1. Jorge Teillier nació y creció en medio de grandes acontecimientos que marcaron a toda su generación: el más trágico fue la segunda guerra mundial. La bomba marcó el comienzo del derribo de los mega relatos, tanto políticos como artísticos. Por otra parte, los crímenes de Stalin, confirmaron hasta qué punto podía llegar la corrupción de los ideales, del mismo modo que lo corroboró el aplastamiento de la primavera de Praga. Finalmente, en Chile, el golpe militar de 1973 sólo vino a reforzar el estado de barbarie en que el mundo se empecinaba. Estos sucesos no sólo marcaron a Teillier sino a todas las generaciones posteriores de poetas -que así apartaban los grandes tonos de Huidobro, Neruda y De Rokha-.
Frente al estado de ruina en que se halló la civilización occidental después de 1945, poetas y artistas renunciaban a la idea de transformar el mundo a través de imágenes novedosas, de imágenes inventadas al modo ejemplar de la ciencia, en cuanto ella, en la forma fatídica de la bomba atómica, dio un anticipo del fin de la humanidad modernizada. “Los poetas ya no se deleitan con la velocidad y el amor al futuro, afirma Teillier (1965), incluso no les preocupa demasiado la posibilidad de los viajes espaciales, ni el progreso de la ciencia que, lo hemos visto, puede llevar finalmente al exterminio.”
Algunos escritores de su generación, como Lihn y Edwards, tomarán para sí el tono escéptico y, a veces, más cosmopolita. Otros, incluyendo a poetas de generaciones anteriores como Parra o Braulio Arenas, se empeñarán en recuperar un tono propio de la tierra chilena, de su lengua. Teillier, en clara divergencia con los primeros, y más cercano a los segundos, recuperará al poeta cotidiano, terrestre, -sobretodo al de provincia- que también se pierde entre la multitud de las ciudades y que sufre las mismas tribulaciones cotidianas de los demás seres humanos.
En el texto "Los poetas de los Lares", Teillier (1965) aclara que: “...los poetas ya no se sitúan como centro del universo, con el yo romántico y desorbitado al estilo de Huidobro..., Neruda o Pablo de Rokha, sino que son cronistas, observadores, transeúntes, simples hermanos de los seres y de las cosas. Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más de la tierra. Y, quizás, consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana: no se buscan palabras brillantes y efectistas, se emplean frases y giros corrientes, sin desdeñar por esto las experiencias de renovación verbal...” Pero esto no significa que el poeta deba renunciar a la universalidad, al contrario, debe hacerse universal, pero a través de imágenes reconocibles en todas partes. Para Teillier no existían diferencias entre poetas chilenos y extranjeros, porque ya no se trataba a esas alturas del desarrollo poético de preguntarse qué es lo chileno, más bien, como personas maduras, de preguntar cómo vamos a actuar.
Al poeta del lar no le interesa la política “contingente” o, de modo afirmativo, le interesa una “poética” de lo contingente no sólo como descripción, sino que influya en la vida cotidiana de las personas. No se trata de que el poeta en tanto hombre o ciudadano no participe en alguna lucha, pero se trata de que los poemas no se transformen en un programa de política contingente, porque ellos son el lugar de un mundo plenamente poético.
En cierto modo, podemos decir que Teillier propone, a su manera, una resistencia a la modernidad mediante la afirmación de la poesía, que en sí misma ya es tal. Esto es lo que creo le da su carácter no sólo universal sino también epocal. Porque este rechazo de un mundo y la afirmación de otro, se encuentra detrás de todo poeta surgido al alero de la modernidad.
Poesía que también manifiesta por omisión, conciente o inconsciente, su rechazo a la cara más horrible de esta época: la muerte en vida. “Los poetas nuevos [1] han regresado a la tierra, y sacan su fuerza de ella.” (Teillier, 1965)
“La nostalgia como mal poético por excelencia, no basta para explicar este fenómeno. Creo que es más bien un rechazo incluso a veces inconsciente de las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad, enfatiza Teillier, el yo está pulverizado y perdido...” (Olivares, 1993) “Al revés de lo que comúnmente se cree, pensamos que la poesía -al igual que la revolución- aspira al orden. Enfrentado al caos, el poeta rehace el mundo, entrega luego un nuevo mundo cerrado al cual invita a habitar: el poema.” (Teillier, 1965) Esto se aprecia aun más claramente en la descripción que hace del paisaje en sus primeras obras. “El paisaje visto como signo que esconde otra realidad.” (Teillier, 1971):
Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido,
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo la nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.
(Para Ángeles y Gorriones, “Otoño Secreto”)
La modernidad aparece a los ojos de Teillier como una época de degradación de la cultura y de las facultades humanas que hicieron posible esa cultura. Pero no se trata de hacer en los poemas una descripción pesimista de la modernidad, sino que yuxtaponerle un universo propio que se considera mejor. “Mi instrumento contra el mundo, es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa, tan difícil de hallar.” (Teillier, 1971) [2]
La poesía retoma su antigua función de ordenar el mundo. O como lo expresa el propio poeta: “restablecer la antigua relación con el dínamo de las estrellas.” (Teillier, 1965) Se trata de una revolución que trae orden a una cotidianeidad descentrada y falta de todo arraigo. Frente al mundo siempre cambiante, y basado en la individualidad, se apela a un orden inmemorial, a un tiempo de arraigo que pareciera estar grabado en una memoria mítica sepultada por la vida contemporánea. Así lo manifiesta Teillier (1965) claramente: “Frente al caos de la existencia individual y ciudadana los poetas de los lares (sin ponerse de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobretodo en el del mundo del orden inmemorial de las aldeas y campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses y de los poemas. Por omisión, se repudia entonces el mundo mecanizado y estandarizado del presente, en donde el hombre medio sólo aspira a las pequeñas metas del confort como el auto, la televisión; en donde el habitante de nuestros países pierde su individualidad gracias al lavado mental y deslumbramiento impuestos por el ejemplo y la propaganda de formas foráneas de vida...; en dónde la ciencia amenaza con llevarnos a una destrucción atómica final.”
La mirada vertida hacia una Edad de Oro tiene que ver también con echar una mirada a un momento en el pasado, en que el trato con las cosas que nos rodean era distinto.
Tú eres ese niño
y eres el niño que a campo traviesa
va hacia la casa de los vecinos
con un ganso bajo el brazo
bajo la luna espiada por cohetes
en la que no se verán ya nunca más
la Virgen, San José y el Niño.
(Muertes y Maravillas, “Imagen”)
Sin embargo, esta apertura hacia otro plano de la realidad, no indica una falta de receptividad frente al mundo en que se vive, un cerrarse a su experiencia. Al contrario, desde su rechazo, el poeta quiere con la humildad de sus palabras “transformar la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que muestra el verdadero rostro de la realidad: he ahí la tarea.” (Olivares, 1993)
Teillier delinea su programa de la poesía lárica a partir de lo que él cree es una coincidencia de temple con otros poetas, una especie de espíritu de época dirigido a la transformación de lo cotidiano por medio de “hacer presente” otra realidad, la verdadera realidad que alguna vez fue en la tierra y de la cual nuestra niñez -y quizás nuestro inconsciente- es su último vestigio.
En la casa ha empezado la fiesta.
Pero el niño sabe que la fiesta está en otra parte,
y mira por la ventana buscando a los desconocidos
que pasará toda la vida tratando de encontrar.
(Muertes y Maravillas, “Poema de invierno”)
No se trata de recuperar el mundo de la infancia sólo por amor a ella, sino en un gesto político de contrastar ese testimonio de la verdadera vida con el mundo mecanizado y que encuentra su símbolo en la ciudad, esa que Teillier habitó -para ganarse la vida-. “Y no importa que [La poesía] sea incomprendida, escuchada entretanto sólo por unos pocos, porque a la negación siempre un poeta responde con el `sí universal'.” (Olivares, 1993)
“...no se trataba de la nostalgia por vivir allí [en el lar]. Era la nostalgia para que las ciudades no siguieran creciendo, para que por último la vida fuera provinciana en Santiago. Lo que yo decía era que las ciudades se iban a autodestruir. No pueden seguir creciendo, sino que deben transformarse en pequeñas aldeas. Si no se van a transformar en ciudades monstruosas donde todos vamos a estar aislados.[3]” (Olivares, 1993)
Frente a la catástrofe, el poeta de La Frontera logró rescatar ciertos vestigios con los cuales no retrató un mundo intacto en su memoria, sino que creó uno distinto, que sólo vive en su mente. Ya Enrique Lihn había detectado esta situación al darse cuenta que la memoria “...efectúa el mismo trabajo que la escritura: la creación de la infancia en la palabra poética [...] la 'verdadera vida' se realiza en el lenguaje como nostalgia de lo que la memoria constituye como pasado.” (Lastra, 1980) A su vez, Teillier consideraba que “el paisaje ya es mental. No existe más. Pero está en mi mente.” (Olivares, 1993) “..., el pueblo que está en mi alma, como decía Marc Chagall... es mi pueblo, es un pueblo donde pueden habitar todos los que comparten mi poesía.” (Warnken, 1997)
Se trata entonces de crearse un universo propio, pero, al tener un carácter poético, se contrapone como modelo de vida al mundo moderno. Teillier no invoca un retorno a algo ya sido -”No se trata de resucitar lo que no se puede” (Larraín, 1993)-, sino que constituye un modelo, un mito. “Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos.[4] ” (Teillier, 1971)
2. A riesgo de parecer contradictorio, digamos que el poeta modelo de Teillier, no es un ser extraordinario, pero sí un sujeto que quiere llevar una vida extraordinaria. Piensa que “la poesía es querer ser más de lo que ya se es.” (Olivares, 1993) ¿Cómo? Consagrándose a la vida que ama, la poesía.
Los poemas son la expresión de un temple que Teillier cree necesario para transformar la vida cotidiana, quienes se dejen envolver por ese temple, ya sea que escriban, lean o simplemente vivan, habrán entendido las posibilidades de otra vida en esta vida, estar vivo. Se comprende así lo que Teillier quiere decir con una expresión como “asumir la poesía.” (Olivares, 1993)
Por lo tanto, cuando me refería a que este poeta propone la creación de un mundo propio, alternativo al de la modernidad, quería resaltar dos cosas: una, que el mundo al que insta Teillier nace de nuestra experiencia pasada, experiencia rescatada por la memoria -consciente e inconsciente- del poeta, no es un creado en el vacío de la imaginación. Segundo, y quizás lo más importante, que este mundo que propone Teillier sirve -al lector como al poeta- de modelo para conducirnos en la vida. Ese mundo viene a “modelar” la vida cotidiana, porque es un mundo habitado por nosotros y por quienes se nos asemejan.
Por consiguiente, para Teillier no se trata de ser buen o mal poeta, sino transformarse en poeta, para así superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptando los valores que no sean poéticos: “la poesía no ha calmado el hambre ni remediado injusticia social alguna, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias.” (Teillier, 1971)
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o todopoderosos.
(Cartas para reinas de otras primaveras, “Botella al mar”)
En Teillier el poeta es un ser marginal, condición de la cual emana la fuerza para transformar a la poesía en experiencia vital, trascendiendo el mundo en que vive hacia otro mundo.
Esto explica las simpatías que tenía por personajes de la ciudad con oficios o costumbres de tipo outsider como boxeadores, futbolistas, hípicos, cantantes de tangos:
La tarde cuelga frente a su ventana
como una raída y sucia bata de combate,
y él vuelve a bailotear en el ring,
siente ovaciones en la tarde muerta.
No crean que está solo
mientras prepara el café
y hace guantes frente al espejo
que le muestra su nariz rota y sus orejas de coliflor.
Todas las tardes regresan sus admiradores
que en la estación se empujan para llevarlo en hombros
a la vuelta de su gira triunfal
y lo dejan en la primavera del césped de pez-castilla donde -como le prometió a su madre-]
sueña que ha esquivado -sin despeinarse- los golpes del olvido.
(Cartas para reinas de otras primaveras, “A un viejo púgil”)
Teillier entendió que volcarse a lo que se ama es una manifestación auténtica de la vida, y eso se hace siendo poeta, o también en actividades como el box, los caballos, el cine, el tango, el fútbol y los bares, ya que en todas ellas reside una pasión. “El tipo marginal por voluntad, dice Teillier, es alguien que consagró la vida a lo que realmente amó... si soy un outsider y estoy fuera de la máquina entonces no ingreso nunca. No entro a un partido político, no entro a un gobierno, no me interesa lo contingente. A lo mejor eso es lo que me interesa. Si me interesa la poesía antes que nada, soy un outsider.” (Olivares, 1993) Personas sin grandes éxitos que “Construyeron un mundo propio, no diré marginal, porque marginal tiene un tono peyorativo; pero se trata de un mundo personal, completamente autónomo, con sus jerarquías y noblezas.” (Olivares, 1993)
El propio Teillier nos recuerda que: “Asumir una calidad de poeta significa asumir una conducta. Hay una conducta de vida que hace que la gente pueda escribir poesía mejor. Un poeta debe tener una ética, no puede robar, no puede mentir demasiado” (Olivares, 1993). Aquí está el centro de gravedad de esa transformación de la vida cotidiana del prójimo. El que asume la poesía, asume la vida porque también asume una ética, una conducta auténtica frente al mundo. Desde ahí es desde donde escribe el poeta, si no, se escriben sólo formalidades. “En la poesía no puedes entrar a la mentira, señala Teillier, [...] Es como Gardel, tú sabes que está sufriendo cuando canta” (Olivares, 1993). Así, lo que este poeta se propone es un acuerdo entre la conducta, la manera de ser, la vida, y lo que se escribe. En cierto modo, de nada vale escribir poesía si se es un personaje antipoético, es decir, si ella no sirve para transformarnos a nosotros mismos, y seguimos atado a los valores convencionales. Sentencia Teillier, “El poeta que es negativo, que es mala persona, no puede escribir un buen poema” (Olivares, 1993).
Pasado el tiempo desde que elabora su teoría poética del arraigo, Teillier pondrá el acento cada vez más fuertemente en la actitud del poeta, llegando a reafirmar, a contrapelo de la poesía moderna, el cultivo del yo. ¿Significa esto que Teillier quiere volver a una teoría romántica de la poesía? En cierto modo, sí; y en otro, no. El cultivo del yo le sirve al poeta para confirmar que su yo es más fuerte que el yo genérico, que el yo colectivo. Sin embargo, en un cuadro de contextualización de la actual cultura de masas, de un yo arrasado por la publicidad y el marketing, un yo rebajado al estatuto de consumidor, evidentemente que cultivar mínimamente el yo en estos tiempos supone un acto de resistencia. “El ego. Yo creo que debo cultivar mi ego. Cuando hablan mal del ego, yo digo que quiero tener mucho más ego. Si no tengo ego, ¿qué voy a hacer? Cuando yo escribo un poema, ¿qué quiero? Mi yo es secreto. Mi poesía es secreta. Cuando no es una crónica. Los verdaderos lectores saben lo que es crónica y lo que es poesía. Si no cultivo mi yo, voy a ser un hombre medio. La poesía sirve para confirmar que mi yo es más fuerte que el yo genérico, que el yo colectivo. Nunca me he sentido muy incorporado a la sociedad. La historia de Chile me interesa en la memoria.” (Olivares, 1993)
3. A modo de conclusión, intentaré resumir toda la propuesta que hasta ahora he venido insinuando en los puntos anteriores a partir de lo que Teillier señala como estética. Seré breve.
Lo que entiendo por estética en Teillier, encuentra en su poética la acepción más simple que se le pueda atribuir: belleza. Es un elemento que halla su razón de ser en la propia vida poética que Teillier propone frente a la que actualmente nos empeñamos en llevar adelante. A la negación, la poesía responde con el sí universal.
Frente a una afirmación sobre lo lindo de su poema “Despedida”, el autor responde que “Ahora escribiría un poema al Encuentro... Al encuentro de la belleza. De la belleza y del asombro” (Larraín, 1993)
Se habrá notado en el curso de este texto que la poesía de Teillier implica una profunda relación entre ética y belleza, al punto de pensar que la belleza se traduce como vida y esta como poesía. Cuando este poeta habla de belleza no se refiere a ningún canon particular, sino que entiende que la belleza es justamente aquello que le hace bien a la gente. “¿Qué es bonito para uno? Yo no tengo ninguna duda de qué es lo bello para mí. ...supongo que una forma bella de vivir, dice Teillier, es una forma bella de conducirse y una forma bella de producir... Bello es quien buenamente lo hace. Bello es quien bellamente actúa. Es lo mismo....” (Olivares, 1993)
Referencias Bibliográficas
Binns, Nial. (2001). La Poesía de Jorge Teillier: La tragedia de los lares. 1ª ed., Ediciones Lar, Concepción.
Larraín, Ana María. (1993). “Voy al encuentro de la belleza y del asombro”, en Revista de Libros (El Mercurio). Santiago, 3 de enero, pp. 1, 4-5.
Lastra, Pedro. (1980). Conversaciones con Enrique Lihn. 1ª ed., Universidad Veracruzana, Centro de Investigaciones Lingüístico-literarias, Instituto de Investigaciones Humanísticas, Veracruz, México.
Olivares, Carlos. (1993). Conversaciones con Jorge Teillier, 1ª ed., Editorial Los Andes, Santiago.
Quezada, J. (1998). Por un tiempo de arraigo. 1ª ed., Lom ediciones, Santiago
Teillier, Jorge. (1956). Para ángeles y gorriones, 1ª ed., Ediciones Puelche, Santiago.
___________. (1965). “Los poetas de los lares”, en Boletín N° 56 de la Universidad de Chile, pp. 48-62.
___________. (1971). Muertes y maravillas, 1ª ed., Editorial Universitaria, Santiago.
___________. (1985). Cartas para reinas de otras primaveras, 1ª ed., Eds. Manieristas, Santiago.
Warnken, Christian. (1997). “Mi utopía es la nostalgia del futuro”, en Revista de Libros (El Mercurio). Santiago, 19 de agosto, pp. 38-41.
[1] El subrayado es nuestro.
[2] Véase también fragmento de una entrevista de Christian Warnken: “Mi utopía es nostalgia del futuro”. El Mercurio (Revista de Libros), Santiago, 19 de agosto de 1997: 38-41.
[3] Si bien aquí podríamos reconocer lo que Binns deja entrever como un discurso ecologista, no es menos cierto que la ascendencia francesa de Teillier hace más verosímil los ecos de un Rousseau o incluso de un socialista utópico como Fourier.
[4] Al respecto es interesante revisar las Cartas de Jorge Teillier con J. Quezada (1998). En ellas Teillier no deja de manifestar su esperanza de una vida poética para todos los hombres.