Nos conocimos en 1954, cuando ambos entramos al Instituto Pedagógico, encontrándonos como los pares que se buscan. Él escribía poesías, yo cuentos, y de pronto estábamos reunidos en alguna sala del campus con otros escritores en germen: Jorge Naranjo, Carlos Santander, Cristian Hunneus. Algo así como un taller sin dirección. Asistíamos juntos a los ramos generales de nuestras carreras y tuve el privilegio de leer algunos de los primeros poemas de Jorge garabateados en sus cuadernos de materias. Muy pronto aparecieron editados en su primer libro Para ángeles y gorriones. También, a veces, nos encontrábamos en reuniones "de célula", de la Jota. Además, frecuentábamos las casas de escritores mayores que nosotros, como Armando Cassígoli y Rubén Azocar, así como la del músico-compositor Roberto Falabella, que convocaba artistas de toda disciplina. Tertulias movidas, peleadas, cantadas y bebidas en las que no faltaban las musas. Fuimos amigos durante todas las épocas y hasta nos encontramos durante los años malos, una vez en México, muchas en Chile, a mi regreso.
"Revista de Libros" de El Mercurio,
Viernes 3 de junio de 2005