perdidos
que nos llevan hacia un laúd roto y trajes de otra época,
hacia una caballeriza ruinosa y un granero de fiesta
en donde se reúnen muchachas y ancianas que lo perdonan todo.

Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Lo que importa no es la casa de todos los días
sino aquella oculta en un recodo de los sueños.
Lo que importa no es el carruaje
sino sus huellas descubiertas por azar en el barro.
Lo que importa no es la lluvia
sino sus recuerdos tras los ventanales del pleno verano.

Te encontramos en la última calle de una aldea sureña.
Eras un vagabundo de barba crecida con una niña en brazos,
era tu sombra –la sombra del desaparecido en 1914—
que se detenía a mirar a los niños jugar a los bandidos,
o perseguir gansos bajo una desganada llovizna,
o ayudar a sus madres a desvainar arvejas
mientras las nubes pasaban como una desconocida,
la única que de verdad nos hubiese amado.

Anochece.
Y al tañido de una campana llamando a la fiesta
se rompe la dura corteza de las apariencias.
Aparecen la casa vigilada por glicinas, una muchacha
leyendo en la glorieta bajo el piar de gorriones,
el ruido de las ruedas de un barco lejano.

La realidad secreta brillaba como un fruto maduro.
Empezaron a encender las luces del pueblo.
Los niños entraron a sus casas. Oímos el silbido del titiritero
          que te llamaba.
Tú desapareciste diciéndonos: “No hay casa, ni padres, ni amor;
          sólo hay compañeros de juego”.
Y apagaste todas las luces
para que encendiéramos
para siempre las estrellas de la adolescencia
que nacieron de tus manos en un atardecer de mil ochocientos
noventa y tantos.





 







miércoles, 23 de enero de 2008

"He confiado en la noche", de Jorge Teillier




He confiado en la noche
pues durante ella amo la vida,
así como los pájaros
aman la muerte a la salida del sol.
Pero la noche
no es sino una brizna de pasto
volando al resoplido de un potrillo,
y a la luz desigual del fuego de leña
veo que sólo me queda el terror del gusano
sintiendo el trueno en la gota de agua,
la tempestad en la caída de las agujas del castaño.









martes, 22 de enero de 2008

"Alegría", de Jorge Teillier





Centellean los rieles
pero nadie piensa en viajar.
De la sidrería viene olor
a manzanas recién molidas.
Sabemos que nunca estaremos solos
mientras haya un puñado de tierra fresca.

La llovizna es una oveja compasiva
lamiendo las heridas
hechas por el viento de invierno.
La sangre de las manzanas
ilumina la sidrería.

Desaparece la linterna roja
del último carro del tren.
Los vagabundos duermen
a la sombra de los tilos.
A nosotros nos basta mirar
un puñado de tierra en nuestras manos.

Es bueno beber un vaso de cerveza
para prolongar la tarde.
Recordar el centelleo de los rieles.
Recordar la tristeza
dormida como una vieja sirvienta
en un rincón de la casa.
Contarles a los amigos desaparecidos
que afuera llueve en voz baja
y tener en las manos
un puñado de tierra fresca.






 





lunes, 21 de enero de 2008

"Puente en el sur", de Jorge Teillier





Ayer he recordado un día de claro invierno. He recordado
un puente sobre el río, un río robándole azul al cielo.
Mi amor era menos que nada en ese puente. Una naranja
hundiéndose en las aguas, una voz que no sabe a quién llama,
una gaviota cuyo brillo se deshizo entre los pinos.

Ayer he recordado que no se es nadie sobre un puente
cuando el invierno sueña con la claridad de otra estación,
y se quiere ser una hoja inmóvil en el sueño del invierno,
y el amor es menos que una naranja perdiéndose en las aguas,
menos que una gaviota cuya luz se extingue entre los pinos.









domingo, 20 de enero de 2008

"Cuando los magos se adueñan del poder", de Jorge Teillier

Una nueva dimensión de la historia: el nazismo desde el punto de vista del realismo fantástico.




Se ha dicho que la historia es una página en blanco que los hombres están libres de llenar a su guisa. Contrariando las formas habituales con las que se ha llenado la página correspondiente al nazismo, Louis Pauwels y Jacques Bergier, los adalides del realismo fantástico, en una de las partes de su obra Le Matin des Magiciens [El retorno de los brujos] conmueve la historia oficial con una nueva visión del nazismo, nacida de una actitud que consiste en interrogar de una manera fantástica y despojándose de cualquier prejuicio sobre los fenómenos históricos. El resultado de esta actitud –que estuvo acompañada por seis años de búsqueda y recopilación de documentos–es una fascinante e incitadora exploración por las zonas ocultas de donde surgió esta "extraña enfermedad" que fuera el nazismo.

Naturalmente no se puede aceptar de plano las interpretaciones de Pauwels y Bergier, pero tampoco podemos llegar a asomarnos a la ventana que abren para la historia hacia el mundo mágico, que a veces nos obstinamos en ignorar, amparados por un racionalismo estrecho.

A primera vista puede parecer repugnante o provocar un simple alzar de hombros el enunciar que en pleno siglo XX un país fuera gobernado por una sociedad místico–política, que preparaba expediciones para conquistar el Santo Grial; cuyos dirigentes pensaban vencer el hielo de las estepas rusas, haciendo sacrificios humanos; que aceptaban una teoría según la cual la tierra es hueca y otra que dice que toda la historia de la humanidad se explica por la lucha entre el fuego y el hielo; que creyeran poder aliarse con los Superiores Desconocidos, hombres venidos quizás más allá del tiempo y del espacio, con poderes semejantes a los de los dioses y que el hombre mismo estaría al borde de una formidable mutación que lo haría tener también estos poderes. Sin embargo, según Pauwels y Bergier, todo esto creído por Hitler y por el grupo nazista original del que formó parte, y que orientó de manera decisiva la historia contemporánea. Porque para nuestros autores el nazismo es el momento –quizás único en la historia– en el que el pensamiento mágico se apodera de las palancas del progreso material para ponerse a su servicio.

El nazismo tendría su génesis en las sociedades secretas iniciáticas que revelaron al Occidente el aspecto luciferiano del pensamiento oriental. Entre ella, los Rosa Cruces; la Golden Dawn, que dirigiera el poeta Yeats, y fundada por Samuel Mathers, el que pretendía estar en contacto con los "Superiores Desconocidos", que eran sus jefes; la sociedad del Vrill, en la Alemania prenazi, continuadora de la Golden Dawn, y finalmente el Grupo Thulé en el cual se hallaba Hitler, Hess y Karl Haushoffer, y del cual hablaremos con más detalle. "Nada en el universo puede resistir el ardor convergente de un número suficientemente grande de inteligencias agrupadas y organizadas", decía Teilhard de Chardin, La historia del Grupo Thulé narrada por Pauwels y Bergier parece confirmarlo. El grupo tomaba su nombre de una isla mítica que se suponía estuvo situada al norte del planeta, y que habría sido el centro mágico de una civilización desaparecida. Pero todos los secretos de esta civilización no estaban perdidos. Seres intermediarios entre los hombres y los seres del Más Allá, dispondrían para los iniciados de una reserva de fuerza que podría dar a Alemania el señorío del mundo, para anunciar la suprahumanidad y el hombre en mutación.

Dietrich Eckardt, miembro del Grupo y uno de los siete fundadores del Partido Nacional Socialista, al cual Hitler, su discípulo, dedicara el Mein Kampf, declaraba al morir: "Seguid a Hitler. Danzará, pero seré yo quien le escriba la música. Le hemos dado los medios para comunicarse con Ellos". Hermann Rauschning en su libro Hitler me dijo, habla de que el Führer le confesaba: "El hombre nuevo vive entre nosotros. Él está aquí. Le voy a revelar un secreto: He visto al hombre nuevo. Es intrépido y cruel. Tengo miedo delante de él".

Hitler, según Pauwels y Bergier, habría sido una especie de médium en manos del Grupo Thulé, dirigido, según declaró Rudolf Hess durante su cautiverio, por Karl Haushoffer, creador de la Geopolítica, pero a la vez iniciado en los centros budistas secretos del Oriente.

Naturalmente, en el poder muestra una faz diferente a la del "socialismo mágico"; aparece sólo como un movimiento político y social. Sin embargo, sería preciso recordar que, según Hitler: "El que entienda el nacionalsocialismo sólo como un movimiento político, no entenderá gran cosa". Y luego habló, asimismo, de que la idea del nacionalsocialismo era secundaria y se había servido de ella sólo por razones de oportunidad. "Llegará el día en que ni siquiera exista Alemania –expresó en una ocasión–. Lo que habrá en el mundo será una cofradía de amos y señores, por una parte, y de sometidos y esclavos, por otra". Pues el fin de Hitler, según lo expresa el Dr. Aquiles Delmas no era la conquista del mundo, sino el de preparar la aparición de una humanidad de héroes. En este sentido, es esencial la idea de que en el hombre hay posibilidades ocultas y aún no desarrolladas. Esta idea conduce al desprecio de la humanidad corriente. El hombre común no sería sino una larva, y el dios cristiano, dios de la igualdad, un "pastor de larvas". De esta consideración no hay sino un paso para despreciar la cultura ordinaria. Algo más que una simple boutade es la frase de Goering: "Cuando oigo hablar de cultura, echo mano a mi pistola". Para los nazis existía una ciencia "nórdica y nacional–socialista" que se oponía a la judío–liberal. Quizá ante estos antecedentes, no es de extrañar que durante la época nazi tuvieran vigencia oficial dos excéntricas teorías opuestas a la ciencia ortodoxa: la de la tierra hueca y la del Wel o hielo eterno. Contra Einstein fue opuesto Hans Hörbirger. La teoría de la relatividad, la psicología, eran máquinas de guerra lanzadas contra el espíritu heroico de Parsifal.

Hans Hörbirger enunció una cosmogonía que estaba en desacuerdo con la astronomía y las matemáticas oficiales, pero que daba una explicación coherente del origen del universo de acuerdo con el espíritu de las leyes nórdicas. Por lo demás Horbirger, que se sentía un profeta que ha tenido la "revelación", no se preocupaba mayormente de las concepciones científicas coherentes. "Las matemáticas son una mentira sin valor"; "Creed en mí y no en las ecuaciones", eran algunas de sus frases a sus discípulos. Era un aficionado, cierto, pero, según sus seguidores, así como Hitler había vencido a los profesionales de la política, así Horbirger aplastaría a los profesionales de la ciencia. Su teoría halló innumerables adeptos en Alemania, e incluso contó con la adhesión de sabios como Lenard, uno de los descubridores de los Rayos X.

El universo, según Hörbirger, nace de la lucha entre el fuego y el hielo, como en los antiguos cantos de los Edda. En el cielo había una masa ígnea a altas temperaturas que entró en colisión con un planeta gigante constituido por una acumulación de hielo cósmico. Después de un tiempo, el vapor de agua lo hizo estallar en muchos fragmentos. Uno de ellos derivó en nuestro planeta. Según la Wel, en el cielo hay masas de hielo atraídas por la tierra. La tierra ha tenido cuatro lunas. Tres de ellas han caído, se producen catástrofes y se marca el término de una época geológica.

Cuando las lunas se aproximan, se produce un período de gigantismo, debido a que cambia el efecto de la gravitación. El hombre aparece a fines del secundario, pero era un gigante muy distinto al hombre actual, pues, además, estaba dotado de poderes psíquicos extraordinarios. Nuestros ancestros directos son hombres aparecidos a fines del terciario, cuando había una luna alta. En los períodos sin luna aparecieron las razas inferiores. Los hombres fueron educados por sobrevivientes del secundario, y de las Atlántidas sumergidas luego de las catástrofes cósmicas. La idea de que los hombres fueron civilizándose paulatinamente, partiendo del bestialismo, es reciente. En verdad, la humanidad recibió una rica herencia de los Superiores Desconocidos.

La cosmogonía hörbirgeriana alentó el racismo nazi, por lo cual se explica el entusiasmo que sintieron por ella Hitler y Rosenberg. Los seres inferiores aparecidos durante las épocas en que la tierra carecía de luna, imitan al hombre, pero no lo son. Está más lejos de él que los mismos animales. Como no forman parte de la humanidad y son ajenos al orden natural, el exterminarlos no sería un crimen. Los negros, los judíos, los gitanos, no son hombres en el sentido real del término. De allí que nuestra mentalidad halle inconcebibles los crímenes cometidos por los nazis, para los cuales el hombre no es uno solo. Pues según Hörbirger, cada setecientos años el hombre toma conciencia de su destino cósmico, y de nuevo los portadores del fuego pueden distinguir entre el hombre–dios y el hombre–esclavo. La última ascensión del fuego sería la de los Caballeros Teutónicos. Luego, vendría la de la Orden Negra de los nazis. Tal era la SS, orden de iniciados que preparaban en sus campos de concentración y territorios conquistados de maqueta de un mundo futuro de señores, de conquistados y de esclavos. Los seres no humanos debían ser exterminados. Así se pueden explicar los experimentos espantosos de la Ahnnerber, institución dependiente de la SS, que tenía por fin "buscar la localización, el espíritu, los actos, la herencia de la raza indogermánica", y la cual permitió que se cometieran las atrocidades de los campos de concentración o el practicar la vivisección en seres humanos. Y en otro aspecto, la organización de expediciones al Tibet para localizar abejas arias, investigaciones sobre el simbolismo de las catedrales, sobre el origen de los rosacruces. En todas estas investigaciones irracionales, Alemania gastó más dinero que el que gastó EE.UU. en fabricar la bomba atómica.

Capacidad de investigación y dinero se gastó también en la expedición fracasada a la isla de Rügen, en 1942, dirigida por el mejor especialista en radar alemán, Hans Fischer, y destinada a comprobar la efectividad de la teoría de Bender de que la tierra es una esfera hueca y cóncava, en cuyo interior habitamos y en donde se encuentran, además, tres cuerpos, el sol, la luna y el universo fantasma, cuyos granos de luz en un universo de gas constituyen lo que astrónomos llaman estrellas. Fischer, que trabajó más tarde en EE.UU., declaró que los nazis lo hacían efectuar "trabajos de loco". Con estos trabajos de loco y con la expulsión de los sabios judíos como Einstein y Teller, retardaron la fabricación de su propia bomba atómica.

La Segunda Guerra Mundial tendría un sentido distinto al que se le da corrientemente, enfocada por el haz de "luz prohibida" que usan los autores de Le Matin des Magiciens. Se trataría no de una lucha entre naciones o sistemas económico–políticos, sino una lucha maniqueísta entre el bien y el mal, entre el pensamiento humanista y el pensamiento mágico. Así se explicaría lo que parece inexplicable para el sentido común: que Hitler se negara a equipar mejor contra el frío a sus soldados durante la campaña a Rusia el 41, pese a los pronósticos metereológicos. "El frío es asunto mío", decía, pensando que, de acuerdo a las concepciones hörbigerianas los "portadores del fuego" vencerían los hielos. Por ello, Stalingrado, señala Paulwels y Bergier, más que la derrota de un ejército o nación es la derrota de los magos, la derrota de una concepción del mundo, como dijo Goebbels. Pues el mundo del capitalismo y del socialismo tienen más parentesco del que a simple vista se podría creer. En ambos se asigna al hombre el mismo lugar en el cosmos; se cree en la igualdad, el progreso, la justicia, la razón y la realidad de las cosas. El ocaso del nazismo es descrito por nuestros autores con tonos de grandeza de poesía épica: "Ellos querían cambiar la vida y mezclarla a la muerte de una manera desconocida. Preparaban la venida del Superior Desconocido. Tenían una concepción mágica del mundo y del hombre... Odiaban la civilización occidental moderna, fuera burguesa u obrera; el humanismo soso de aquí, el materialismo limitado de allá. Debían vencer, pues eran portadores del fuego que sus enemigos, fueran capitalistas o marxistas, habían dejado, desde hacía mucho tiempo, morir entre ellos, dormidos en un destino llano y limitado. Serían los amos por un milenio, pues estaban al lado de los magos, los grandes sacerdotes, los demiurgos... Y he aquí que eran vencidos, aplastados, juzgados, humillados, por gentes ordinarias, masticadores de chewing gum o bebedores de vodka; gente del mundo es la superficie, positivistas, racionalistas, moralistas, hombres simplemente humanos. Millones de hombres de buena voluntad hacían fracasar la Voluntad de los caballeros de las tinieblas destellantes".

Así se cerraría un capítulo de la historia de la humanidad en el que los magos llegan al poder. Hablamos de poesía en un párrafo anterior. Porque quizá este libro, más que nada, es un libro de poesía, dándole a la palabra su sentido primitivo, de creación. Los libros, según definía André Breton, se dividen entre los que se leen en el viaje y los que hacen viajar. La Mañana de los Magos es el de los que hacen viajar por dominios imprevistos y desconocidos, no sólo de la historia, sino también de la ciencia y el arte. Para quienes amen los inesperado y antirrutinario, este libro, escrito por dos hombres que han unido la imaginación a la sabiduría y el vuelo poético, será una ventana abierta hacia un terreno en el cual la oposición entre ensueño y realidad puede dejar de existir, para dar lugar a una nueva realidad: la realidad fantástica.



En Boletín de la Universidad de Chile, Santiago, Nº39, (06.1963), pp. 65-68.
También en La Nación, Santiago (22.09.1963), p. 4






sábado, 19 de enero de 2008

"Telegrama", de Jorge Teillier





Simplemente
no me acostumbro a ver llegar la tarde,
el vuelo de los tordos, el ruido del canal,
las lágrimas malévolas de los floripondios,
y el dormitar envidiable de los gatos
sin compartirlo con tus ojos azules.

Jorge

(P.D.: El telegrama lo envío por mano
porque tiene más de once palabras
y no sé escribirte menos que ellas
y por ahora no tengo dinero para escribirte más).




de EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE, 1997.







viernes, 18 de enero de 2008

"Germán Arestizábal pide que rezen por él", de Jorge Teillier




Cumpliendo su deseo
Rezo por él
A un Dios Desconocido
Que lleve siempre
El perramus blanco
Heredado de su padre
Que nadie le mesa su barba pelirroja
Y que se persigue todas las mañanas
Antes de pedir
–Como le correspondería—
Un Tom Collins o un Bloody Mary
Esperando a Bacall
Viuda de San Boggie
Que llegará a Chiloé en el Holandés Volador
cantando “Corazón de Escarcha”
Guiados por el viejo tripulante Cárdenas
Estoy aquí Germán
Soy un modesto sobreviviente
Cuyo último deseo es que alguien rece
por nosotros
Porque aunque nadie lo crea
Tuvimos una madre piadosa
que no quería que jugáramos a las chapitas
en el cementerio.










jueves, 17 de enero de 2008

"Estamos solos", de Jorge Teillier

(Vieja canción irlandesa)




Una mujer ve la suerte a un hombre que no le ha
            pedido nada.
Él no quiere verla ni oírla.
Pero ella le dice:

            “No habrá sino lluvia entrando en ventanales
                        sin vidrios.
            El techo de tu casa se derrumbará.
            Y nunca oirás risas despertándote de la
            siesta del verano en el pequeño puerto
            donde las mujeres tienden ropa en las calles,
            y no verás en la noche florecer los
            meteoros”.

Ella grita para que no siga acumulando sueños
            en la copa de la ebriedad
pero ahora él duerme
y sueña estar a orillas del río del País de la Libertad
donde llegarán los suyos cantando “Sinne Finne”
el himno de los que no les importó perder la casa,
            ni el mar, ni la esperanza.














miércoles, 16 de enero de 2008

“Verdes crecen mil juncos”, de Jorge Teillier




“Verdes crecen mil juncos”
pero sólo hay dos niños vestidos de blanco
que al final se vuelven uno
vestido de negro.
A ellos los creí oír cantar un día
junto al verde, verde cerro
mientras yo soñaba con un submarino amarillo
y el día fue la bolita de cristal
regalada al niño que pedía limosna en la
            Avenida Alemana
que los nietos de los alemanes se negaron a llamar
            Avenida Roosevelt
porque siguen creyendo que pueden ganar todas
            las guerras
como los mapuches, sus primos hermanos.

“He vendido mi inteligencia para comprar asombro”
y veo crecer como en la canción inesperada
mil juncos que se vuelven dos niños vestidos de blanco
            que al final será uno vestido de negro.





Cerro Ñielol, Temuco, 1982.










martes, 15 de enero de 2008

"Desde el 'Arroyo de los Muertos' ", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Capítulo XI de la serie "La Isla del Tesoro"





Primo del Ron y Hermano de las Aves, muy mal me he portado contigo y con los tuyos al no mandarle un saludo de Año Nuevo. Pero, ¿por qué no pensar que cada día es un Año Nuevo? Tal vez porque estoy viendo la eternidad en el horizonte de mis manos y no sé como sobrevivo. Quizá Villon, Edgar o el viejo Dylan, siempre tan jóvenes, recen por nosotros allá arriba y callen a los del entrepuente que sólo señalan la fatalidad de nuestras huellas. Si ves a Penélope, devuélvele su madeja y no busques ciegamente tu linchamiento en los Tribunales del Condado, que el Contraalmirante Bola haga algo por tu vida. Tal vez sería mejor que, por ahora, sólo hablaras con las aves o con los historiadores ciegos del infierno.




en LA ISLA DEL TESORO, 1982.




lunes, 14 de enero de 2008

"Quién ha estado aquí", de Jorge Teillier





Quién ha estado aquí
mirando el fin de la calle
sobre la cual cuelga
tan cercana la luna roja
tan enorme la roja luna.

Quién ha estado
solitario en este mismo lugar
hace cien años
en qué pensaba el solitario
o simplemente miraba
un vacío rodeado por la noche.

No había casas
no había sino un ruido
pero no era un ruido
sino el ruido de un río
y quién estará
en cien años más
en el lugar que ahora llamo yo mi casa
cuando yo no sea sino el silencio
quien estará en un vacío rodeado por la noche
sin saber nunca si aquí hubo casas o calles
y nadie sino el ruido de un río silencioso
podría recordarlo.














domingo, 13 de enero de 2008

"Poema de invierno", de Jorge Teillier




El invierno trae caballos blancos que resbalan
            en la helada.
Han encendido fuego para defender los huertos
de la bruja blanca de la helada.
Entre la blanca humareda se agita el cuidador.
El perro entumecido amenaza desde su caseta
            al témpano flotante de la luna.

            Esta noche al niño se le perdonará
                        que duerma tarde.
            En la casa los padres están de fiesta.
            Pero él abre las ventanas
            para ver a los enmascarados jinetes
            que lo esperan en el bosque
            y sabe que su destino
            será amar el olor humilde de los senderos
                        nocturnos.

El invierno trae aguardiente para el maquinista
            y el fogonero.
Una estrella perdida tambalea como baliza.
Cantos de soldados ebrios
que vuelven tarde a sus cuarteles.

            En la casa ha empezado la fiesta.
            Pero el niño sabe que la fiesta está en otra parte,
            y mira por la ventana buscando
                        a los desconocidos
            que pasará toda la vida tratando de encontrar.






Publicado en MUERTES Y MARAVILLAS (1971).





viernes, 11 de enero de 2008

"Detrás de las colinas", de Jorge Teillier




Detrás de las colinas siempre es invierno.
Hay becasinas lentas sobre las vegas
y cazadores que acechan su vuelo.
Hay amigos que han esperado años
para compartir un viejo vino.

Detrás de las colinas siempre hay niebla,
el alba no amanece sobre yermos de ortigas
ni en cuclillas al sol
el sastre del tiempo cose nuestra mortaja.

Detrás de las colinas siempre es invierno
y la muerte se abre como una mano
donde cabe toda la noche,
mientras aquí sobrevivir
es nada más que una gastada historia.

Detrás de las colinas siempre es invierno.













jueves, 10 de enero de 2008

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier

Fragmento










11






Con un amigo espero la pasada
del Expreso de las 23,15
ese tren fugaz como botella de vino
en manos de mi amigo y yo.
Tendidos bajo las estrellas tiernas
como los agujeros en la carpa de un circo pobre
mi amigo habla de una muchacha
a la que espera ver a la pasada del Expreso.


Yo no espero ver
sino esas sombras que recorren los cercos en busca
               de mi sombra.
No espero escuchar sino esos pasos
que vienen desde el aserradero incendiado.
No espero ver sino los pedazos de botella
que la luna hace brillar entre los rieles,
y no espero oír
sino los maullidos del gato perdido entre los geranios
que cuidó la hija enferma del guardacruzadas.


El oleaje del Expreso
pasa remeciendo la Estación.
Mientras mi amigo corre
hacia ventanas iluminadas y sin rostros,
yo escondo tras los dedos del pasto
mi cara resquebrajada como una hoja
cansada de soportar el peso de la noche.














Santiago-Lautaro, 1963








 









miércoles, 9 de enero de 2008

"En la secreta casa de la noche", de Jorge Teillier




Cuando ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche
a la hora en que los pescadores furtivos
reparan sus redes tras los matorrales,
aunque todas las estrellas cayeran
yo no tendría ningún deseo que pedirles.

Y no importa que el viento olvide mi nombre
y pase dando gritos burlones
como un campesino ebrio que vuelve de la feria,
porque ella y yo estamos ocultos
en la secreta casa de la noche.

Ella pasea por mi cuarto
como la sombra desnuda
de los manzanos en el muro,
y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua
para una fiesta de ángeles perdidos.

El temporal del último tren
pasa remeciendo las casas de madera.
Las madres cierran todas las puertas
y los pescadores furtivos van a repletar sus redes
mientras ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche.










martes, 8 de enero de 2008

"Los tejados se inclinan", de Jorge Teillier




Los tejados se inclinan
bajo el peso de las lluvias
de infinitos inviernos.
Frente al violento resplandor
de los árboles frutales
una anciana dormita en la cocina.
Duerme porque ya hay demasiado tiempo,
porque ya no hay esposo,
ni hijos, ni fuego en la cocina.
El tiempo ha sido demasiado largo.












lunes, 7 de enero de 2008

"Domingo a domingo", de Jorge Teillier




Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese último chispazo de la hoguera del verano
flotando en el silencio del bosque.
Miremos la luz de la luciérnaga:
A ella se ha reducido el mundo.

Domingo a domingo se sucedieron
rostros besados
junto a ramos de nomeolvides,
sueños secretos que se espían
entre un confuso murmullo de grillos y relojes.

Ahora no sabemos qué hacer.
El rocío de la mañana
se evapora en las manos.
No sabemos qué hacer entre los muros desolados.
Miremos la luz de la luciérnaga.

Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese débil chispazo de la hoguera del verano
más débil que la memoria de una ola.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.




 






domingo, 6 de enero de 2008

"Bajo un viejo techo", de Jorge Teillier




Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
y mira lleno de miedo hacia la ventana,
pues sabe que ninguna estrella resucita.

Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
escuché los consejos del reloj de péndulo,
supe que el viento vuelca una copa del cielo,
que las sombras se extienden
y la tierra las bebe sin amarlas,
pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano.



















sábado, 5 de enero de 2008

"Recuerdos de Jorge Teillier", de Juan Cristóbal




Conocí a Jorge, allá por los años 65, cuando viajé a Chile por un exilio involuntario. Él trabajaba en la Universidad de Chile, en el Boletín, donde publicaban, junto a otro poeta (Waldo Rojas), la revista.

Recuerdo que yo había comprado, antes de conocerlo, su libro de poemas El árbol de la memoria. Cuando se enteró de ello me preguntó qué poema me había gustado más. Le respondí: “Cuando todos se vayan”. Eso me abrió las puertas de su amistad (que jamás fueron muy fáciles para nadie), pues descubrí que era uno de sus poemas preferidos, junto al de “Retrato de mi padre, militante comunista”. Si bien el poema está dedicado a Eduardo Molina (un gordito bajito y colorado, buen conversador, de gran cultura y excelente humor, que anunciaba siempre un libro -El Gran Taimado- que jamás apareció, que conocía Europa sin haber salido nunca de Santiago -solamente a través de las postales-, y que dijo una frase que Jorge siempre repetía: “La novela es la poesía de los tontos”), en realidad, el poema es un homenaje a Ray Bradbury -confesión que me hiciera Jorge- lo cual se puede colegir de su lectura.

Jorge nació un 24 de junio de 1935, en Lautaro, sur de Chile, día en que falleciera Carlos Gardel, al que admiraba de sobremanera Teillier. Y falleció un 22 de abril de 1996. Está enterrado en el camposanto de La Ligua, a unos 60 kms. de Santiago, pueblo donde viviera los últimos cinco años de su vida. De rostro fino y alargado, a veces melancólico, otras veces aire distraído, siempre un poco en las nubes, se despachaba con toda tranquilidad un libro de 300 páginas en un día y era capaz de comentarlo y criticarlo acuciosamente pues tenía una extraordinaria y prodigiosa memoria. Era hincha de la Universidad de Chile, en Santiago, y del Green Cross, en su pueblo, y del Celta de Vigo en España. Le encantaba traducir a Trakl, Gotfried Benn y Serguei Esenin. Era capaz de recitar, mientras tomaba unas copas de vino, poemas íntegros de Rilke y Dylan Thomas.

Pero a tres años de su muerte, me gustaría recordarlo, mas bien, por una veta poco conocida en él: su fino sentido del humor. Veamos algunas anécdotas del poeta.

Un día andaba peregrinando con Enrique Lafourcade por el sur de Chile y le pidió que llegaran a Perquenco. ¿Qué vamos a hacer?, le preguntó el amigo. No sé. Nada, supongo, contestó el poeta. Y luego de un momento: Te vas a desilusionar -agregó- porque Perquenco se cae a pedazos. Como los viejos reinos, dijo el amigo. Sí, como todos los reyes, contestó el poeta.

Jorge publicó un poemario titulado Poemas del País de Nunca Jamás, inspirado en Peter Pan. Pero él creía en ese país, y como a todas las cosas que le agradaban, le inventaba sus mitos. Decía que en ese país los poetas entran gratis a los parques de diversiones, y que en una ciudad de Bolivia, una tarde soltó una silla voladora y mató a cinco poetas bolivianos, que, por supuesto, habían entrado gratis, exterminando de este modo a toda la poesía boliviana. Por lo que durante algunos años no hubo poetas y los bolivianos se la pasaban llorando y rasguñándose la piel hasta que comenzaron a crecer unos niños que se alimentaban de camanchaca, pegados a las ventanas.

A Jorge jamás le encantaba demostrar sus conocimientos culturales. Silencioso, observador, escuchaba siempre. Y, al paso, como distraído, rectificaba fechas, datos, personajes, transformando al enseñador en enseñado. Todo esto debido a su educación sureña que ordena “no demostrar inteligencia”. O como decía Borges “no hay que humillar a los tontos”. Jorge afirmaba que Neruda escribió justamente contra los embajadores tontos, específicamente contra un “afernandezado afrancesado”. Aconsejando no demostrar nunca inteligencia, sino cierta simpleza. Por eso los políticos inteligentes no llegan lejos, decía el poeta de los Veinte poemas de amor, pues las calidades de político e inteligente parecen reñidas, excluyentes. Teillier descubrió que Neruda había tomado la cita del poeta chino Su Tung Po, quien en el año 1200 escribió: “Hijo mío, quiero que seas tonto para que puedas llegar a ser embajador”.

Cierta vez Teillier participó en unas jornadas organizadas por la Universidad Católica llamadas “El escritor y su fantasma”. El acababa de llegar de México. Se trataba de escuchar a los autores respecto a su obra, sus demonios y el fantasma personal que suelen arrastrar. Teillier habló perfectamente de lo primero y cuando alguien le preguntó: ¿cuál es su fantasma?, Jorge contó que había estado en México, que había visto a sus amigos, que lo había pasado tan bien conversando con Poli Délano en Cuernavaca que “yo me quedé allá, y el que ahora habla con ustedes es mi fantasma”, contestó.

En otro encuentro de escritores latinoamericanos, donde los poetas y escritores se adueñaron prontamente de la tribuna para debatir el fondo y la forma y los dominios y terrenos de la literatura latinoamericana, Jorge de pronto se paró y preguntó en voz alta: “¿No sería bueno que abriéramos las ventanas de esta sala para que entre la primavera con sus soles y sus brisas a oxigenar nuestro espíritu? Podríamos escuchar lo que vinimos a escuchar y que cada poeta lea lo que tenga que leer, para que al fin la poesía suba a la tribuna”.

Cierta vez, en una entrevista concedida en marzo del 90, Jorge esbozó una nueva forma para la enseñanza, a la que denominaba La educación de la Cimarra (La cimarra es una voz utilizada en los campos chilenos y argentinos para referirse al hecho de “hacer novillos”, es decir, para el caso, “hacer estudiantes”). Ella consistía en lo siguiente, según fundamento del poeta: “La educación de los animales es más verdadera que la de los hombres, ya que está regida por los instintos y no por la mentira. Lo primero que hay que hacer es hacer trizas el televisor, luego jugar mucho. Incluso los alumnos pueden pelearse, para que hagan lo que tienen ganas de hacer. El horario debe ser abierto, día y noche. En el colegio también deben estudiar mujeres para que todos pololeen (se enamoren) tranquilamente. En ese colegio sólo irán profesores que quieran ir y que quieran reír o llorar con sus alumnos, a pesar de lo cual se les seguirá pagando. Toda la enseñanza debe ser sin represión, aunque no sepan lo que están haciendo, ¿por qué es necesario saberlo?, la cimarra será entretenida por ella misma. Deben haber muchas canchas de fútbol, jardines con ajedrez, piscinas y animales, juegos de cachito y dominó, esto último es muy bueno para la vida. Y, por supuesto, un bar restaurante. Todo gratis. ¿Quién pagaría todo esto? Sino hay nadie, decía melancólicamente y con cierta alegría, la escuela podría funcionar en un bosque”.

Y cuando estuvo en Lima, la primera vez en 1974, y fue al taller de poesía en San Marcos dijo: “A mí me han dicho que soy el último romántico, pero lo mismo le dijeron a mi amigo Teófilo Cid (gran poeta chileno surrealista: JC) cuando murió, que había dicho: cuando me muera no va a faltar el idiota que diga, vamos a enterrar al último romántico. Ojalá que cuando yo muera digan mejor: vamos a enterrar al último bohemio, aunque yo he enterrado ya a los últimos 28 bohemios”.

Quisiera rescatar, ahora, su concepto sobre el poeta y la poesía. Decía, especialmente, en los últimos años de su vida: “No me interesa hablar de poesía, prefiero hablar con mi gato o el jardinero. Aprendo más y me aburro menos. No me interesa ser personaje, porque cuando te ven así, tu poesía pasa a segundo plano. No me interesa si escribes o no escribes. En cambio ser poeta en serio es una responsabilidad. La gente no debe escribir poesía, deben ser poetas. La poesía no es una carrera, eso queda para la hípica. La poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño. La poesía no me interesa sólo como acto estético, sino ético. Una manera de cambiar el mundo es empezando a cambiarse a sí mismo. No importa ser bueno o mal poeta, sino transformarse en poeta, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos”.

Teillier, en sus últimos libro, habló mucho sobre los bares y los seres marginales, los “dioses derivados”, los outsiders que deambulan, tras el fracaso, por viejas cantinas de pueblo chico o suburbios antiguos de ciudades grandes. En 1991 declaró a Carlos Olivárez: “Me gusta el bar porque es un lugar de solitarios. Yo veo el bar como un barco, los concurrentes son la tripulación”. Le encantaba también conversar con los boxeadores, especialmente fracasados. Y en La Ligua, los escolares cuando salían del colegio al mediodía, iban a conversar con el poeta en un bar donde siempre estaba al mediodía para conversar sobre literatura e historia (Jorge estudió Historia pero no pudo terminar la profesión).

Teillier publicó fundamentales libros, entre otros: El árbol de la memoria, Para ángeles y gorriones, Poemas del País de Nunca Jamás, Para un pueblo fantasma, Cartas para reinas de otras primaveras, El molino y la higuera. En Lima le publicamos un poema inédito: “Invoco un nombre: Pablo” (Arteidea 1997), dedicado a Pablo Neruda. Dejó (hasta ahora) dos libros póstumos: Hotel Nube y En el mudo corazón del bosque (verso tomado de un poema de O.W. Milosz). Con Jorge publicamos La isla del tesoro en 1982, que fue maltratado por cierto critiquillo de sobrenombre andino, en un diario de izquierda. Poemario que fue reeditado en Chile en 1996, en homenaje a su fallecimiento y en el marco de la Feria del Libro por la editorial Dolmen, a la cual fui invitado para la presentación del mismo. Lo que constituyó mi mayor alegría. Bueno, dejemos al poeta, y que las aves y la lluvia sigan viviendo y creciendo en su gloriosa leyenda.




viernes, 4 de enero de 2008

"A la mesa con Jorge Teillier", de Ramón Díaz Eterovic




Como en la historia de los mosqueteros, "veinte años después" releo las crónicas que escribió Jorge Teillier durante el año 1981 para el Suplemento Gastronómico del diario El Mercurio. Escuché muchas de las anécdotas que él cuenta en esas crónicas al calor de nuestras conversaciones de entonces y por eso, al reencontrarme con ellas, siento que nuevamente compartimos una mesa; aunque que ya no es en "La Unión Chica", el "Isla de Pascua" o "El Cucú", sino en un bar más grande y generoso: el de la memoria.

Veinte y tantos años atrás. Me parece ver a Jorge Teillier llegar al bar, como emergiendo de la nada, con sus libros y revistas bajo el brazo, atento a los saludos que le prodigan los parroquianos con los que suele conversar. Luego de los saludos de rigor, de las bromas que nunca faltan entre los amigos, lo veo sacar de entre sus papeles, el original -escrito a máquina y con algunas correcciones manuscritas en sus bordes- del último poema que ha escrito. En otras ocasiones, lo que comparte es la traducción de algún poeta francés o su comentario acerca un libro que ha leído o que ha visto en una librería de viejo, y que recomienda comprar.

Una tarde, a fines del año 1980, época en que escribía mis primeros cuentos y procuraba conocer a otros escritores con quienes compartir mis inquietudes literarias, llegué al Bar Unión o La Unión Chica, ubicado en el barrio cívico de Santiago, a un costado del majestuoso Club de La Unión. Es un lugar con mesas de madera, jugadores de dominó y puerta de vaivén, en el que algunos escritores se reunían en torno a "la mesa de los poetas" como, con mezcla de humor y fraternidad, la llamaban los mozos del lugar.

Junto a esa mesa encontré a Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Eduardo Molina, Iván Teillier, Carlos Olivárez, Roberto Araya, Álvaro Ruiz, Juan Guzmán Paredes, Aristóteles España, entre otros poetas y escritores con quienes pasé a compartir la vieja mesa que nos acogía para conversar de poesía, fútbol, pugilismo, revistas de cine; de los chismes literarios de esos días, pobres y oscuros, como todo lo que nos rodeaba más allá de la atmósfera del bar. Aquella mesa fue el centro de nuestras reuniones, de un sinfín de charlas interminables, registradas en una bitácora con tintes humorísticos que Jorge Teillier custodiaba celosamente y que después de su muerte se encontró en la biblioteca de su casa en La Ligua. Durante toda la década de los años ochenta y parte de la siguiente, el grupo de "los escritores de La Unión Chica" nos reunimos casi a diario, buscando la complicidad de los amigos, creando un espacio donde era posible hablar de literatura, compartir los libros que uno y otro publicaba o idear proyectos literarios, como lo fueron la antología Nueva York 11 que publicó la Editorial Galinost; o la revista La Gota Pura, que identificó a quienes ahí nos juntábamos, y también, por qué no decirlo, a muchos otros escritores que vivían en las provincias o lejos de Chile.

Santiago se movía entre los límites del toque de queda y por lo tanto las tertulias de la Unión Chica siempre eran a la luz del día y pocas veces se prolongaban hasta que la noche introducía su nariz por el vaivén incansable de la puerta del bar. Era el tiempo de "la lluvia ácida" que menciona Carlos Olivárez en su libro Combustión Interna, y para quienes éramos aprendices de escritores, ese bar fue un punto de encuentro con imprescindibles maestros; una singular e inolvidable escuela literaria y de vida. De entre todos aquellos maestros, indudablemente era Jorge Teillier el principal, por su maravillosa poesía y porque tenía un modo sutil de enseñar, sin estridencias ni ostentaciones. Era un maestro sin pretensión de catedrático y lo que aprendíamos era lo que fluía espontáneamente de sus diálogos, donde siempre había un momento para desentrañar los misterios de esa poesía que, como señala en uno de sus poemas: "debe ser una moneda cotidiana y debe estar sobre todas las mesas, como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo".

El poeta Rolando Cárdenas, querido e inseparable compañero de Teillier, solía decir: "el bar es mi segunda casa". Y con su sabiduría patagónica, no dejaba de tener razón. La Unión Chica era algo más que un punto de encuentro habitual. En él, los viajeros de otros países y los que venían de las provincias, como Jorge Torres Ulloa o Ramón Riquelme, ubicaban a Jorge Teillier y a otros escritores; se recibían cartas de países remotos, recados telefónicos y se celebraban los cumpleaños o las publicaciones de los que ahí se reunían. Una aproximación a lo que era el "Bar Unión" la da Jorge Teillier en su crónica "Los bares metafísicos del poeta", donde además, con el don profético de los auténticos poetas, vaticina: "creo que jamás llegaré a los ochenta años ni obtendré, por lo tanto, el Premio Nacional, deseo secreto de todos los escritores chilenos...". Tal vez tenía conciencia de su prematuro final, o sabía muy bien que alguien como él, alejado del poder, jamás tendría ese reconocimiento. Pero eso es un capítulo más de una larga historia de olvidos en nuestra literatura. Lo importante es que hoy la poesía de Teillier está más viva que nunca y nos sigue iluminando, mientras nos recuerda: "Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados. Es para la niña que nadie saca a bailar, es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos".

Fue en esa época cuando Jorge Teillier nos contó que escribía una serie de artículos sobre comida y literatura para el Suplemento Gastronómico de El Mercurio, respondiendo a la solicitud de Enrique Lafourcade. Probablemente fue su primer trabajo remunerado después de su exoneración de la Universidad de Chile, donde -durante cerca de dos décadas- trabajó en el "Boletín de la Universidad de Chile", publicando textos tan significativos como "Los poetas de los lares" que, con el tiempo, devino en texto obligado para el análisis de algunos de los poetas de su generación, como: Efraín Barquero, Alberto Rubio, Carlos de Rokha y Rolando Cárdenas. Su colaboración para el Suplemento Gastronómico también se extendió a la recopilación de poemas de autores chilenos y a la traducción de textos de Francis Ponge, Arthur Rimbaud, James Laughlin y Charles Baudelaire, publicados en la sección "La Lira Gastronómica".

Sus artículos, que comenzaron a publicarse el año 1981, tienen el indiscutible sello poético y nostálgico que caracteriza a los escritos de Teillier, unido a su prodigiosa memoria y su amplio conocimiento de la literatura de todos los confines. Al leerlos, reconocemos en ellos anécdotas que vinculan las comidas y bebidas al mundo de la literatura, al espacio mágico de su infancia provinciana, y a ciertas expresiones culinarias a las que él se acercó en sus andanzas por los bares santiaguinos o en sus viajes por España, Perú y Panamá. De éstos países, a los que se refiere en varias de sus crónicas, eran el Perú y Panamá los que evocaba con más cariño. El primero lo asociaba a su admiración por la poesía peruana -Javier Heraud, César Moro, Antonio Cisneros- y a los recuerdos de su hija Carolina que vivía y vive aún en Lima, compartiendo la suerte de su madre, Sibila Arredondo, presa desde hace muchos años en las cárceles peruanas. En cuanto a Panamá, y además de las cosas que evoca en su crónica "El Gallo Pinto", solía mencionar al cuatro veces campeón mundial de boxeo, Roberto "Mano de Piedra" Duran, con quien compartió una tarde de cervezas en el hotel donde ambos alojaban.

Que estas crónicas estén marcadas por múltiples referencias literarias no es de extrañar. Su quehacer cotidiano -al igual que su poesía- estaba permanentemente conectado con el mundo de sus escritores y sus lecturas predilectas. El Jorge Teillier que conocí no se relacionaba con la comida a la manera pantagruélica de Pablo De Rokha y otros poetas manducadores, sino que prevalecía en él esa actitud de niño flaco y mañoso que sufría con las comidas que su madre preparaba en Lautaro. "Mis primeros recuerdos sobre comidas no son muy placenteros, pues están relacionados con la obligación de sentarse a la mesa a las horas establecidas" - nos dice en su crónica "Un niño come en La Frontera", y en la que también se encarga de recordarnos que, al igual que otros niños flacos, sospechosos de ser tuberculosos "éramos llevados a la estación del pueblo para aspirar el humo de las locomotoras". Esta distancia hacia la comida era evidente en las reuniones que ocasionalmente organizamos en nuestras casas y también en el Bar Unión, donde no más de un par de veces lo vi compartir los callos a la madrileña o el puchero a la española, "especialidades de la casa" que dan fama a ese lugar.

Algunas de las crónicas incluidas en este libro recrean los itinerarios de Jorge Teillier por los bares, restaurantes y cafés de Santiago: Las Lanzas y Los Cisnes de su etapa como estudiante en el Pedagógico, o los desaparecidos Sao Paulo, Monterrey, Restaurante París, Roxy o El Comercial, de su primera época bohemia en Santiago. No es el recorrido del aficionado a la buena mesa que va en busca de sus platillos preferidos, sino que el del poeta que explora sus posibles materiales; que observa los ambientes "llenos de humo y ruidos como grandes navíos", mientras en su memoria detonan los recuerdos, las referencias literarias, tan importantes como vastas, que lo acompañaban. Es el peregrinar del poeta preocupado por el paisaje humano que sale a su paso y por las anécdotas que le cuentan los amigos con quienes conversa en un bar de Diez de Julio, Vitacura o del centro de Santiago.

Y si de recuerdos literarios se trata, uno de los más profundos y vívido, es el que hace de Pablo De Rokha durante una visita del poeta de Licantén a la casa de los padres de Teillier, en Lautaro. La generosidad sureña parece poca frente a la voracidad del invitado frente a "un ganso con ajo y arvejitas nuevas" y una sandía entera. La crónica tiene un remache especialmente emotivo al recordar Teillier su última visita al poeta, "herido de muerte" después de haberse "comido y bebido todo Chile". Cabe apuntar que en casi todas sus crónicas, Teillier esboza recuerdos sobre poetas y escritores, como Marino Muñoz Lagos, Teófilo Cid, Juan Cameron, Luis Oyarzún, Gabriel Barra, Guillermo Atías, entre otros. Viñetas afectivas, ingeniosas; estampas de una época en que, mucho más que hoy, el quehacer de los escritores estaba asociado a la solidaridad de una buena mesa.

En otras de sus crónicas, Teillier se traslada al mundo de su infancia, al lar provinciano que nutrió buena parte de su poesía. En ellas está el aliento de sus grandes poemas y evocan la casa paterna, la cocina sureña -como una "madre generosa" que preside las reuniones familiares; la inefable emulsión de Scott, y tantos otros detalles que recrean ese ambiente particular, mágico, que constituye una cocina del sur, impregnada por el aroma de la leña que arde en el fogón y el del pan recién horneado. Tampoco está ausente el homenaje a La Isla del Tesoro de Stevenson, una de sus lecturas favoritas de la infancia, que menciona a propósito de las costumbres culinarias de los piratas y el afamado ponche que bebían antes y después de sus arduas jornadas de trabajo.

Muchas de las cosas que cuenta Jorge Teillier en sus crónicas, contienen reflexiones y anécdotas recurrentes en sus conversaciones. Leí algunas de ellas en sus versiones originales, y una en particular: "Magallanes o el buen comer" nació al correr de una de nuestras charlas sabatinas. Una tarde, reunidos en el Red Bar de la Alameda, Teillier manifiesta su inquietud sobre el tema de su próxima crónica. ¿Por qué no escribes sobre la comida en Punta Arenas?, le pregunté, y uní a la interrogación algunos recuerdos sobre las comidas de mi infancia: los asados de cordero, el jam de ruibarbo, el sabroso pejerrey magallánico. Teillier anotó dos o tres cosas en unas servilletas de papel, y más tarde, reelaboró la información para convertirla en la crónica que se incluye en este volumen.

Sin duda, es valioso y necesario el rescate de estas crónicas. Ellas nos permiten conocer otra faceta del poeta lúdico y sensible que fue Jorge Teillier, y aquilatar su generosa relación con los escritores y parroquianos que conoció en sus andanzas. Recuerdos de infancia, de lecturas y viajes; estampas de escritores, evocaciones de algunas horas junto al mesón de un bar. Leer estas crónicas es otra oportunidad de sentarse a la mesa con Jorge Teillier, para beber una copa de vino y luego dejar que la charla fluya por los cauces siempre insospechados de la memoria.



Santiago, 12 de julio de 2002






jueves, 3 de enero de 2008

"La buhardilla", de Jorge Teillier





Oigo las vocecitas del espacio
que me recuerdan las de tíos muertos.
Hablando de campos.
Voces de campanas. Cantos de aves.

Las nubes pasan como entierros
de forasteros desconocidos hacia la colina del pueblo.
Me adormecen voces de la lluvia.
Llueve en el verano.

Creo recordar que alguna vez amé a alguien,
no sé si a los libros que están bajo mi mano,
a una muchacha, al cielo azul.
Las nubes que veo pasar, se llevan mis días
a un entierro. Me dejo ir con ellas por la claraboya.













miércoles, 2 de enero de 2008

"Cuando en la tarde aparezco en los espejos", de Jorge Teillier




Cuando en la tarde aparezco en los espejos
Cuando yo y la tarde queríamos unirnos
Tristemente nos despedimos
Tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve
            las imágenes
Quién soy entonces
Quizás por un momento
De verdad soy yo que me encuentro

Quién soy yo sino nadie
Alguien que quisiera pasarse los días y los días
Como un solo domingo
Mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios
Mirando a un anciano que da de comer a las palomas
Y a los evangélicos que predican el fin del mundo

Cuando en la tarde no soy nadie
Entonces las cosas me reconocen
Soy de nuevo pequeño
Soy quien debiera ser
Y la niebla borra la cara de los relojes
            en los campanarios.






de EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE, 1997.






martes, 1 de enero de 2008

"Lentejuelas", de Jorge Teillier




Una plateada lentejuela vuela desde tu traje
              de fiesta a mi mejilla
se deshace en mis dedos
como las fiestas donde nunca fui
como se deshace indiferente frente a ti mi cerebro
inundado por la cerveza que me pides no beba.

Pero hoy día la recuerdo
y me gustaría que la vida fuera un circo
donde se dejara entrar gratis a una mejor vida
              a gente como tú
y se encendiera la “Candileja azul de la ilusión”
mientras me despido de ti que haces un paso de baile
              en la vieja calle que baila contigo
y yo no voy a cruzar el puente de los Mellizos
para encontrarme con los que quieren ser los nuevos
              vagabundos del Drama.

Mientras la dueña de casa
dice junto a su perro “El Fumador”
que dentro de la vida está la otra vida.

Es demasiado tarde para que se abran nuevos circos.
Es demasiado tarde para llamar a alguien por teléfono.
Es decir, a nadie que quisiera llamar
              en esta Ciudad Envenenada.







En HOTEL NUBE, 1996.